Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de la ópera Sigfrido [Siegfried] de Wagner en la Dresden Semperoper bajo la dirección de Christian Thielemann
Schager y Thielemann nos llevan al delirio
Por Pedro J. Lapeña Rey
Dresde, 8-II-23, Dresden Semperoper. Siegfried (Richard Wagner). Andreas Schager (Sigfrido), Jürgen Sacher (Mime), Thomas J. Mayer (El viandante), Markus Marquardt (Alberich), Stephen Milling (Fafner), Christa Mayer (Erda), Ricarda Merbeth (Brunilda), Mirella Hagen (El pájaro del bosque). Sächsische Staatskapelle Dresden. Dirección Musical: Christian Thielemann. Dirección de escena: Willy Decker
Hay días en que es muy difícil escribir una reseña. Has pasado dos horas sentado en una butaca y «no ha ocurrido nada». Afortunadamente hay otros en los que podrías escribir páginas y páginas durante días, y no parar. El miércoles fue uno de ellos. He visto en numerosas ocasiones tanto a Andreas Schager como a Christian Thielemann. Al primero los últimos diez años -aún recuerdo agrias discusiones con amigos madrileños negándole el pan y la sal tras su debut en Rienzi cuando les comentaba que le había visto un magnífico Tristan en la Opera flamenca de Gante meses antes- y al segundo más de veinticinco -con una gran Elektra en el Covent Garden en mayo de 1997-. Su nivel en general siempre superó el notable, alcanzando muchas noches el sobresaliente. A pesar de eso, no recuerdo una tarde como ésta, en que todo, o casi todo, sea perfecto.
Unos minutos antes de comenzar la función hablaba con un amigo norteamericano que ha cruzado el charco para esta tetralogía sobre esos «dos Thielemanns» que nos habíamos encontrado en Oro y Valquiria. Le dije: «si hoy sigue así, este Sigfrido se nos puede hacer muy largo». Me contestó sin dudar: «yo sin embargo creo que no. Dirigir Sigfrido es muy simple. Solo hay que contar la historia. Ella te lleva». Lo describió de esa manera tan natural, simple y sincera como solo tienen los americanos. Y ya al final del primer acto, pero sobre todo al acabar la función, me alegré mucho de tener que darle la razón.
Y es que Christian Thielemann consiguió ese perfecto equilibrio entre narrar una historia, contarla, darle la tensión requerida, crear una atmósfera diferente tras otra, y envolver de sonido y armonía a unos cantantes, que salvo el lunar del Wotan, estuvieron entre bien y sobresaliente. En fin, el Thielemann por el que hemos venido a Dresde desde distintos lugares del mundo, y que tras dos días de sí pero no, no pero sí, nos ha elevado por fin a lo mas alto durante las más de cuatro horas de la representación. Por su parte, Andreas Schager, aquí en su mejor papel, no solo cantó a un nivel excepcional e hizo una fabulosa recreación del héroe wagneriano, sino que dio las notas más poderosas y metálicas que le recuerdo. Nadal y Federer, Federer y Nadal han comentado en numerosas ocasiones como en sus numerosos partidos se encendían mutuamente y como cada uno era capaz de sacar lo mejor del otro. Lo del miércoles fue muy similar. El primer acto fue una especie de partido de tenis donde a cada frase brillante de Schager, le respondía Thielemann con otra mejor y viceversa, y así sin parar hasta el final del primer acto, donde el público literalmente enloqueció. Ya no fueron esos magníficos diez minutos finales del primer acto de Valquiria, no. Fue prácticamente el acto completo.
A este nivel estratosférico también colaboró el notable Mime de Jürgen Sacher. Evidentemente no llegó al nivel de un Graham Clark o un Gerhard Siegel, pero además de demostrar unos mínimos canoros que debería poseer cualquiera de los que se denominan cantantes para subirse a unas tablas, bordó el personaje con una dicción, unos acentos y una forma de moverse en escena encomiables. He visto un par de Mimes mejor que él, pero también unos cuantos mucho peores. El único debe de todo el primer acto fue la escena de las preguntas con el viandante. Thomas J. Mayer, al igual que en las jornadas anteriores, ofreció fraseo monótono y poco más.
El segundo acto comenzó también pleno de tensión. El Alberich de Markus Marquardt se comía literalmente a Wotan, incluso más que en el Oro del Rin. Parecía esforzarse en demostrar algo. Sorprendentemente, a Thomas J. Mayer también se le vio mas motivado. ¿Qué pasaba? Luego lo entendí. Marquardt fue Wotan en reposiciones anteriores de esta producción, y parecía estar espetando a Mayer que era él quien debía ser Wotan y no solo Alberich. Thielemann participó en este curioso duelo al sol. No bajó el pistón y siguió incitándoles a no parar. Es verdad que en un par de momentos les tapó pero fue peccata minuta frente a lo que ganamos, y además fue el preludio al interludio posterior pleno de transparencia y tensión que nos llevó sin interrupción a la segunda escena, que orquestalmente ha sido de lo mejor que hemos oído hasta ahora. El tema de los gigantes, el despertar del dragón, sonó de una manera que jamás había oído hasta ahora. Un sonido tremendo venido de ultratumba. Al asomarme sobre el foso vi que la tuba con la que se interpretaba no era una tuba normal. El tubo central era más ancho y largo que las habituales. Pregunté en el descanso y me comentaron que era una contratuba. Pocos teatros la tienen y parece hecha a la medida de este tema de los gigantes.
Aunque inicialmente estaba previsto Georg Zeppenfeld como Fafner, finalmente volvió a ser Stephen Milling el encargado del rol. Me imagino que el Sr. Zeppenfeld tras el calendario que comentábamos en la reseña de Valquiria debió exigir el descansar al menos un día a la semana, como cualquier trabajador, y se lo concedieron. Milling estuvo mejor de voz que en el Oro del Rin y fue un mas que digno contrincante de Andreas Schager, beneficiándose ambos de uno de los momentos más conseguidos de la puesta en escena de Willy Decker: la aparición del dragón hecho con varias pizarras -con los dibujos hechos con tiza- que se mueven y que se caen cuando Sigfrido lo mata. En la escena final, un Schager lírico y emotivo se alió con el incisivo y metálico pájaro del bosque de Mirella Hagen, cantante habitual de Bayreuth donde ha hecho este papel en varias ocasiones.
Si el primer acto, donde todo salió casi perfecto, fue fabuloso, y el segundo prácticamente también, en el tercero tuvimos el valor añadido de convivir con el riesgo, con esa estimulante sensación de que en un momento dado y concreto, todo puede irse al garete. Utilizando un símil taurino, en los dos primeros actos asistimos a una faena gloriosa donde el toro embistió, el torero hizo una faena espectacular y al final cortó las dos orejas. En el tercero todo iba por los mismos derroteros hasta que el torero sufrió una leve cogida, y tuvo que seguir en el ruedo hasta el final. Y es que lo que ya no esperábamos que pasara, pasó. Al terminar la crítica de La valquiria comentábamos que Schager parecía no tener límites. Pero Sigfrido es Sigfrido, incluso cuando lo canta él. Tras una nueva exhibición de canto metálico y sonoro en la segunda escena, cuando se enfrenta a Wotan y éste le dice lo de «Sigue adelante. ¡No puedo detenerte!», a Schager se quebró la voz un par de veces. Muy breves. En el «Feuer» de «Im Feuer zu finden die Braut! - ¡Encontrar a la novia entre llamas!» y en el «¡Hoho! ¡Hahei!» posterior. Terminó la escena y afortunadamente tuvo toda la transición a la escena final para reponerse. Él y nosotros, porque como se dice habitualmente, «se mascaba la tragedia». Christian Thielemann puso de su parte en ello. Si fabuloso fue el preludio, aquí recorrimos con él todo el camino hasta la roca de Brunilda, descargando sonido y tensión, fraseando excepcionalmente y sacando ese fastuoso sonido pastoso de la orquesta sencillamente inolvidable. Pudimos relajar la tensión y esperar a ver que pasaba. Obviamente Schager salió con cautela a la escena final, probándose en las dos primeras estrofas y atacando el agudo de «Ha! in Waffen ein Mann... - ¡ah! Un hombre armado…» cuando descubre a Brunilda. Le salió pleno y redondo por lo que las aguas volvieron de momento a su cauce. A continuación vimos al Schager mas lírico mientras descubre que el guerrero es una mujer, y por fin «descubre el miedo». Sus invocaciones a la madre que no conoció «Mutter! Mutter! Gedenke mein-» fueron estremecedores. Poco a poco la voz pareció volver a su sitio mientras esperábamos el despertar de Brunilda. Sus llamadas a que despierte «Erwache! Erwache!» ya sonaron de nuevo metálicas y rotundas, tanto que Ricarda Merbeth «se despertó».
Calentó rápido -ya sabemos lo difícil que es salir a escena cuando tu compañero lleva tres horas en el escenario, tú sales para la última media hora y tienes que estar a su altura-, controló bien la voz y a falta del peso necesario que no tiene, puso tesón, entereza y sobre todo canto. Un canto intenso, cálido y lírico. El partenaire ideal del volcán Schager en un final de acto flamígero, volcánico, increíble -no hay adjetivos para describirlo- con un Thielemann desmelenado y una orquesta soberbia que solo tuvo como daño colateral el que Schager no intentara el Do4 en el «Lagender Tod!» final. Si no hubiera tenido el problema anterior, estoy seguro que lo hubiera dado o al menos lo hubiera intentado. Si lo llega a hacer, aún seguimos allí.
Jornadas como ésta son las que te hacen amar la ópera. Salir prácticamente en éxtasis. Prestaciones de primer nivel sumadas a la sensación de estar al borde del abismo, y superarlo es algo que ocurre en contadas ocasiones. Los aplausos, ovaciones y bravos rondaron el cuarto de hora y hasta en tres ocasiones tuvieron que salir a saludar con el telón ya bajado porque cerca de 400-500 incondicionales seguían y seguían aplaudiendo. Creo que solo pararon pensando en que aun nos queda el Ocaso, también palabras mayores.
Fotos: Semperoper Dresden
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