Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 24-X-2018. Ciclo Ibermúsica. Yefim Bronfman, piano. Humoreske de Robert Schumann. Suite bergamasque de Claude Debussy. Sonata para piano en do menor D.958 de Franz Schubert.
El neoyorquino de origen uzbeko Yefim Bronfman es un viejo conocido de Ibermúsica, donde ha tocado en varias ocasiones con orquestas como la Filarmónica de Nueva York, la de Israel o este mismo año con la de la Gewandhaus de Leipzig. Este ha sido su primer recital en solitario, y lo ha sido con un programa complejo, de gran dificultad y en principio alejado del repertorio del S.XX con el que más le asociamos.
Bronfman es un pianista muy sólido, de sonido denso y brillante, con una pulsación a prueba de bombas, de expresividad controlada, que cuida la construcción de las obras hasta el más mínimo detalle. En un mundo en que los intérpretes han caído en la dictadura de la imagen y de la continua exposición en público, Bronfman es una especie de antidivo, de presencia siempre sobria, al que jamás veremos un aspaviento o una salida de tono.
En el debe, algunas de sus incursiones en el periodo románticono siempre dan en el clavo. Su afán porque todo quede bajo control, transmite más de una vez una sensación muy «cuadriculada» y cierta carencia de hálito fogoso. El pasado mes de mayo reseñamos su concierto con la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig y Andris Nelsons en Madrid, con un Concierto emperador de Ludwig van Beethoven que quedó lejos de las expectativas generadas precisamente por eso, por falta de vuelo.
Ayer sin embargo, el balance fue muy superior, aunque como veremos, no todo alcanzó el mismo nivel. Las tres obras elegidas tenían dificultades variopintas, pero son páginas habituales en su repertorio que domina sin problemas. Las dos de la primera parte, la Humoreske de Schumann y la Suite bergamasque de Debussy se las pude ver hace año y medio en el neoyorquino Irving College, en un magnifico recital que incluía también la Suite Sz.62 de Bela Bartok y los Tres movimientos de Petrushka de Stravinsky. También ayer tuvimos una Humoreske de gran nivel. El Sr. Bronfman comenzó una preciosa labor de construcción, casi de orfebre, con la coherencia que se puede mostrar en una obra de tanto contrastes. Su pulsación casi cristalina, detallista, matizada, permitió un fraseo lírico y emotivo que fue cogiendo vuelo en cada una de las siete secciones. Cada una de ellas tuvo los contrastes dinámicos adecuados, resaltando los cambios de ánimo que los románticos asociaban al «humor». Lástima que lo tuviéramos que alternar con varios teléfonos móviles y una catarata de toses que dificultaban la concentración.
A continuación, el Sr. Bronfman empezó el Preludio de la Suite bergamasque de Claude Debussy, con demasiada rapidez. La pulsación cristalina estaba ahí, la paleta de colores también, pero en vez de relajo, transmitía cierto nerviosismo, que se trasladó en parte al Menuet. Una nueva oleada de toses le detuvo el arranque del Claro de luna y por una vez salió bien. Tras unos segundos de espera, perfiló un movimiento de orfebre, matizadísimo, con un sonido precioso, casi irreal. El Passepied final, fascinante y evocador nos llevó a la gloria.
La segunda parte estaba reservada a la antepenúltima de las sonatas de Franz Schubert. La Sonata en Do menor D.958 es en parte premonitoria del cercano final del músico, y la brillantez de Yefim Bronfman pudo a la hondura que recientemente –y por supuesto en anteriores ocasiones– nos mostró Elisabeth Leonskaja en la Fundación Juan March. El Allegro inicial fue brillante, expuesto con claridad aunque cercenando las repeticiones. Más pausado y recogido el Adagio posterior donde hubo masempaque y profundidad. Su solvencia y brillantez le vinieron mejor a un Allegro final impulsivo y vehemente que al tercer movimiento al que le faltó algo de gracia. Entre todos ellos, teléfonos y mas teléfono. Toses y mas toses. Una vergüenza.
El público respondió con calor, y solo ahí, una vez terminado el recital, pudimos atisbar una leve sonrisa de satisfacción en el rostro del pianista. Al final hubo dos obras fuera de programa, curiosamente las dos en la tonalidad de Do menor. La primera, la Sonata KK.11 de Domenico Scarlatti, es uno de sus bises clásicos. Una vez masnos cautivó con su luminosidad y con unos trinos que rayaron la perfección. Con la segunda, el flamígero Estudio revolucionario en do menor de Frederic Chopin, levantó de nuevo al público de sus asientos.
Compartir