Por José Amador Morales
Salzburgo. 17-VIII-2017. Festival de Salzburgo. Alban Berg: Wozzeck. Matthias Goerne (Wozzeck), John Daszak (Tambor Mayor), Mauro Peter (Andrés), Gerhard Siegel (Capitán), Jens Larsen (Doctor), Tobias Schabel (Un obrero), Huw Montague Rendall (Un obrero), Heinz Göhrig (Un loco), Asmik Grigorian (Marie), Frances Pappas (Margret). Coro de la Staatsoper de Viena (Ernst Raffelsberger, director del coro). Orquesta Filarmónica de Viena. Vladimir Jurowski, dirección musical. William Kentridge, dirección escénica.
Alban Berg exprimió hasta la última gota la desolación en estado puro, sin visos de humana emoción, esperanza ni - para los que veníamos de Bayreuth - redención o compasión, del inacabado drama decimonónico de Georg Büchner para recrear musicalmente la demencial y oscura de Wozzeck, auténtico paradigma operístico del siglo XX. Y en esta justamente aclamada producción de William Kentridge (que ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2017), si cabe aún más desgarradora, expresionista y delirante. El impacto estético de la propuesta del director sudafricano, conocido por sus dibujos llevados al videoarte, es inmenso y hace abierta alusión al universo expresionista de manera continua y tan lograda como turbadora y opresiva. Y es que al salir de esta representación uno tiene la impresión de haber sobrevivido a toda una pesadilla de Otto Dix.
Una única escenografía con un a priori caótico y abigarrado aunque elemental atrezzo es el marco único de los tres actos de este Wozzeck que se ofrecía sin solución de continuidad. El ritmo visual y la fluidez dramática, además del ambiente asfixiante y decadente, lo imponían las proyecciones videográficas estáticas o en movimiento - muchas de ellas firmadas por el propio Kentridge - que iban situando o focalizando oportunamente cada una de las quince microescenas de la ópera de Berg. Por momentos también eran el medio para generar, si cabe, una mayor sensación de caos, saturación y desasosiego. Así, la sucesión de imágenes de guerra (en clara alusión al periodo de entreguerras: aquí la sombra de Dix, como señalábamos al principio, era muy alargada) muestran un universo, tanto interior-subjetivo como exterior-objetivo extremadamente convulso y violento. Una violencia ambiental directamente proporcional a la violencia del drama individual. Al mismo tiempo, una cuidada y sutilísima dirección de actores situaba a la perfección el entramado humano del drama. El baile de mutilados durante el vals o, en contraste, el vacío de la cromáticamente agresiva escena final sólo son dos ejemplos de la feliz coherencia visual, teatral y - como veremos a continuación - musical de esta producción.
En el apartado musical, la Filarmónica de Viena ofreció una versión orquestal de excepción, plena de maravillosos matices, especialmente en lo que atañe a la dinámica y sobre todo a la asombrosa e infinita paleta de colores. La refinada dirección de Vladimir Jurowski supo generar acertados claroscuros tímbricos, más que nunca en clara sintonía con lo que se “veía” en escena, en una lectura que acertó a extraer el lirismo intrínseco de la partitura.
En el papel protagónico, el ‘Wozzeck’ de Matthias Goerne con una voz que ha ensanchado notablemente en los últimos años, ganando en volumen (aun así hubo momentos en que fue difícil escucharle) aunque perdiendo aún más calidad en un timbre que, si siempre fue monocolor y mate, ahora aparece inevitablemente gastado y fracturado. No obstante su experiencia como liederista y depurado fraseador le llevaron a componer un digno retrato, muy plausible en lo actoral, del atormentado personaje. Si bien Asmik Grigorian acusó cierta falta de peso vocal en determinados pasajes de su ‘Marie’, ciertamente mostró una atractiva materia prima dotada de gran musicalidad y talento escénico. El resto del reparto se mostró acertado y homogéneo, siendo particularmente aplaudidos Mauro Peter como ‘Andrés’, Gerhard Siegel como el ‘Capitán’ y Jens Larsen como el ‘Doctor’.
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