Crítica del concierto de Vladimir Jurowski, Jan Lisiecki y la Sinfónica de la Radio de Berlín en Ibermúsica
Jurowski y su vasto repertorio
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 1-XI-2023. Auditorio Nacional de Música. Ibermúsica. Concierto B2. Serie Barbieri. Obras de J. Suk (1874-1935), S. Prokófiev (1891-1953) y S. Rachmaninov (1873-1943). Jan Lisiecki (piano). Rundfunk Sinfonieorchester Berlin. Vladimir Jurowski, director.
Asistimos muy interesados a un nuevo concierto de la Serie Barbieri de Ibermúsica, en un programa cuyos protagonistas fueron la ya legendaria -y centenaria- Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín [Rundfunk Sinfonieorchester Berlin] (creada en octubre de 1923) y su afamado director musical -desde 2017-, el ruso Vladimir Jurowski (1972), que cuenta ya con casi 30 años de carrera. Director muy solicitado, también es titular de la Bayerische Staatsoper de Múnich, desde 2021. Su repertorio es muy amplio, siendo además muy proclive a realizar grabaciones -algunas galardonadas por la crítica- con todas las orquestas en las que recala, ejercitando el género sinfónico, la ópera y el ballet, e intentando siempre hacer relucir algunas «perlas» de repertorios menos frecuentados.
Jurowski nos ofreció sus versiones del Scherzo fantástico, del checo Josef Suk, heredero con matices de los estilos de Smetana y Dvorak -que fue su mentor y suegro- y que desembocó por motivos vivenciales en un estilo propio muy cercano a una estética basada en el morbo y la muerte. También en la primera parte, se ofreció el complicadísimo y denso Concierto para piano n.º 2 de Prokófiev, en la interpretación del joven pianista canadiense de carrera en vías de madurez, Jan Lisiecki (1995), que a lo largo de las dos próximas temporadas se enfrentará al ciclo completo de los conciertos para piano de este músico exiliado -y luego regresado- de la URSS, de la mano del reconocido director austriaco Manfred Honeck (1958). Como fuerte aliciente de la segunda parte, se ofreció la Sinfonía n.º 3 del también exiliado Rachmaninov, aspecto que queda reflejado en el amargo sustrato de la obra, aunque ésta pendule de forma un tanto cíclica -a lo largo de sus movimientos- entre la tragedia, la nostalgia, la furia o la pura fantasía.
Las sucesivas acotaciones de sus tres movimientos -Lento, Allegro moderato, Allegro; Adagio ma non troppo, allegro vivace; Allegro, Allegro vivace, Allegro (Tempo primo), Allegretto, Allegro vivace- fueron perfectamente dibujados por el diseño de Jurowski, dando cuenta de la calma/vigor que albergan sus intrincados pentagramas, evidenciando un lenguaje tan personal como original, de un Rachmaninov que ya andaba alejado del puro romanticismo, y que basó a menudo su forma de escribir en los cambios de temperamento en concordancia con los cambios tonales, y en la creación de vasos comunicantes entre los sucesivos movimientos, que aparecen y desaparecen de forma dinámica.
El estilo de dirección de Jurowski es tan moderado como efectivo, subrayando con el gesto sólo aquello que tiene que ver con el carácter o con los juegos dinámicos, cuidando siempre de forma especial aspectos como las densidades sonoras y los acentos. Por cada sección, encontramos una dedicación expresa de lo que debe sobresalir o supeditarse, lo que permitió una escucha muy transparente, no olvidando nunca dejar en su sitio las partes melódicas y líricas. En el primer movimiento destacó la pureza en los acordes de las trompas, el recato de la percusión y la fluidez en las cuerdas, que siempre lucieron empastadísimas en toda la sinfonía, incluso en el registro agudo.
En el segundo movimiento, se exhibió por parte de la Rundfunk la ampulosidad de su sonido en el «tutti», contrastada con la mesurada aparición del concertino, al que luego se unen distintos instrumentos solistas. Quizá fuera la parte más «romántica», si bien Jurowski contemporizó adecuadamente la llegada del clímax que lo revuelve todo, así como el relajo posterior.
En el complejo último movimiento destacamos la variedad y la marcialidad de la rítmica, que Jurowski supo encajar con la «vuelta a casa» de la balsámica cuerda, los escarceos de varios instrumentos y la aparición -con autoridad- del saxofón, que marca el comienzo del final, administrado por síncopas y ataques muy secos, finalizando el conjunto de una forma explosiva que lo inunda todo. Indudablemente, como gran conocedor de este repertorio, Jurowski salió triunfante con su versión de esta multifacética sinfonía y el reflejo de su esencia, que no es otra que el apego al sentimiento religioso -ortodoxo, eso sí- y el desconocimiento de la propia patria -la rusa-, cuando es transformada en un «monstruo sovietizado». Como oportuna propina, el maestro fue continuista y no abandonó a Rachmaninov, ejecutando el energizante Preludio en do sostenido menor op. 3, n.º 2, en una orquestación del director de orquesta Sir Henry Wood (1869-1944).
Ya saben que no nos gusta dar datos biográficos de los artistas, porque cualquiera de nuestros amables lectores los puede encontrar, pero sorprende que Jan Lisiecki firmara con sólo 15 años un contrato en exclusiva con Deutsche Grammophon. Aun así, este joven pero ya bregado pianista ha reconocido públicamente la dificultad técnica de la ejecución de las cadencias de este concierto para piano y -a la vez- de saber y poder mantener un carácter oscuro, introspectivo, pero con profundidad, de acuerdo con la ambientación impuesta en algunos momentos por la orquestación, y de observar las acotaciones propuestas para los cuatro movimientos (Andantino, Allegretto; Scherzo: Vivace; Intermezzo: Allegro moderato; Allegro tempestoso).
Efectivamente, el comienzo fue ejecutado de forma aquilatada y expedita por parte de Lisiecki, quizá los únicos compases en los que pudo hacer uso del pedal, de forma que su discurso legato discurrió comunicativo y nunca martilleante. También resaltamos la presteza y limpieza en las digitaciones y un primoroso ajuste rítmico con las entradas y salidas de la orquesta, entendiéndose perfectamente con Jurowski. La sección de viento jugó a veces con el piano -y viceversa-, aunque luego ambos tendieron adecuadamente al «desquicie» que pide la partitura.
Las exigencias más técnicas llegan al principio -final del primer movimiento-, muy bien resueltas, y también más adelante -en el cuarto movimiento-, y hay varias veces en las que la orquesta calla para ponerlas más de manifiesto, incluida la destreza percutiva. Fue hacia el final, pero sobre todo cuando la orquesta también «se echa encima», cuando faltó algo de «furia» por parte del intérprete para conseguir una potencia de sonido aún mayor en el instrumento, dado que éste quedó un tanto «enterrado» en el balance entre ambos, y ello perjudicó también la expresividad, que debió ser mucho más ostensible. Aun así, el público premió con grandes tandas de aplausos, correspondiendo el artista con saludos repetidos y con una matizadísima propina, cual fue el Nocturno n.º 21 en do menor de Chopin interpretada de forma tan hipnótica como sugerente.
El concierto comenzó con el Scherzo Fantástico, op. 25, una obra de vistosas virtudes entre las que primamos la elegancia y su mayestático desarrollo. Jurowski consiguió una interpretación muy afín a la concepción de concertación «alla antica», con un carácter cambiante que sugiere el mundo mágico de la naturaleza, y que se va autoalimentando compás a compás para tomar postrero impulso a través de los metales y la percusión. También destacamos en la interpretación que se dibujaron muy adecuadamente los contrastes entre lo puramente melódico y lo más rítmico.
En suma, un concierto en el que pudimos corroborar la ya contrastada maestría de un director de la talla de Vladimir Jurowski, cuya carrera sigue in crescendo y del que cualquier orquesta desearía tener como director principal dado el vastísimo repertorio que ya domina. En este caso, los 100 años de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín se deberían celebrar sólo por el hecho de que incluyen una extensión de contrato con el director ruso hasta 2027. Diez años pueden dar mucho de sí en esta feliz unión. Esperamos poder estar pendientes de ello y disfrutarlos más adelante en sucesivas visitas a nuestro país.
Fotos: Peter Meisel
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