Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto homenaje a Victoria de los Ángeles en el Teatro de la Zarzuela de Madrid
Loa a Victoria de los Ángeles por encima de todo
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 12-III-2024, Teatro de la Zarzuela. Homenaje a Victoria de los Ángeles. David Alegret, José Bros, Mariola Cantarero, Mercedes Gancedo, Airam Hernández, Nancy Fabiola Herrera, David Menéndez, María José Montiel, Josep-Ramon Olivé, Helena Resurreiçao, Ofelia Sala, Montserrat Seró, Carmen Solís y Miren Urbieta-Vega. Obras de Frederic Mompou, Antonín Dvorák, Joaquín Turina, Eduard Toldrá, Manuel García Morante, Federico Chueca y Joaquín Valverde, Pablo Sorozábal, Ruperto Chapí, Manuel Penella, Jaime Ovalle, Enrique Granados, Fernando Obradors, Joaquín Rodrigo, Francisco Asenjo Barbieri, Gerónimo Giménez, Rafael Calleja y Tomás Barrera, Wolfgang Amadeus Mozart, Xavier Montsalvatge, Ernesto Halffter, Léo Delibes y Georges Bizet. Orquesta Sinfónica “Victoria de los Ángeles”. Dirección musical: Pedro Pardo. Propuesta escénica. Marc Busquets.
La grandísima Victoria de los Ángeles no merece un homenaje, más bien cien o mil, y de duración ilimitada, además de una calle en cada ciudad española.
Hay una sutil, pero importante diferencia entre lo que es largo y lo que se hace largo. El caso es que, el evento que aquí se reseña realizado en colaboración con la Fundación que lleva el nombre de la insigne soprano se hizo demasiado largo con un programa caótico, unos cantantes entregados, pero que no sostienen más de tres horas de gala y una orquesta «de bolo» que no llegó a unos mínimos aceptables. Si bien la batuta de Pedro Pardo aportó entusiasmo, nervio e intentó poder un orden que se reveló imposible. El elemento escénico y de producción tampoco levantó el vuelo, no se pudo librar de algún fallo de video,e incluyó imágenes de videos caseros de la soprano, la lectura de una carta del director de orquesta Rafael Frühbeck de Burgos, la exposición de alguno de sus vestidos e incluso dos piezas completas en imagen cantadas por Doña Victoria, además de poder escucharla al comienzo hablando de su predilección por Pélleas de Debussy. Precisamente con esta obra se produjo su despedida de la ópera representada y se produjo en el Teatro de la Zarzuela, donde había cantado ya en 1947 y 1948, Manon, La Bohème –ambos títulos junto a Beniamino Gigli- y la Elisabeth de Tannhäuser que llevó al Festival de Bayreuth unos años después. No se puede olvidar la Charlotte de Werther en 1969 con el Maestro Alfredo Kraus. Asimismo, un recital junto al magnífico tenor Nicolai Gedda en 1992 y otro en solitario en 1994 con el que inauguró el ciclo de lied, sellaron las intervenciones de Dña. Victoria en el Teatro de la Zarzuela. Estas dos últimas tuve la suerte y el placer de presenciarlas y constituyen recuerdos líricos imborrables para que el que suscribe.
Helena Ressurreição
Por tanto, existen vínculos más que justificados entre la gran artista barcelonesa y el teatro que porta el nombre de nuestro género lírico. También es lógico que se intente cubrir los distintos repertorios que asumió Dña. Victoria, pero el programa resultó demasiado caótico. Imprescindible la canción en todas sus manifestaciones, incluida su ingente labor con la canción española –incluida la catalana- piezas que paseó por todo el Mundo y elevó a las alturas máximas, pues era una artista que se enfrentaba a todo tipo de música con la misma entrega, predisposición y exquisitez artística. De todos modos, se echó de menos la presencia de melodie francesa y lied alemán que la eximia soprano cultivó con profusión y enorme calidad. Escasa presencia de la ópera y mucha Zarzuela, lógico dado el coliseo en el que se ofrecía el evento, un género que Doña Victoria sólo cultivó a través de un magnífico disco con dirección de Frühbeck de Burgos y alguna que otra pieza que ofrecía como propina en sus recitales.
Dada la encomiable predisposición de los cantantes y el fundamental recuerdo a Dña. Victoria de los Ángeles y su grandeza artística y humana, el que suscribe intentará, en la medida de lo posible, valorar de forma concisa las numerosas intervenciones vocales, y destacar lo positivo que pudo escucharse.
Lo mejor de la velada en opinión del que esto firma, fue la interpretación por parte de Miren Urbieta-Vega de las carceleras de Las hijas del Zebedeo de Ruperto Chapí, por timbre sano, bello y esmaltado, de centro redondo y cremoso, así como canto de escuela, además de una intencionada expresión. El ilustre veterano José Bros lució su fraseo de gran clase en «No me quiere» de La Isla de las perlas y un vibrante «No puede ser» de La tabernera del puerto, que puso el teatro bocabajo, ambas de Pablo Sorozábal. Asimismo, Bros abordó con su bien torneado fraseo el dúo-pasodoble de El gato Montés. En este último fragmento junto a Mariola Cantarero, que compensó desgaste vocal con desparpajo y extroversión racial, incluida una curiosa forma “flamenca” de reproducir los melismas.
Entre lo mejor de la noche, hay que incluir también la romanza y vals de La tempranica, inspiradísimo pasaje de Gerónimo Giménez, que se benefició del timbre carnoso y atractivo de Carmen Solís, así como su templado canto.
Finura canora y musicalidad levantaron las intervenciones de la soprano Ofelia Sala, lejos ya de su mejor momento vocal y que asumió tres fragmentos: la hermosa Maig de Toldrá, la bella y misteriosa La maja y el ruiseñor de Granados y la espléndida «Porgi amor» que canta la Condesa de Las bodas de Figaro. Con esta pieza, la soprano valenciana evocó la enorme interpretación que realizaba Doña Victoria de dicho papel y que puede comprobarse en el registro en vivo de Nueva York 1952 bajo la dirección de Fritz Reiner.
Montserrat Seró
El bonito timbre de Mercedes Gancedo brilló en una sentida y bien cantada traducción de «Damunt de tu, només les flors» de Combat del somni de Mompou. Intensa expresión y sólida musicalidad fueron las armas de Nancy Fabiola Herrera en sus intervenciones, destacando el dúo de La revoltosa, en el mismo escenario en el que la canaria cantó este inmortal sainete en 1992 y la segunda romanza de Salud de La vida breve. Otro papel memorable de Doña Victoria inmortalizado en diversas grabaciones, como las dirigidas por Eduardo Toldrá y Rafael Frúhbeck de Burgos, o el vivo del Royal Albert Hall con la batuta de Jean Martinon. El Felipe del dúo fue el barítono David Menéndez que dotó de intención a sus acentos en el monólogo «Sou cego» de la ópera Babel 46 de Xavier Montsalvatge. Modos liederísticos con timbre modesto y escasas aristas en su compuesto fraseo, el mostrado por el también barítono Josep-Ramon Olivé en las canciones populares catalanas de Manuel García Morante.
Poco más que entusiasmo pudo transmitir David Alegret en los dos pasajes de L’ombra del lledoner-A la sombra del Almez de Eduardo Toldrá, pues su escasa proyección y modestia tímbrica tampoco encontró complicidad en un sonido orquestal sucio e indomable, de trazo muy grueso y ayuno del mínimo empaste. No le faltó extroversión al tenor canario Airam Hernández que, con sendos atuendos tan originales como extraños, aportó bonito timbre en el ciclo poema en forma de canciones de Joaquín Turina sobre textos de Ramón de Campoamor, mientras se mostró más incómodo en el Adiós Granada de Los emigrantes. María José Montiel, por su parte, cantó con buen gusto una de las seis canciones portuguesas de Ernesto Halffter, así como Azulao de Jaime Ovalle, que fue recibida con una ovación de un público que siempre la ha tenido en estima y terminó la gala con la habanera de Carmen de Bizet.
La rozagante juventud estuvo presente en el evento a través de la soprano Montserrat Seró, de deslumbrante presencia y que encarnó desde el pasillo central del pato de butacas una desenvuelta Menegilda y la mezzo, de modesta entidad tímbrica, pero canto correcto, Helena Resurreiçao.
Al final, el elenco completo interpretó fuera de programa el chotis del Eliseo de La Gran vía de Chueca y Valverde.
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
Mariola Cantarero y José Bros
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