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CRÍTICA: 'WERTHER' DE MASSENET EN EL TEATRO CAMPOAMOR DE OVIEDO

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Autor: Aurelio M. Seco
12 de septiembre de 2012
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ME HUBIERA GUSTADO "WERTHER"

LXV Temporada de Ópera de Oviedo. (Martes, 11/09/12) Werther de Massenet. Director musical, Yves Abel. Director de escena, Guy Joosten. Reparto: José Bros, Marc Barrard, Víctor García Sierra, Jon Plazaola, David Sánchez, Miguel Quintana, Nancy Fabiola Herrera, Elena de la Merced, Elena Miró.

La LXV Temporada de Ópera de Oviedo dio comienzo el pasado martes con "Werther" de Massenet, conocidísimo título romántico, trasunto de la novela homónima de Goethe, que en su estreno dejó más bien frío al público del Campoamor a pesar del soporífero calor que hacía en la sala. En general, toda la temporada ha sido diseñada atendiendo a criterios de lo más conservadores incluso a la hora de contratar artistas, que suenan de temporadas pasadas. Parece que este interés por programar títulos muy conocidos tiene que ver con las necesidades económicas de la entidad en estos tiempos de crisis. Se hacen óperas conocidas para atraer a más gente. Esperemos que esta manera de proceder no afecte a  la programación que está prevista para los próximos años. Queremos suponer que este esfuerzo económico se está dando con idéntico interés en todos los puestos de responsabilidad de la entidad. Hasta la Casa Real ha hecho público sus sueldos. ¿Cuándo hará lo mismo la Fundación Ópera de Oviedo?

El resultado artístico de la función del sábado no fue bueno, fundamentalmente porque, en las decisiones de los directores,  musical  y de escena, hubo una evidente falta de perspectiva a la hora de enfocar sus trabajos. Esto perjudicó bastante el de los cantantes, que si bien tuvieron una participación lírica correcta, no consiguieron brillar en ningún momento. La versión estuvo muy lejos de resultar estimulante; más bien fue algo confusa,  destemplada en lo musical y carente del encanto inherente a la música de Massenet.  Uno de los aspectos negativos que más llamaron la atención de la propuesta escénica de Guy Joosten fue el diseño del espacio en el que los cantantes pasaron la mayor parte del tiempo, una especie de habitación (quizás porque  muchas veces se considera al "Werther" de Massenet una obra de cámara desde el punto de vista escénico) demasiado alejada de los espectadores, que también alejó excesivamente las voces. Esta decisión resulta de verdad incomprensible cuando hablamos de una producción operística. La disposición escénica obligó a los cantantes a emitir con más esfuerzo del habitual, un aspecto que se agravó cuando el volumen de la orquesta fue demasiado alto. Además, al estar las voces tan alejadas de la orquesta, resultaba difícil conseguir fundir voz y acompañamiento. Durante toda la noche echamos en falta esta compenetración. Orquesta y canto parecían estar en planos separados. Evidentemente, parte de esta responsabilidad también fue del director musical. Esta lejanía física entre voces y público fue un handicap para los cantantes que, quizá por ello, mostraron algunos problemas de afinación. ¿Cómo es posible que un director de escena de una ópera cometa un fallo de estas características? ¿Cómo se puede, en una ópera, colocar al fondo del escenario, casi de manera continua, a los protagonistas? ¿Acaso el director musical o incluso los cantantes no podrían haber explicado lo desacertado  de esta disposición?

Otro aspecto discutible fue el concepto que propició la forma del decorado; y  el decorado en sí mismo que, desde el punto de vista estético, resultó un tanto desconcertante. El espacio se organizó con dos grandes lienzos blancos que, al unirse, daban cabida a una pequeña habitación -pintada con los paisajes que tanto fascinaban a Werther- en la que se desarrollaba la acción. Los lienzos blancos estaban pintados con unas cuadrículas, como las que podría dibujar un pintor antes de comenzar un cuadro. Es como si el director de escena hubiera querido fijarse en la faceta de pintor de Werther, y hubiera puesto un lienzo a medio hacer de uno de sus cuadros de paisajes, inconcluso por la prematura muerte de su autor. El recurso de las mariposas habría que tomarlo más bien como puramente decorativo, salvo que nos metamos en simbolismos que podrían dar más que hablar que la propia obra en sí.

En cualquier caso, sea o no ésta la verdadera razón que propició el diseño del decorado, el director no ha sido ni práctico ni claro en su plasmación. Su intencionalidad no se comprende fácilmente y, aunque estamos seguros de que en la cabeza de Guy Joosten todo tiene sentido, en la del espectador no. Si la idea era dejar una obra como "Werther" con un significado abierto, sólo se logró confundir. La dramaturgia tampoco estuvo acertada. Joosten convierte al padre de Charlotte, que, como explica Werther en la obra de Goethe, es un hombre "excelente y de un carácter abierto y leal. Dicen que es delicioso verle rodeado de sus nueve hijos", en poco menos que un demonio. Es público y notorio que los libretistas de la obra Massenet cambiaron la naturaleza dramática de Albert que, de ser un cariñoso amigo de Werther en la obra de Goethe, pasa a ser su enemigo en la de Massenet. Lo que no sabíamos es que el Magistrado hubiera cambiado tanto como para convertirse en un auténtico maltratador emocional y físico de sus hijos -o incluso algo peor, por lo que se deduce de su escena ante Sophie-. La escena del comienzo de la obra, que musicalmente es alegre y juvenil, y que incluso inspira en algunos momentos a moverse y jugar, si se quiere, chocó de pleno con el ambiente prusiano que Joosten impuso al Magistrado. Y allí estaban seis de sus hijos más pequeños, en fila y sin apenas moverse, cantando el famoso villancico que da comienzo a la obra. Esto resultó chocante, como también lo fue la escena en la que Sophie, que se encuentra de frente con Werther con la pistola en la cabeza, cuando se percata del hecho, no sólo no se inmuta sino que sigue cantando como si nada. El vestuario de Jorge Jara acompañó con cierto gusto, algo que, al lado del concepto escénico de Joosten,  no fue poco.

Creemos que la dirección musical de Yves Abel también adoleció de una notable falta de perspectiva. Como ya hemos dicho, el primer aspecto que no funcionó fue la cohesión entre voces y orquesta. La concertación no fue un problema, pero sí el volumen, excesivo en varios momentos importantes. En cualquier caso, lo más llamativo fue lo destemplada que estuvo la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias durante toda la noche. Las desafinaciones fueron una constante desde los primeros compases y un motivo más para torcer el gesto como público. No se explica que un director de la experiencia de Yves Abel haya aceptado este defecto de una manera tan natural. El director tiene la gran virtud de tener las ideas claras en lo rítmico, y de hacer de ello uno de los alicientes de la noche, pero sin el debido control sonoro. Los contrastes dinámicos, que sí dieron la sensación de estar trabajados, resultaron siempre bruscos y cortantes. Hubiera sido bueno que Abel hubiera relajado un poco la sonoridad de  la orquesta en los momentos más enfáticos y que, sin embargo, hubiera sido mucho más exigente con la afinación. La atmósfera sonora estuvo contagiada por la brusquedad y destemple citados. No creemos que la propuesta de Yves Abel adolezca de personalidad, que la tuvo, pero estamos convencidos de que el estilo que imprimió a la música tampoco fue el apropiado para Massenet, que necesitaría de una mayor homogeneidad general y una personalidad sonora que, aun siendo dramática, en el fondo también proporcione una cierta sensación de serenidad romántica.

Del reparto, quien más gustó fue José Bros, sin haber tenido una gran participación. Bros es un cantante de gran talento al que conocemos muy bien en el Campoamor, porque nos ha dejado momentos ciertamente hermosos. Bien es cierto que el timbre de su voz no parece el más adecuado para encarnar a Werther, ni su volumen sonoro, pero nadie puede negar que estamos ante un tenor serio, solvente y generoso. Todavía recordamos con admiración el bis que, en el 2006, ofreció de la famosa romanza "No puede ser!", de "La tabernera del Puerto", en el Festival de Zarzuela. Bros es historia viva de la temporada ovetense, y a buen seguro seguirá siéndolo por muchos años pero, seguramente, su interpretación del  Werther no será una de las más recordadas. Algo parecido sucedió con la mezzo Nancy Fabiola Herrera, una notable intérprete de la que, seguramente, se esperaba más. Caracterizó a Charlotte con las notables cualidades escénicas a que nos tiene acostumbrados, aunque se echó en falta una mayor presencia para alguien de su carisma y, por descontado, un resultado canoro más contundente y refinado. Marc Barrard fue un Albert solvente y, Víctor García Sierra, un Magistrado al que le faltó más presencia vocal y escénica. El trabajo de Elena de la Merced resultó fundamental para ayudar vocalmente al coro de niños del comienzo de la obra, que podría haberse mejorado mucho. De la Merced tuvo en su mano la frescura de Sophie, y su canto alegre y desprendido, que sentó bien, pero que podría haberse rematado de manera más exquisita. En cualquier caso, resolvió el papel con acierto, de la misma forma que hicieron Jon Plazaola, David Sánchez, Miguel Quintana y Elena Miró.

                                                                                                                                                                                                     AURELIO M. SECO

 

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