Por Aurelio M. Seco
Oviedo. Auditorio Príncipe Felipe. 30/I/16. Jornadas de Piano "Luis G. Iberni". WDR Funkhausorchester de Colonia. Director: Wayne Marchall. Obras de Gershwin y Bernstein. 6/II/16. Ciclo Conciertos del Auditorio. National Symphony Orchestra de Washington. Violonchelo: Daniel Müller-Schott. Director: Christoph Eschenbach. Obras de Rouse, Dvorak y Brahms.
Durante las últimas semanas hemos visto como nuestro país acogía importantes conciertos de prestigiosas orquestas internacionales con interesantes directores. El pasado mes visitaba el ciclo de Ibermúsica la Filarmónica de Múnich con Valery Gergiev y, a finales del mismo, la WDR Funkhausorchester realizaba una gira por España bajo la dirección de Wayne Marshall. Tan solo hace unos días hacía lo propio el pianista y director de orquesta Christoph Eschenbach al frente de la National Symphony Orchestra de Washington, de la que Eschenbach es titular hasta que llegue a su seno el ya anunciado director italiano Gianandrea Noseda.
Es interesante observar la evolución de las orquestas de radio alemanas, nacidas en su momento para hacer de la interpretación de la nueva música su seña de identidad y ahora convertidas en orquestas de repertorio, algunas con un gran prestigio internacional. La WDR Funkhausorchester de Colonia nos parece un conjunto bastante singular que, de la mano de su director titular y también pianista Wayne Marshall, se ha especializado en parte en el género de los musicales, opereta, bandas sonoras y música sinfónica que tiene en el jazz un cierto fundamento idiomático. En su gira española presentaron un repertorio elegante a la par que reconfortante, música de Gershwin y Bernstein tocada de manera brillante pero también muy personal, si atendemos al gusto musical de Marschall, mejor pianista que director y, desde luego, pianista de instinto puramente jazzístico, cuya interpretación de la famosa Rhapsody in Blue de Gershwin supo transmitir el color neoyorquino de aquellos felices y a la vez melancólicos años veinte a través de una libertad de estilo contagiosa, no siempre templada desde la serenidad y adecuado orden estructural pero realmente atractiva en su sonoridad. Y así fue como Marschall contó la historia de un americano en París desde el punto de vista de un británico en Colonia capaz de infundir en el prusiano espíritu alemán un cierto aire de musical americano con sus perfumados acordes de séptima y viejo sabor romántico estilo West Side Story. Es el día de los enamorados.
Los Conciertos del Auditorio de Oviedo también ofrecieron la oportunidad de asitir a una cita de excepción, protagonizada por Daniel Müller-Schott, la National Symphony Orchestra de Washington y Christoph Eschenbach, director de gran talento y pianista sensible, cuyo carácter parece venir mejor a las partituras cerebrales que a las de líneas románticas o puramente líricas. La velada dio comienzo con una excepcional lectura de Phaeton, de Rouse, un autentico tour de force para cualquier director y conjunto sinfónico. Ya desde la sonoridad del primer acorde resultó evidente el gran nivel interpretativo de director y orquesta. La obra, que trata de poner en música la mítica carrera de Faetón en su carro de caballos, es fruto de un encargo de la Orquesta de Filadelfia con motivo del Bicentenario de la Constitución de EEUU y fue estrenada en 1987 por Riccardo Muti. Nos parece increíble que mientras Rouse estaba componiendo el compás en el que Zeus fulmina a Faetón ocurriera la explosión del transbordador espacial Challenger, una coincidencia que hizo que Christopher Rouse dedicase la obra a la memoria de los siete astronautas fallecidos. El dato abunda en el mito de Faetón y de la propia obra de Rouse, partitura que está destinada a convertirse en un clásico entre los clásicos del siglo XXI, si no lo es ya.
Antes del descanso Müller-Schott ofreció una notable y aseada –y más elegante que apasionada- interpretación del siempre difícil Concierto para violonchelo en si menor de Dvorak, que Eschenbach acompañó con solvencia. El arreglo para orquesta del Cuarteto en sol menor, op. 25 que Schoenberg realizó de la obra de Brahms nos pareció una partitura de gran interés orquestal. La dificultad interpretativa del programa de la noche fue, en general, uno de los alicientes del concierto y un ejemplo de la categoría artística de sus intérpretes, que estuvieron especialmente acertados en la ejecución de esta inusual partitura. La velada se cerró con una vertiginosa interpretación de La danza de los comediantes de La novia vendida de Smetana, excelente versión que dio la verdadera medida de la calidad del conjunto.
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