Por Raúl Chamorro Mena
Pésaro, 13-VIII-2018. Adriatic Arena. Rossini Opera Festival 2018. Il barbiere di Siviglia (Gioachino Rossini). Aya Wakizono (Rosina), Maxim Mironov (Il Conte d’Almaviva), Davide Luciano (Figaro), Pietro Spagnoli (Bartolo), Michele Pertusi (Don Basilio), Elena Zilio (Berta), Wiliam Corrò (Fiorello/Ufficiale). Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Sinfónica Nacional de la RAI. Dirección musical: Yves Abel. Dirección de escena, escenografía y vestuario: Pier Luigi Pizzi.
Junto a la labor fundamental de recuperar y difundir en las mejores condiciones posibles las obras menos conocidas y representadas del “Cisne de Pesaro”, el Rossini Opera Festival también repropone las más habituales y entre ellas, El barbero de Sevilla, ópera de las más populares de la historia y única de las suyas que no sólo ha permanecido en el repertorio en todas las épocas, si no que ha llegado a simbolizar el género operístico en absoluto. Estamos ante una obra maestra total, un engranaje musico-teatral perfecto, que significa la cumbre de la producción buffa de su autor. Una composición, además, a la que le acompaña la historia de un gran fracaso el día de su estreno, un relato en cuya divulgación participó especialmente Stendhal y que contiene mucho más de leyenda que de realidad.
Cuenta Lorenzo Arruga en su estupendo volumen Il teatro d'opera italiano que cuando Alfred Hitchcock visitó el museo del Teatro alla Scala se detuvo especialmente ante la estatua de Rossini. Ciertamente, no es de extrañar tal actitud en el llamado “mago del suspense” (aunque realmente fue mago del cine en general), ya que en un emblema de la producción del pesarés como el Barbero, encontramos muchos momentos de suspense. ¿Quién está detrás de ese balcón ante el que un grande de España canta una serenata? Escuchamos apenas alguna frase, pero hasta transcurridos unos 45 minutos no se nos presenta completamente esta muchacha desenvuelta con un toque de picardía, pero que sabe bien lo que quiere. ¿Descubrirá el viejo tutor al Conde de Almaviva cuando penetra en su casa para allegarse con su enamorada travestido en una primera ocasión de soldado ebrio y posteriormente como Don Alonso, profesor de música alumno de Don Basilio? ¿Pescará el doctor a los enamorados que flirtean en su presencia mientras Figaro le arregla la barba? ¿Se solucionará el equívoco cuando Rosina piensa que su enamorado, al que considera el plebeyo Lindoro, le ha traicionado y todo terminará felizmente con la unión de ambos enamorados?... Rossini con un estupendo libreto de Cesare Sterbini escancia todo ello de forma magistral, con una música de inspiración constante y mediante una maquinaria teatral que discurre dinámica, ágil y divertidísima.
A sus 88 años de edad, Pier Luigi Pizzi afrontaba, sorprendentemente, su primera producción de Il barbiere di Siviglia y el resultado ha sido satisfactorio, acorde con el glorioso historial del regista milanés en el montaje de óperas rossinianas. La producción -en colaboración con Massimo Gasparon- brilló por su elegancia, por su vistosidad, -con ese blanco luminoso y elementos arquitectónicos tan propios- una impecable iluminación, vestuario de gran distinción y una dirección de actores dinámica, eficacísima, acompañada de algunas ideas hilarantes como ese Almaviva travestido de un Don Alonso de apenas un metro de altura que pretende colarse en casa de Bartolo para acercarse a Rosina. La genial creación rossiniana con un elenco perfectamente imbricado en el montaje fue expuesta con dinamismo, elegante comicidad, buen gusto, sin un ápice de vulgaridad y llegó al público, que se lo pasó pipa, con toda su grandeza.
Efectivamente, el reparto vocal destacó más por su implicación interpretativa, por su buena labor de conjunto (a resaltar algo tan importante como la impecable articulación de los recitativos –completos por supuesto-), que por unas destacadas calidades vocales y canoras. Decía un amigo melómano, que en el Barbero originalmente concebido por Rossini no había ni una sola voz aguda. Sin embargo, la tradición ha atribuido el papel del Conde de Almaviva a tenores ligeros. En esa línea, Maxim Mironov, de timbre blancuzco y filiforme, de muy justa presencia vocal, cantó con finura y musicalidad la parte del Conde d’Almaviva, además de interpretar adecuadamente, con nobleza y empaque, al Grande de España, sacando adelante la endiablada agilidad del gran rondò final “Cessa di più resistere”. No se puede discutir la elegancia y aplicadísima musicalidad de Aya Wakizono, tampoco su buena agilidad y muy correcto canto, pero al fraseo le faltó variedad, resultando plano y más bien aburrido. Asimismo, Wakizono se anuncia como mezzo, pero es más bien un sopranino sin graves y un registro agudo discreto. Una Rosina, personaje espontáneo y desenfadado, que se presenta con una declaración de tintes feministas como “Una voce poco fa”, al que le faltó, bien es verdad, desparpajo, picardía y descaro. A pesar de que la ópera en su creación giraba fundamentalmente sobre el gran divo sevillano, el tenor Manuel García, el personaje de Figaro se hizo con el protagonismo desde el primer momento. Su verbo fantasioso y comunicativo, su jactancia, desenvoltura y capacidad para mover todos los hilos de la trama fueron bien traducidos por el barítono italiano Davide Luciano, de material vocal no especialmente rico ni voluminoso, pero sí bien emitido, homogéneo y dúctil. Pietro Spagnoli, que fue Figaro en Madrid en 2005 en el estreno de la producción de Emilio Sagi con Juan Diego Flórez como protagonista, canta ahora el Bartolo, viejo y gruñón tutor que quiere casarse con su joven pupila y quedarse con su dinero. Nunca he sido muy partidario de Spagnoli como cantante, pero valoro que compuso un Bartolo sin exageración alguna, huyendo de las muecas, de las exageraciones, en defitinitiva, de la búsqueda de la risa fácil e imbricándose perfectamente en la dinámica teatral del montaje, además de sortear con dignidad un aria tan complicada como “A un dottor della mia sorte”. Michele Pertusi nunca demostró un gran sentido del humor, pero después de tantos años de carrera sí puede presumir de gran oficio, tablas y dominio de la escena, que puso al servicio de un Don Basilio, que en esta ocasión tartamudea, ladino, convicente en su taimada astucia y su avidez por los cuartos y que, a pesar de un lógico desgaste vocal desgranó con solvencia la magistral “La calunnia”.
De referencia la Berta de Elena Zilio, que somo suele pasar y no debe ser casualidad, la cantante veterana es la que más voz y proyección exhibe. Memorable su interpretación, la manera de frasear, el aria del sorbetto “Il vecchiotto cerca moglie”.
Yves Abel demostró que conoce bien una obra que ha dirigido en muchas ocasiones y firmó la mejor prestación que le he visto en teatro. Además de una indiscutible solidez musical, obtuvo un magnífico sonido de la Orquesta Nacional de la RAI a notable nivel como el verano pasado y si no pudo escapar a algún momento de pesantez y a que predominara la brillantez sobre la elegancia, acompañó impecablemente al canto y tradujo acertadamente y con la debida chispa, esas cascadas rítmicas, esos vertiginosos crescendi que trufan la partitura y que son absolutamente fundamentales. Tanto como la perfecta comunión con el montaje teatral que demostró su labor.
Foto: Facebook Festival Rossini
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