Artículo de opinión de Aurelio Martínez Seco sobre el arte de Zubin Mehta
Dirigir sentado o el arte sublime de Zubin Mehta
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Si tenemos suerte, llega un momento en que, por ley de vida, vivimos más sentados que de pie. Es un compás de espera interesante la denominada «tercera edad», un tiempo en el que la experiencia, si la salud acompaña, dota a la actitud y las acciones de una enjundia y claridad muy importantes, de una perspectiva valiosísima que choca de lleno con la pueril concepción general de nuestras sociedades políticas, donde predomina la efebocracia y el respeto excesivo a lo pueril, a lo joven y adolescente. Por contraste, a los que cumplen muchos años la sociedad parece en ocasiones que los aparta, como si incomodase su presencia por falta de productividad, precisamente en el momento que más los tendría que incluir por la enjundia y claridad de la que hablamos. Se huye del término «viejo» o «anciano» y se sustituye por el de «persona mayor», que es algo así como mirar hacia otro lado, el lado joven, y pretender huir del conocimiento y dolor que produce la cercanía de la muerte. Pero el dolor no desaparece por llamar a la vejez de otra forma. Aldo Ceccato siempre repite que un director de orquesta nace a los 60 años.
En música, dirigir sentado es el privilegio de los mejores. Manuel Fernández Caballero también lo hacía. En la dirección orquestal de los últimos años varios han sido los que han acabado, las más de las veces por enfermedad, dirigiendo sentados. Es conocido en el pasado el caso de Otto Klemperer. Así lo hizo recientemente Seiji Ozawa, el más importante director japonés de la historia, y lo están haciendo, de manera magistral, Daniel Barenboim, Herbert Blomstedt y Zubin Mehta. Precisamente estos días la Orquesta de París acaba de hacer pública en sus redes un pequeño fragmento precioso y muy emocionante de la Octava sinfonía de Bruckner [habría que pensar por qué Bruckner se sitúa con tanta frecuencia al final de los intereses de los grandes maestros] dirigida por Blomstedt, compases que bastan por sí solos para hacerle la crítica a la versión de la obra ofrecida este año por David Afkham al frente de la Orquesta Nacional de España. ¿Qué alegorismo tan sugerente y atractivo entraña el famoso fragmento de las arpas en la Sinfonía nº 8 a través del arte de Blomstedt? No lo sabemos. Poco se habla de la naturaleza del movimiento de los brazos para según qué partituras. Y es importante hacerlo. O del grado de responsabilidad que un director debe otorgar a los músicos. ¿Marcar cada detalle de una partitura para facilitarles el trabajo, en lugar de ser una virtud, no podría ir en ocasiones en contra de la naturaleza y potencial de ciertas obras?
Pero hoy queremos centrarnos, sobre todo, en el arte de Mehta, tan natural e instintivo que asombra. Zubin Mehta siempre ha tenido en sus brazos una mezcla de enjundia y orden característicos y reconfortantes, unido a un instinto muy atractivo respecto a la dramaturgia de las partituras. También existe cierta humildad de fondo y bondad personal, que no excluye un nivel de exigencia muy alto respecto a los músicos. Pero es ahora, después de oír varias veces su versión de 2022 de la Cuarta sinfonía de Bruckner con la Filarmónica de Viena, cuando observamos que Mehta ha alcanzado cierta cumbre artística que sólo los más grandes llegan a tocar. Y nos preguntamos el porqué de este resultado tan importante, la razón de tal fuerza magnética que hace que los músicos se plieguen de forma tan tierna, generosa, certera, humilde y natural ante el más mínimo gesto del maestro Mehta. Hay, desde luego, una ternura de fondo que no implica ingenuidad, sino consciencia de la mortalidad de las cosas y el momento, sin menosprecio de un respeto a la trayectoria de un gran artista ¿Quién puede negar que la resistencia de los músicos de una orquesta ante la perspectiva del director supone uno de los mayores problemas para que éste haga su obra sinfónica? Sin embargo, la voluntad individual, viendo a Mehta sentado, parece diluirse en todos y cada uno de los músicos de la Filarmónica de Viena, orquesta sublime que pliega su arte al servicio de un anciano inmortal, sublime él mismo. Y así, los gestos de Mehta, antaño precisos y técnicos, se han vuelto ahora más artísticos y misteriosos, más suaves y tenues. Mucho más potentes, desde luego. Por alguna especie de prodigio, Mehta ha reconvertido cada acción física en un magistral ejercicio etológico-artístico en el que lo sutil se agiganta por la mezcla de grandeza, ternura, dulzura, aceptación, conocimiento y alegorismo. Cuando en la coda de la mencionada versión de la Cuarta sinfonía de Bruckner apreciamos la naturaleza de las respiraciones de los metales nos parece estar asistiendo a una especie de milagro.
Compartir