Crítica del concierto ofrecido por Vladimir Jurowski y la Bayerisches Staatsorchester en el ciclo de Orquestas Internacionales del Konzerthaus de Viena
Con duende y sin él pero a alto nivel
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 23-IX-2023. Konzerthaus. Bayerisches Staatsorchester. Yefim Bronfman (piano), Elsa Dreisig (soprano). Director musical: Vladimir Jurowski. Preludio y muerte de amor de Tristán e Isolda de Richard Wagner. Concierto para piano y orquesta en La menor, op. 54 de Robert Schumann. Sinfonía n°4 de Gustav Mahler.
El lunes 4 de septiembre, de la mano de Riccardo Chailly y la Orquesta y los Coros del Teatro de la Scala, arrancó una nueva temporada, la número 111, del Konzerthaus de Viena, repleta de música de los mas variados estilos. La hay para todos los gustos. La parte del león de la programación es evidentemente la clásica, en todas sus variedades: la Orquesta filarmónica de Viena, la sinfónica, la de la radio RSO, el ciclo de orquestas internacionales, el de piano, los diversos de música de cámara o de cantantes, el Wien Modern, o el de música antigua. Sin embargo sus puertas están también abiertas para el jazz, el pop y toda esa música que solemos englobar bajo el paraguas de «músicas del mundo». Cualquier vienés la considera su casa, y lo corrobora el alto nivel de ocupación que tienen sus conciertos.
Como tanto el concierto de Chailly como el posterior de la Filarmónica de Viena y Jakub Hrusa coincidieron con los últimos compases del Festival de Grafenegg, este sábado 23 por la tarde, acudimos por primera vez al grandioso edificio modernista de la Lothringerstrasse para la primera sesión del ciclo de conciertos internacionales. Nos esperaba Vladimir Jurowski, músico brillante de enorme calidad, que siempre nos obsequia con propuestas muy atractivas. Desde 2021 es el director general de Música de la Ópera Estatal de Baviera.
Los antecedentes de la Ópera Estatal de Baviera se remontan 500 años atrás, a 1523 en la corte de Munich. La orquesta es una de las más antiguas del orbe y combina desde tiempo inmemorial el foso con la sala de conciertos. En este mes de septiembre ha conmemorado por tanto su quinto centenario con una gira que la ha llevado por media Europa -entre otros sitios a Berlín, al Festival tirolés de Merano, al Festival Enescu en Bucarest, a la Elbphilharmonie de Hamburgo o al Festival de Lucerna- y que terminaba en el Konzerthaus de Viena.
En una jornada de celebración, Vladimir Jurowski traía con él a dos solistas de relumbrón para un programa atractivo, con referencias a la tradición y al amplio abanico estilístico de la orquesta. El pianista ruso Yefim Bronfman, uno de los más solicitados de nuestros tiempos, para el Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 54, de Robert Schumann, el epítome del concierto romántico para piano; y la joven soprano francesa Elsa Dreisig, que se acaba de incorporar al conjunto de la Ópera Estatal de Baviera, para la canción final de la Sinfonía n.º 4 de Mahler cuyo texto se basa en la canción popular "Der Himmel hängt voll Geigen – la vida celestial", y que al igual que la orquesta, es originaria de Baviera.
Antes de eso, empezamos con el Preludio de Tristan e Isolda, donde Jurowski eligió tempi ligeros y relajados, donde la música fluía de manera natural hasta el clímax del tema del amor, para a partir de ahí, relajarse en el puro hedonismo orquestal. Una versión que sirvió para destacar las grandes virtudes de la orquesta y especialmente de los solistas de violonchelo y de flauta, absolutamente sublimes.
Yefim Bronfman arrancó el Concierto de Schumann a tempi amplios, muy bien fraseado, con una articulación casi prodigiosa y un sonido bellísimo, redondo, casi cristalino. Conocemos desde hace muchos años al ruso-neoyorquino de origen uzbeko, pianista muy sólido, de enormes virtudes y al que solo en contadas ocasiones le notamos que su exceso de control le hace perder musicalidad. El mundo musical no es ajeno a los tiempos actuales. Cada día la imagen es más importante que la sustancia, pero todo eso a Bronfman le trae al pairo. Su imagen seria, adusta, sobria, de anti divo sigue presente ocasión tras ocasión. Tampoco necesita tocar a velocidad desmesurada como algunos de sus colegas que parece están en una prueba de atletismo. El marca su tempo y lo sigue. Te convence de que es el correcto. Solo aceleró puntualmente antes del gran acorde descendente. Jurowski y la orquesta fueron el complemento ideal, - parece mentira el nivel de compenetración que alcanzaron casi sin mirarse a la cara- con un acompañamiento orquestal de auténtica filigrana. El Intermezzo central fue también de auténtica magia sonora, de belleza fascinante, de líneas ligeras y sutiles, con un acompañamiento de nuevo cálido e intenso donde rozamos el cielo. El Allegro vivace final fue de nuevo sobre ruedas, con un Bronfman brillante, contenido, muy musical, resolviendo escalas y acordes con solvencia y elegancia. Jurowski desplegó toda la palete de colores de que es capaz para darnos una versión de muchos quilates. Uno de los mejores Bronfman que recuerdo -al nivel de su ciclo Prokofiev del Carnegie Hall hace unos años- y al que sin embargo, tuvimos la sensación de que faltaba algo. Ese algo mas que aparece unos días y otros no. El duende utilizando terminología flamenca. Sí apareció instantes después, cuando tras el aluvión de aplausos y bravos -con pateo de aprobación incluido por parte de la orquesta y casi todo el público- Yefim Bronfman interpretó fuera de programa una maravillosa versión del “Nocturno en Re bemol” de Chopin, absolutamente mágica y que nos dejó casi sin habla.
Tras el descanso, Vladimir Jurowski y la Orquesta se zambulleron en la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler, quizás la más humana de todas. El ruso es un seguro de vida en esta obra que domina como nadie. Ya se la había visto años atrás con la Mahler Chamber Orchestra y con «su» Filarmónica de Londres, y en esta tercera ocasión subió el nivel aún más. Descriptivo hasta decir basta en una obra que lo pide, destacando un detalle tras otro, no hay compás que no dibuje al milímetro y donde la orquesta no le siga a pie juntillas. Es absolutamente prodigioso el control orquestal que es capaz de conseguir, pero al revés que muchos de sus colegas, aquí la música fluye y fluye. Nos transmitieron intensidad, calidez y belleza turbadora. Con él todo tiene sentido.
El movimiento inicial llevado a tempo intermedio, sin apresurarse como manda la partitura, estuvo ampliamente fraseado con una precisión de orfebre, donde no faltó ni calor ni un colorido rico y abundante donde la orquestación mahleriana encontró su sitio ideal. Jurowski buscó y consiguió belleza sin parar, resaltando detalles aquí y allá. En el Scherzo, le dio rienda suelta al concertino para bailar la danza macabra “contra” toda la orquesta. Pero si hubo un movimiento donde Jurowski y la orquesta brillaron de manera especial fue en el tercero, una suerte de adagio que al que el ruso le dio un tono vital que falta en otras versiones. De nuevo hubo color y calor, estupendas pinceladas que conseguían vida propia. Precioso el planteamiento previo al clímax final, lleno de suspense y metiéndonos sin remedio en él, y majestuoso éste, sin necesidad de atronarnos. Aquí sí notamos ese duende de los grandes días. En el Lied final, la soprano Elsa Dreisig, con una voz atractiva e interesante, agudo brillante y en general con algo mas de peso que otras sopranos mas ligeras que lo frecuentan, exhibió buen bagaje técnico y una facilidad innata acompañada de buen fraseo y musicalidad para adentrarnos en la vida celestial y en sus placeres. Hubo química con la orquesta y el director y acabaron todos de manera sublime.
El público respondió de manera atronadora con vítores y aplausos repartidos por igual. El ambiente festivo fue a mas, y aunque nadie lo esperábamos, sobre todo después de una obra como ésta, el Sr. Jurowski y la orquesta nos sorprendieron una vez mas con una obra fuera de programa, completamente atípica, pero que tras la sorpresa inicial fue el colofón perfecto. El Aria de la Suite en re mayor de Johann Sebastian Bach, tocado por todas las cuerdas de forma majestuosa y bellísima. Probablemente los puristas presentes en la sala se habrán rasgado las vestidura pero solo se puede decir una cosa: ¡Que bien suena Bach tocado con 8 contrabajos!
Y así acabó este maravilloso primer concierto del ciclo internacional del Konzerthaus. Por momentos hubo duende y por momentos no, pero el nivel fue altísimo toda la velada. Disfrutamos como pocas veces, y el listón, de cara al resto de la temporada, se ha puesto muy alto. Estamos deseando superarlo.
Foto: Drew Kelley
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