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Crítica: Víctor Pablo Pérez dirige la 'Segunda sinfonía' de Mahler en Barcelona

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Autor: Albert Ferrer Flamarich
11 de octubre de 2017

SEGUNDO HITO MAHLERIANO

   Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona. 7-X-17. Palacio de la Música Catalana. Sinfonía núm. 2 “Resurrección” de Mahler. María Espada, soprano. Anna Alàs mezzosoprano. Coro Madrigal. Polifónica de Puig-Reig. Orquesta Sinfónica del Vallés. Víctor Pablo Pérez, director.

   Es preocupante que uno de los mejores conciertos que la Orquesta Sinfónica del Vallés ha ofrecido a lo largo de su larga trayectoria -especialmente en las últimas temporadas- y con una obra tan exigente y excepcional como la Sinfonía resurrección de Mahler, el Palau de la Música Catalana no colgase el cartel de “agotadas”. Y más con uno de los mejores directores españoles como Víctor Pablo Pérez. Alguna cosa no funciona en la promoción y difusión de un proyecto y una temporada que, más allá de las alabanzas institucionales de cada rueda de prensa, merece también una atención más responsable que la demostrada por la crítica de nuestro país.

   El esfuerzo de programar la Segunda de Mahler por una orquesta de recursos privados, de una plantilla como la OSV y la implicación del gran constructor de orquestas que es Víctor Pablo Pérez dejaron más de un cuarto de hora de aplausos después de una interpretación intensa, bien concebida y con puntos de emotividad.

Savia constructora

   Desde la ortodoxia y un carácter expositivo pero con efectos personales, Víctor Pablo partió de un concepto unitario que, sin desdibujar ni extremar la parataxis de la escritura mahleriana, asumía la variabilidad idiomática con un sonido de conjunto satisfactorio. Con él no es la ultraprecisión la que se esfuerza en conseguir garantías, sino la claridad constante y un color, unas dinámicas y unas tensiones cambiantes y, por lo tanto, expresivas con unas voces y correspondencias internas en las que lucen las familias instrumentales con evidente deleite.

   Su capacidad para modelar la obra desde la polaridad tchaikovskiana claramente definida (dramatismo y nostalgia, tragedia y felicidad no real) del primer movimiento a la proteica afirmación salvífica final enmarcaron los movimientos globalmente más logrados: el segundo, lírico y esbelto, y el tercero, hábil también en el snetido del color y del ritmo, bien fraseado y con el toque justo de levedad. Hay que destacar la cuerda grave (violas especialmente), los jóvenes oboes y corno inglés, la energía de algunas marchas y fanfarrias. Y la ausencia de paroxismo en cataclismos como el precedente a la reexposición en el movimiento inicial; o en algunos ritenutos como el del crescendo de la percusión antes del desarrollo del quinto movimiento.

Intervención vocal

   Entre las pocas carencias al margen de algunas texturas perfectibles, hay que citar un inicio falto del color velado de las trompetas en el coral de cuarto movimiento. También un “Mit Flügeln” más cercano a una simple repetición en cada cuerda que a una expansión orgánica hacia el tutti, un órgano poco presente y un “Aufersteh’n” climático ligeramente gritado. Algo que no desmerece ni la interpretación de la sinfonía ni la convincente labor del Cor Madrigal y de la Polifònica de Puig-Reig en conjunción, afinación, dicción y contraste de dinámicas. El apartado vocal lo complementaron dos solistas tímbricamente contrastadas, homogéneas en el centro y en el agudo, de pulcritud en ataques y linealidad en el fraseo como la cristalina María Espada y la mórbida Anna Alàs. Esta ofreció un Urlicht bien modelado en la colocación de las notas y una sección central más cercana al lied popular que a la oración.

   Por cierto, en otro apartado tocará reflexionar sobre si la reducción orquestal firmada por el difunto Gilbert Kaplan empleada en el concierto es un demérito para la sinfonía y su efecto de gran acontecimiento implícito, o si el hecho de que Mahler empleara una orquesta gigantesca, más allá de responder a puntuales aciertos de orquestación y de expresividad, derivan hacia un posible simulacro -en clave de Baudrillard- más que a una necesidad real de los medios. La duda es lícita si se juzgan los resultados del concierto y la labor de Kaplan.

Foto: Juanma Peláez

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