Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 9-XII-2016. Auditorio Nacional, ciclo Ibermúsica. Dvorak: Concierto para violonchelo y Orquesta Op. 104. Mahler: Cuarta Sinfonía. Adolfo Gutiérrez Arenas, violonchelo. Sofia Fomina, soprano. London Philarmonic Orchestra. Director: Vladimir Jurowski
Nueva visita de la London Philarmonic Orchestra al ciclo Ibermúsica y otra muestra más del gran talento de su director titular Vladimir Jurowski, así como del gran nivel que muestra actualmente esta agrupación bajo su égida. Una orquesta moldeada a placer, en total sintonía y supeditada a la gran capacidad musical, clarividencia y sentido del mando de su titular.
En programa dos compositores nacidos en Bohemia que por mucho que se encuentren separados estéticamente, comparten unos orígenes, lo cual no se puede soslayar. El fantástico concierto para violonchelo de Dvorak, uno de los más emblemáticos para este instrumento, fue servido por Jurowski con una perfecta demostración de refinamiento tímbrico, exactitud, texturas diáfanas e impecable diferenciación de planos orquestales. Sobresaliente prestación de las maderas con una descollante flauta solista. Sin embargo, resultó decepcionante la interpretación del chelista español nacido en Munich Adolfo Gutiérrez Arenas, que mostró un sonido pobretón por volumen, presencia y brillo. Prácticamente inaudible en gran parte del concierto.
La Cuarta sinfonía de Mahler no reúne esos exacerbados contrastes, ni ese pesimismo existencial, de otras de sus hermanas. Construida alrededor de un lied preexistente (Das himmlische Leben) basado en un texto procedente de Das Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del muchacho) y que condiciona toda la sinfonía en su canto a los placeres de la vida celestial (“la dulce paz alejada de los alborotos terrenales”), que tiene su origen una canción popular bávara. Esta característica de haber compuesto los tres primeros movimientos condicionados a una creación ya existente, ha supuesto que se la tilde de la sinfonía más simple y “amable” de su autor. Una especie de llegada al paraíso que se plantea en los tres primeros movimientos y se plasma en el último.
A un paraíso sonoro nos condujo Vladimir Jurowski con su sentido de la construcción, su precisión, sus audaces rubati, sus contrastres dinámicos y una capacidad para moldear el sonido asombrosa, a una orquesta que flexible, dúctil y totalmente disciplinada se deja esculpir como un bloque de mármol ante un escultor renacentista. Realmente fascinante resultó el segundo movimiento, en el que las maderas dieron un paso más en la auténtica exhibición que prodigaron todo el concierto, así como una brillantísima prestación del concertino en representación de una cuerda sedosa, maleable y de gran refinamiento tímbrico. Aunque se ha atribuido en muchas ocasiones la interpretación del lied del cuarto movimiento a sopranos de escaso peso vocal, resulta más adecuada una lírica plena en la línea de Lisa della Casa, Elisabeth Schwarkopf o Margaret Price presentes en registros referenciales de la obra. En esta ocasión, la soprano rusa Sofia Fomina se encuadró en el grupo primeramente expresado; justita de centro y desguarnecida en el grave, se mostró, sin embargo correcta y musical en su canto.
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