El Metropolitan recuerda a Victoria de los Ángeles esta noche dedicándole una función de Madama Butterfly en la fecha exacta del 65 aniversario de su debut
Por Marc Busquets Figuerola
(Fundación Victoria de los Ángeles)
Nada como elegir arbitrariamente un mes en la carrera de Victoria de los Ángeles en la década de los cincuenta para percatarnos del impacto que esta soprano ha dejado a lo largo y ancho de Estados Unidos. Así si cogemos, por ejemplo, el mes de marzo y primeros días de abril de 1952 podemos percibir el ritmo frenético de una carrera difícilmente igualable: el día 1 cantó en el Metropolitan Opera House de Nueva York Le nozze di Figaro con Cesare Siepi, el día 6 fue Butterfly en el mismo escenario con Giuseppe di Stefano, para ofrecer un recital el día 12 en el Hotel Statler de Boston, volver a cantar la condesa de Le nozze en Filadelfia el 18, ponerse en el papel de Mimí el día 22 de nuevo en Nueva York, ofrecer un recital el 25 en Washington D.C., cantar el mismo recital en Atlanta el 27, el 31 en Texas, el 3 de abril en Harrisburg (Pennsylvania), volver el 5 a Nueva York para cantar la Micaela de Carmen junto a Mario del Monaco y el 7 interpretar Manon junto a Di Stefano. Una intensidad artística que duró diez años, los comprendidos entre su debut en el Met el 17 de marzo de 1951 con Faust de Gounod al 29 de mayo de 1961, fecha en que realizó su última función con la compañía del Met: Martha de von Flotow junto a Richard Tucker en Toronto (Canadá).
¿Y qué pasó después? El 23 de julio de 1961 realizó su debut en Bayreuth con Tannhaüser dirigida por Wieland Wagner, que la descubrió cantando el rol en el Liceo de Barcelona, y además pronto la maternidad la sorprendió a los cuarenta años, la cambió y decidió que no quería pasar tantos meses fuera de casa. Aunque su relación con el público de los Estados Unidos, especialmente el de Nueva York, continuó pues realizó numerosos recitales hasta el último, en 1994 cuando encandiló a público y crítica en el Alice Tuly Hall de Nueva York con setenta y tantos años, nunca más volvió al Met. Fueron diez años que si se comparan con su larga carrera –del 1940 al año 2000- pueden parecer muy pocos pero que fueron intensos y marcaron tanto al público como a la cantante. Razón por la cual es un motivo de satisfacción por ambas partes que el Met quiera recordarla hoy, en la fecha exacta del 65 aniversario de su debut, dedicando la función de Madama Burttefly de esta noche a su memoria.
Hacía poco que había debutado en la Royal Opera House, en La Scala y L’Opéra de Paris, cuando en 1951 a una Victoria de 27 años le surgió la oportunidad de cruzar el Atlántico y debutar en el Met, que por aquel entonces se situaba en la calle 39 con Broadway en un edificio nada monumental por fuera pero exquisito por dentro. Poco antes, en octubre de 1950 se presentó en un recital en el Carnegie Hall obteniendo un éxito tal en el que se la bautizó como “The Golden Throat”. Pero embarcarse a la aventura americana suponía una serie de sacrificios en un época en que la comunicaciones eran limitadas. Así la soprano cada temporada empaquetaba sus baúles en Barcelona –que aún se conservan en la Fundación Victoria de los Ángeles- para instalarse durante muchos meses en Nueva York, unos períodos en los que tuvo que afrontar situaciones de todo tipo. Ella siempre procuraba volver para pasar las Navidades en casa, en Barcelona, indicando con grandes letras “a casa!” en sus agendas, pero la Navidad de 1957 tuvo que renunciar a ello cuando el por entonces director general del Met, Rudolf Bing, le pidió que substituyese a Renata Tebaldi en La Traviata la misma noche del 24 de diciembre. Victoria así lo hizo y el director le trajo a los Niños Cantores de Viena para que le cantasen villancicos antes del inicio de la función. Otra difícil situación también sucedió cuando en 1958 tuvo que volver rápidamente a Nueva York para cantar Otello muy poco después de la muerte de su padre.
Durante estos años también la volcánica Maria Callas dijo de ella que era “la única rosa en el estercolero del Metropolitan”, en unos momentos en que la diva griega estaba en plena guerra con Bing, pero que Victoria no dudó en defender a pesar de que sólo se saludaban. También Victoria fue la responsable de que Marian Anderson fuera tratada con el respeto que se merecía y no fuese discriminada por ser de raza negra cuando Victoria la llevó como su acompañante a una cena en el Warldorf Astoria de Nueva York a la que ella había sido invitada y en que las inmortalizaron en una foto junto a Margaret Truman, hija del presidente de Estados Unidos, lo que supuso un gran avance en los derechos para la propia Anderson. También de ésta época son las maravillosos films que Victoria grababa durante sus estancias en Nueva York y que han permitido perpetuar en el documental ‘Brava, Victòria!’ esta época única en que ella se alternaba en el Met con la Tebaldi y la Callas. Estas anécdotas son sólo algunas pinceladas que nos dan una idea de la categoría de la artista pero también de la persona.
Actualmente esta admiración sigue viva y de ella Joyce DiDonato ha dicho que le transmite “una entrega natural y una franqueza que me habla y que me enseña: su simplicidad es perfecta” o Renée Fleming, que cumple esta misma semana el 25 aniversario de su debut en el Met, opina que “hay sol en su sonido y sonrisa en su voz” en la que considera una de sus sopranos de referencia desde siempre. Un cariño que sigue vivo entre el público neoyorquino y que yo mismo experimenté en la etapa en que viví en la ciudad: al salir el nombre de la soprano en la conversación la reacción estándar siempre era “Oh Victoria!” en una mezcla de admiración, cariño y de agradecimiento de haber podido contar de forma fija con una artista de este nivel en la historia operística de la ciudad de Nueva York. Un relación que se culmina de forma justa con el bonito recuerdo que el Met le dedicará esta noche y que desde la Fundación Victoria de los Ángeles queremos agradecer de forma muy sincera.
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