Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de «Der Goldene Drache [El dragón de oro]» de Peter Eotvos en la Ópera de Cámara de Viena [Wiener Kammeroper]
Orden vs caos
Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena. Nueva producción del Theater an der Wien en la Wiener Kammeroper. 27-II-2023. Der goldene Drache (Peter Eötvös / Peter Eötvös basada en la obra homónima de Roland Schimmelpfennig). Camilla Saba Davies (La mujer joven), Christa Ratzenböck (la mujer de más de 60 años), Felix Heuser (El hombre joven), Hans-Jürgen Lazar (el hombre de más de 60 años). Peter Schöne (el hombre). Klangforum Wien PPCM Academy. Dirección Musical: Walter Kobéra. Dirección de escena: Jan Eßinger.
El prolífico compositor húngaro Peter Eötvös, es quizás el compositor de óperas más importante de finales del S.XX y principios del S.XXI junto al alemán Aribert Reimann, el belga Philippe Boesmans, la finlandesa Kaija Saariaho y el británico George Benjamin. Dos de sus trece trabajos escénicos, Tres hermanas y Ángeles en América, basadas la primera en la inmortal obra de Anton Chejov, y la segunda en la obra homónima de Tony Kushner donde retrataba los primeros años del SIDA, han alcanzado gran repercusión internacional. Hace unos años reseñamos aquí su estreno neoyorquino.
Un camino similar va recorriendo su undécima ópera, Der goldene Drache-El dragón de oro que desde su estreno en Frankfurt en junio de 2014, se ha visto ya en varias ciudades del Reino Unido y se estrenó en Austria en el Festival de Bregenz en 2015. Basada en la obra del mismo nombre del popular dramaturgo alemán Roland Schimmelpfennig, es una obra de tinte surrealista y disparatada con una enorme carga social.
Peter Eötvös se quedó prendado de ella cuando la vio en Budapest, a pesar de lo caótico, complejo y absurdo de una obra con más de cuarenta escenas, multitud de papeles y bastantes historias que se superponen. Así que se encargó de aclarar algo la trama, preparar el libreto, y reducir sus personajes a solo diecisiete, interpretados por cinco cantantes -dos femeninos y tres masculinos- donde nos encontramos a un chico chino sin permiso de residencia con un tremendo dolor de muelas que busca a su hermana desaparecida, a dos azafatas -Inga y Eva- siempre cansadas de su extenuante trabajo, a un anciano frustrado en el segundo piso que busca novia o a una hormiga trabajadora que obliga a la cigarra a prostituirse para darle comida. No solo eso. La sensación de caos no decae en ningún momento ya que los hombres interpretan a las mujeres, los asiáticos a los europeos, los ancianos a los jóvenes, y viceversa.
La trama principal de la obra sucede en la pequeña cocina del restaurante tailandés-chino-vietnamita Der goldene Drache, uno de los miles que nos podemos encontrar en cualquier ciudad europea, donde los trabajadores -todos chinos- son unos auténticos supervivientes que realizan sus tareas en las peores condiciones. El joven chino recién llegado a Alemania en busca de su hermana desaparecida tiene un dolor de muelas brutal pero al no tener ni papeles ni dinero no puede ir al dentista. Mientras tanto en el restaurante, las dos azafatas, Inga y Eva, se sientan a comer, y Hans, un vecino tendero, pide el mismo plato de siempre. En el piso de arriba, una joven visita a su abuelo, y posteriormente le cuenta a su novio que está embarazada. Todo ello se va entremezclando con una desgarradora recreación de la fábula de la cigarra y la hormiga. Ésta almacena comida y harta de ver como la cigarra no ha dado un palo al agua durante todo el verano, le niega la comida. Para que gane el dinero con el que comprársela, prostituye a la cigarra con otras hormigas, con el abuelo de la joven, y posteriormente con el joven novio, que frustrado ante el embarazo, la viola hasta matarla. En la trama principal, el diente del joven chino se ha vuelto negro y sus compatriotas deciden arrancárselo con una llave de tubo. Al extraerlo, el diente sale volando y cae en el wok. De ahí llega al plato de Inga. El chico se desangra poco a poco y finalmente muere. Como no pueden dejarlo en la cocina del restaurante lo arrojan al río desde un puente, y en la única escena realmente lírica de la obra, el joven chino nos relata un imaginario viaje de vuelta en el que debido a las corrientes marinas, su cuerpo sin vida bordea Noruega, Suecia, Rusia, Siberia y Japón para regresar a su China natal aunque sea simplemente como un esqueleto cubierto de algas. En el puente, Inga, la azafata, se para con el diente y lo tira al río.
El resultado es mitad irónico, mitad tormentoso, con una continua pose de amargura. Una obra compleja y difícil de hora y media de duración con multitud de sonidos ahora armoniosos ahora extraños que describen y acentúan de manera muy precisa los textos ahora declamados, ahora cantados de los personajes. Un sprechgesang continuo, bastante natural con viajes puntuales a los extremos superior e inferior. En fin, una profusión de universos sonoros diversos -parte de la percusión estaba en la parte trasera del piso superior- recreados de forma magistral por la Academia del Klangforum Wien dirigidos y concertados por Walter Kobéra, especialista en música contemporánea, de quien ya alabamos el pasado mayo la dirección del Enoch Arden de Ottmar Gerster, que ha realizado un estudio profundo y detallado de la partitura -la ha trabajado con el propio Eötvös que asistió al estreno- y ha levantado el armazón sobre el que se sustenta la ópera.
El director de escena Jan Eßinger utiliza la práctica totalidad del coqueto teatro de la calle Fleischmarkt. Sitúa a algunos figurantes de espaldas al público -al fondo del escenario- sentados frente a una cortina, mientras que la acción va progresando por todo el patio de butacas, a veces a escasos centímetros de la tuya -tremenda la escena de la extracción del diente solo un par de filas por delante-. La dirección de actores fue muy natural, permitiendo que cada cosa ocurra en su momento, sin necesidad de dramaturgias paralelas. Franz Tscheck diseña una iluminación acertada que por un lado permite separar las escenas y desarrollar la acción, y por otro deja espacio libre para que los cantantes se puedan cambiar de ropa para la siguiente escena. Siempre orden dentro del caos de la obra.
Los cinco cantantes solventan sus complejas papeletas de la mejor manera posible, bien es verdad que cuando te cantan a un par de metros la presencia vocal parece asegurada. Las tesituras, sobre todo en los roles femeninos, son tremendas - siempre en la zona de paso o directamente en el agudo-. La jovencísima soprano ligera anglo-japonesa Camilla Saba Davies hace una auténtica recreación tanto escénica como vocal del joven chino, con una emisión fresca y natural, y aprovecha su área final para demostrarnos que puede tener recorrido en otro tipo de papeles. La mezzo austriaca Christa Ratzenböck mostró amplio volumen y agilidad en el canto, siendo una excelente y despiadada hormiga. El tenor Hans-Jürgen Lazar, que ya participó en el estreno en Frankfurt, fue un hombre mayor de canto estentóreo y contundente, creíble escénicamente que solo se reprimía cuando interpretaba a una de las azafatas. En los mismos términos estuvo el barítono Peter Schöne como hombre y como la otra azafata. Por último, el tenor Felix Heuser fue el hombre joven, que estuvo muy convincente como la cigarra, la víctima de la ambiciosa hormiga.
El público acogió la propuesta de manera muy positiva, con aplausos y ovaciones que fueron especialmente sonoros para Walter Kobéra y Camilla Saba Davies. Y nosotros seguimos descubriendo obras de Peter Eötvös, el gran musico húngaro que nos hace disfrutar tanto en el orden como en el caos.
Fotos: Herwig Prammer
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