Crítica del recital de Vicente Amigo en el Festival de Jazz de Barcelona
Hechizo y hondura
Por Xavier Borja Bucar | @XaviBorjaBucar
Barcelona. Palau de la Música. 2-XII-2022. LIV Festival de Jazz de Barcelona. Vicente Amigo (guitarra), Antonio Fernández (segunda guitarra), Ewen Vernal (bajo eléctrico), Paquito González (percusión) y Rafael de Utrera (cante).
El crítico lo sabe todo porque no informa, sino que relata, es más narrador que informante y, como narrador, es –vale decir– omnisciente siempre, solo puede jugar a desconocer. Ello no significa que el crítico, sin excepción, esquive el error, omita el olvido o rechace el desliz. De hecho, yo mismo me doy cuenta de que estas líneas iniciales se están deslizando peligrosamente hacia un atolladero y trataré de remediarlo con eficacia, aunque no prometo nada. Ya sabrán ustedes que prometer, como informar, es una forma de subordinación y yo no tengo intención de ofrecerles, amables lectores, semejante espectáculo. Menos todavía cuando me traen aquí Vicente Amigo y compañía, y el flamenco, ese arte de la honda intimidad que se sustrae no a la palabra, pero sí al corsé de la razón, porque su lengua es la que dice el sentido como sentimiento y no lo confunde con significado.
En la sala del Palau de la Música –ese lugar donde la belleza se derrama hasta imponerse sobre una incomodidad obstinada– daban las nueve, la hora estipulada, y el público seguía llegando para acomodarse, pero pocos minutos bastaron para que las luces se apagaran y Vicente Amigo apareciera con la única compañía de su guitarra. Entre aplausos calurosos, tomó asiento en la silla central, se acomodó la guitarra en su regazo y comenzó a tocar o, como dicen mejor franceses e ingleses, a jugar. Solo, en la multitudinaria intimidad del auditorio modernista que lo recibía por enésima vez, Amigo se buscaba y se encontraba con prodigiosos punteos y rasgueos, correteando por los recovecos de las sonoridades frigias mientras implicaba todo su cuerpo, casi en danza con el instrumento. Y cuando el público ya hubo reconocido al virtuoso, a las seis cuerdas se le sumaron las palmas tímidas de Juanito González y Ewen Vernal y el hechizo se consumó, al final, con la ovación de un público ya entregado. Había empezado el concierto.
Las pocas líneas informativas del programa del concierto prometían «unas cuantas sorpresas» y ese misterio lo desveló Amigo antes del cuarto tema de la noche, cuando anunció la presentación de algunas partes de su nuevo álbum, todavía inédito. Esos temas nuevos ocuparon la parte central del concierto y Amigo los quiso compartir con el público de una manera informal, familiar, «sin ensayar ni na», como confesó el propio guitarrista, con la mera y suficiente complicidad de sus músicos. Esas nuevas creaciones denotaron una tendencia hacia la introspección, al mismo tiempo que una voluntad, por parte del guitarrista cordobés, de curiosear en espacios sonoros aparentemente menos afines. Ejemplo de ello fue el noveno tema del concierto, de tintes claramente jazzísticos y con una progresión lenta, pero obstinada, donde la guitarra de Amigo entabló diálogo con el bajo quejumbroso de Ewen Vernal. Ahora bien, Amigo no renuncia nunca a la melodía recordable. La música del cordobés –sevillano de nacimiento– se cimienta siempre en una genial inspiración melódica, y acaso ese don explique mejor que nada el enorme poder de seducción de Amigo, cuya música concita a un público mucho más amplio que el que forman los aficionados al flamenco.
Ese don melódico, por supuesto, atravesó el concierto entero, pero fue especialmente ardiente en una de los temas nuevos, el octavo del concierto. Un tema instrumental en el que, más allá de Amigo, lució especialmente Juanito González al cajón, mientras que, por contrapartida, la segunda guitarra de Antonio «Añil» Fernández volvió a ser prácticamente ninguneada por el equipo de sonorización, como lamentablemente ocurrió durante todo el concierto.
El repertorio inédito fue salpicado, a lo largo de la noche, con varios temas clásicos de la amplia discografía de Amigo, desde los Tangos del Arco Bajo del álbum Un momento en el sonido, con los que se estrenó en el concierto la formación entera, hasta el taurino Las cuatro lunas de Memoria de los sentidos, pasando por Autorretrato, de Paseo de Gracia. Fue en esos temas donde especialmente brilló con luz propia el cante de Rafael de Utrera. Aire y arena tamizan el timbre de este cantaor sevillano que sorprendió por su voz desacostumbradamente aguda y que desgranó cada frase con una rara combinación de hondura y fuego.
La noche se cerró con una propina, el Réquiem, ese recuerdo de Amigo al maestro Paco de Lucía, de quien el cordobés no solo ha heredado el talento, sino también un peculiar dandismo que no se cifra solo en la apariencia y que remite también a cierta actitud, despreocupada y solemne a un tiempo, pero he dicho al inicio que mantendría la compostura, así que me detengo antes de desbarrar y vuelvo al Palau. Allí, en los últimos compases del Réquiem, los músicos abandonaron el escenario, ya casi en penumbra, dejando al maestro acabar en la íntima soledad con la que había empezado a jugar.
A las 22:39 terminó la música. Por algún tiempo seguiría todavía el hechizo.
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