Por Albert Ferrer Flamarich
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 11/VI/16. Von Schillings: preludio de Mona Lisa. Strauss: Concierto para trompa y orquesta núm. 1. Musorgsky-Ravel: Cuadros de una exposición. Stefan Dohr, trompa. OSV. Víctor Pablo Pérez, director.
La OSV cerró su temporada sinfónica en el Palau de la Música Catalana con una asistencia menor de lo estimable en un programa que por repertorio, por intérpretes y por méritos artísticos fue de los mejores de los últimos tiempos. La orquesta rubricaba de esta manera una etapa de innegable crecimiento en la que Víctor Pablo Pérez siempre ha aportado una homogeneidad y una cohesión fehacientes al sonido de conjunto. Algo a potenciar la próxima temporada y uno de los retos del futuro nuevo titular James Ross.
Como escribió un crítico catalán ya retirado y referente mío, Víctor Pablo es de aquellos concertadores que hay que escuchar con los ojos porque su gesto informa de lo que pasa, pasará o debería de pasar propiciando reflexiones aleccionadoras. Sin batuta, con un gesto entendedor como pocos y basado en el movimiento de muñeca, defiende su propuesta con argumentos sólidos, poco discutibles y unos resultados que como mínimo generan admiración. Con Víctor Pablo no es la ultra-precisión la que se esfuerza para alcanzar garantías, sino la claridad constante y un color, unas dinámicas y unas tensiones cambiantes y, por tanto, expresivas con unas voces y correspondencias internas que hacen brillar las familias instrumentales con deleite. Si el preludio de la ópera Mona Lisa de von Schillings fue la prueba, los Cuadros de una exposición de Musorgsky fueron la constatación. La primera, por cierto, es una página pos wagneriana muy bien escrita y abordada con intensidad, expresividad y equilibrio entre pasión y firmeza entre los meandros melódicos y los cambios de trama en las texturas. Las notas del programa de mano no citaban ni la fecha del estreno.
Entre Schillings y Musorgsky el Concierto para trompa núm. 1 de Strauss figuraba como otro concierto en la, a menudo, reclamada variedad del repertorio de la OSV. La economía de trabajo se notó en un sentido expositivo de la obra más exigente de lo que parece para la orquesta. El dominio absoluto (fraseo, afinación, fiato y dinámicas) de Stefan Dohr, solista de la Filarmónica de Berlín, quedaba redondeado con el bis de Messiaen en el que saltos interválicos, contrastes de registros, pianísimos extremos con peligrosos glissandi eran más que un cúmulo de efectos y exhibición técnica escrita desde la austeridad del siglo XX. Sencillamente brillante.
En Mussorgski las intenciones, el juego de colores y los diálogos entre secciones se percibían claros. Víctor Pablo Pérez es un constructor de orquestas que deja tan bien anotadas las ideas durante los ensayos que solo cabe esperar que se cumplan durante el concierto. Entre los detalles más significativos cabe destacar el fraseo de “El viejo castillo”, de difundida melancolía y destacando pasajes de las violas; la frondosidad de las cuerdas en un crescendo de gran orquesta sinfónica erigido por una percusión marcadamente trágica en “Bydlo”; los acordes penetrantes y abismales de las “Catacumbas” y las proporciones casi brucknerianas por amplitud, sonoridad llena y emocionante, muy emocionante, de “La gran puerta de Kiev”, que corroboraban que las visitas del director burgalés a la OSV extraen lo mejor de esta orquesta en diversos niveles: entrega absoluta y el resultado, memorable y fuertemente ovacionado. La Cuarta de Mahler programada para el próximo otoño despierta mucho más que ilusión.
Foto: Juanma Peláez
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