Por Javier del Olivo
Cuando un aficionado a las óperas de Wagner se encuentra con este título, un escalofrío le recorre la espalda. O por lo menos es lo que me pasa a mí, confeso admirador del compositor alemán. Se supone que en esta sección hacemos, lo más asépticamente posible (o por lo menos sin declarar claramente nuestras filias o fobias personales), presentaciones de óperas que se van a representar próximamente en España. Pero, claro, yo me encuentro con Tristán (denominaremos así a este “drama musical”, en plan campechano) y olvido la palabra aséptico y sólo veo filias y más filias. Sobre la obra wagneriana, y más sobre ésta en concreto, se han escrito cientos y cientos de artículos, libros y tesis. Sesudas reflexiones que desentrañan las diversas capas que envuelven el críptico mundo wagneriano, lleno de referencias y resonancias del más variado calibre. Yo, no lo voy a negar, he leído una mínima parte de lo publicado y aun así, créanme, ha sido bastante. Podría hacerles un resumen de las diversas opiniones que sobre Tristán circulan en bibliotecas, hemerotecas e internet. Pero me van a permitir que, por esta vez y sin que sirva de precedente, simplemente les cuente, les relate, lo que yo siento y cómo veo Tristán.
La ópera, el drama musical, comienza en un barco. Un barco que se dirige a Cornualles con la futura reina de ese país, Isolda. Viaja con su fiel Brangania y capitanea el barco un ahijado del Rey Marke de Cornualles, Tristán. Pero en el barco no hay buen ambiente y en seguida Isolda, que no tiene pelos en la lengua, nos pone al corriente de la historia. Porque lo que ha pasado antes de comenzar la ópera es donde están las claves de lo que acontece en ella. Después de una batalla entre estos pueblos del Norte (Isolda es de Irlanda) y en el que ha muerto el prometido de la princesa irlandesa, Morold, le traen a ésta un herido, de nombre Tantris, que ha sido encontrado moribundo en un bote. Isolda, que conoce artes y maneras poco convencionales de sanación (saberes recibidos de su madre), consigue que recupere la salud. Mientras Tantris duerme, Isolda ve su espada y la reconoce como el arma que ha matado a su prometido pues tiene una muesca que se hizo al golpear la cabeza de Morold y, por tanto, reconoce también a Tristán. La intención de la princesa es matar al asesino pero cuando va a hacerlo éste despierta y le mira a los ojos. No mira ni la mano justiciera ni la espada asesina, mira los ojos de Isolda. Y ella no puede continuar, no puede enfrentarse otra vez a esos ojos. Lo cura y lo deja huir. En esa mirada está la clave de toda la ópera, el principio del fin de Tristán e Isolda.
Tristán vuelve. Por esos acuerdos que jalonan la historia de las monarquías, se ha decido la boda de la princesa de Irlanda con el rey de Cornualles y Marke ha mandado a su fiel Tristán a que recoja a la novia y la lleve a buen puerto. Pero Isolda no está nada contenta con la situación y clama venganza. Sobre todo venganza contra el hombre que mató a su prometido, al que ella curó, al que dejó huir y que la lleva ahora a un matrimonio que ella no desea. Tristán es el foco de sus iras, sólo piensa en como humillarlo, pero el caballero se mantiene impasible. Durante buena parte del primer acto la rehúye pero al final no le queda más remedio que atender a su invitada, su futura reina, y accede a hablar con ella. Isolda le invita a beber. A beber un filtro de muerte que ha mandado preparar a Brangania. Tristán bebe y Tristán hará todo lo que le mande Isolda porque está mucho más herido de amor, que cuando llegó moribundo en el bote a las costas irlandesas. Isolda también bebe porque, aunque ella no lo quiera reconocer, está tan enamorada de Tristán como él de ella. Los dos piensan morir bebiendo la copa pero Brangania ha cambiado el filtro y es uno de amor el consumido. Después de un momento, los dos enamorados se reconocen como si se vieran por primera vez. Dicen sus nombres y ahí, en esas dos palabras, “Isolde” “Tristan” se resume todo lo que encerraban sus corazones. Pero no hay mucho más tiempo para hablar de esa pasión. Llegan a Cornualles y Marke les espera.
En el segundo acto, aprovechando que los hombres de la Corte han salido a una partida de caza nocturna, Isolda y Tristán se encuentran. Antes Brangania advierte a Isolda de los enemigos que tiene la pareja en palacio, especialmente el envidioso Melot. Isolda, absorta en el amor, rechaza sus consejos. Llega Tristán y ambos enamorados, pese a los avisos de Brangania, cantan su apasionado y casi extraterrenal amor. La escena es interrumpida por la llegada de Marke y sus vasallos. Efectivamente, el traidor Melot ha delatado a Tristán. La tristeza del rey es tremenda. En un maravilloso discurso lleno de dolor nos cuenta cómo se siente por la doble traición: la del que él pensaba sería su heredero, su fiel Tristán, y la de su esposa. Tristán poco tiene que decir, se deja herir mortalmente por Melot y parte hacia sus tierras, Kareol, con su fiel Kurwenal, a la espera de que llegue su amada.
En Kareol (estamos en el tercer acto) Tristán espera a Isolda. Su agonía está llena de amor y sufrimiento pero al final es recompensado con la llegada de Isolda de la que sólo llega a pronunciar el nombre antes de morir en sus brazos. Después llega Melot que muere a manos de Kurwenal, que también cae mortalmente herido. Llegan Brangania y Marke, que viene dispuesto a perdonar tras comprender la magnitud de la pasión de los enamorados. Sólo pueden lamentarse ante el panorama tan desolado que encuentran. Isolda, en uno de los pasajes más bellos de la historia de la música, el liebestod, muerte de amor, se transfigura y acaba la obra.
A estas alturas, las lágrimas ya corren por las mejillas de muchos de los espectadores. O por lo menos han corrido por las mías cuando he podido asistir a una representación de esta maravillosa joya. Toda esta historia la envuelve una música de dimensiones titánicas y de lirismo desbordado. Desde el preludio (con su famoso acorde de Tristán, precursor, dicen, de la atonalidad) toda las situaciones las recrea Wagner con una maestría increíble. Pero mis momentos favoritos, esos que me conmueven hasta la médula, son: en el primer acto el reconocimiento de los amantes, esos “Tristan” “Isolde” que se lanzan con toda la fuerza y la pasión del mundo. En el segundo, quizá el más redondo musicalmente de los tres actos, destacaría la escena de amor y sobre todo los avisos de Brangania, una de las melodías más exquisitas que se han compuesto, y por supuesto el discurso de Marke, uno de los fragmentos más nobles escritos para bajo. Y ya en el tercero, claro, el liebestod, esa maravilla ante la que es imposible no conmoverse. Esta presentación, como ya sabrán a estas alturas, no es imparcial. Pero quien ama la ópera sabe que pocas veces se es imparcial en esta afición y esa es, afortunadamente, la gracia de este amor.
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