Crítica de Pedro J. Lapeña Rey de Verlobung im traum -Compromiso en un sueño-, de Hans Krása en la Ópera Antonin Dvorak de Ostrava
Reparación histórica
Por Pedro J. Lapeña Rey
Ostrava, 16-XI-22, Národní divadlo Moravskoslezské. Verlobung im traum – Compromiso en un sueño (Hans Krása / Rudolf Fuchs). Lucie Hilscherová (Marja Alexandrovna), Veronika Rovná (Zina), Irena Parlov (Nastasja), Pavol Kubán (Príncipe), Jorge Garza (Paul), Anita Jirovská (Barbara), Hana Dobešová (Sofia Petrovna), Roman Vlkovič (Archivero), Jiří Blažek (Sirviente 1), Jiří Dvořák (Sirviente 2). Orquesta y coro del Teatro Nacional Moravia Silesia. Dirección Musical: Marek Šedivý. Dirección de escena: Jiří Nekvasil
En julio de 1990, en el marco de la Copa del mundo de fútbol que se celebraba en Italia, tuvo lugar el legendario concierto de «Los tres tenores» con Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras. Meses después, la edición en disco y en video del evento se convirtió en el mayor éxito de ventas de música clásica a nivel mundial, superando todo lo conocido hasta ese momento. Decca fue el sello que los editó, y se planteó en que podía invertir los enormes beneficios que le reportó. Michael Hass, uno de sus productores estrella y el responsable técnico de los Solti, Abbado, Mehta o nuestra Alicia de Larrocha, por poner solo algunos ejemplos, llevaba tiempo investigando sobre la música que el régimen nazi había prohibido y que había desaparecido de las salas de conciertos y en muchos casos de las bibliotecas desde mediados de los años 30, la llamada «música degenerada». La propuesta que elevó a sus directivos de recuperarla salió adelante, lo que nos permitió durante la segunda mitad de los años 90 conocer y admirar muchos trabajos de compositores judíos, comunistas o simplemente que componían música dodecafónica, que llevaban 60 años en el olvido, ya que tras el final de la Segunda guerra mundial, ni el establishment musical francoalemán ni las condiciones políticas al otro lado del telón de acero -muchos de ellos eran o tenían algún tipo de origen judío - permitieron levantar.
Hans Krása y Erwin Schulhoff fueron dos ellos. Ambos nacieron ciudadanos del Imperio Austrohúngaro, en lo que hoy es el territorio de la República Checa. Ambos participaron en la independencia de su país, y también ambos compartieron su triste destino, el primero en Terenzin, el campo de concentración modelo con el que los nazis para engañaban a la Cruz Roja haciéndolo pasar por un lugar ideal donde se respetaba a los internos y a la cultura, y que solo era un alto en el camino hacia las cámaras de gas de Auschwitz, y el segundo en la prisión de Wülzburg. En unos días reseñaremos Flammen del segundo. Ahora nos centramos en el primero.
Hans Krása fue alumno de Alexander von Zemlinsky y de Albert Roussel, y por tanto, su música tuvo influencias tanto de Gustav Mahler o Arnold Schonberg como del Grupo de los seis. Aunque solo era medio judío y nunca fue lo que podemos considerar un vanguardista, no le sirvió de mucho y su vida fue cercenada a los 45 años, en plena madurez tanto personal como profesional. Compuso Verlobung im traum – Compromiso en un sueño, su obra más importante, entre 1928 y 1930, con libreto en alemán de Rudolf Fuchs y Rudolf Thomas, basado en la novela El sueño del tío de Feodor Dostoievski, una especie de comedia de enredo con cierta intriga que sucede en un pequeño pueblo ruso en el S.XIX donde sentimientos como el amor verdadero, la astucia o la envidia están a la orden del día. La obra se estrenó en el Teatro alemán de Praga (la Státní opera actual) en 1933 de la mano del legendario George Szell con bastante éxito e incluso fue emitida por la Radio Checa. La subida de Adolf Hitler al poder impidió el estreno en Berlín que pretendía hacer Erich Kleiber, y la obra se consideró perdida hasta mediados de los 70. En 1994, la Opera estatal de Praga la repuso en coproducción con la Opera de Manheim pero desde entonces, solo un producción más en la Opera estatal de Karlsruhe en 2014. Así que con estas representaciones en Ostrava no solo podemos hablar de acontecimiento sino de reparación histórica.
El Teatro Nacional de Moravia-Silesia en Ostrava no suele estar en los circuitos internacionales, pero visto lo visto, quizás tengamos que ir cambiando poco a poco el chip. El teatro gestiona cuatro compañías artísticas (ópera, teatro, opereta/musical y ballet), presenta cerca de 500 funciones anuales con cerca de 20 estrenos y tiene tres escenarios permanentes. Dentro de su programación artística destacan varios ciclos, a uno de los cuales nos referiremos en otro artículo próximamente. Otro de ellos, el que nos atañe ahora, es el Terezín opera cycle en el que, durante 3 años, además de esta obra de Hans Krása, el teatro va a recuperar obras de Viktor Ullmann y Pavel Haas, que corrieron la misma suerte.
La función se llevó a cabo en el coqueto Teatro Antonín Dvořák. Construido a principios del S.XX en estilo neo-barroco ha sufrido varias reformas integrales. Su discreto tamaño -menos de 600 localidades- y su excelente acústica le hacen ideal para las voces, y menos para la orquesta ya que el foso no permite muchos instrumentos.
Como hemos dicho, la ópera se basa en un cuento -sin mayor trascendencia- de Dostoievski que sitúa la acción en un pequeño pueblo de la Rusia profunda del S. XIX, pero la historia de la guapa Zina, enamorada de su novio Fedi y a la que quieren casar con un príncipe anciano y rico -ya sabemos obviamente para qué- es universal y podría haber sucedido en cualquier país y en cualquier momento histórico.
La bellísima música de Krása es muy original, con una línea de canto bastante compleja y un atractivo fascinante. La suntuosa orquestación bebe directamente del postromanticismo de Mahler, Zemlinsky o Richard Strauss, pero como la de muchos de sus contemporáneos del periodo de entreguerras, también encontramos retazos del atonalismo schonbergiano, del radicalismo de Janáček o Stravinsky, y como no, también de la música popular. De la norteamericana, ese jazz que también vemos en la Francia de Ravel, o de la centroeuropea, esa música de cabaret que arrasó el continente en los felices años 20. Por momentos hay texturas orquestales que recuerdan a Puccini y en otros tenemos curiosas disonancias marca de la casa. Además, dentro del drama hay espacio para la comedia. En un alarde de humor y surrealismo, el compositor ofrece a Zina un momento de lucimiento con el aria «Casta diva» de Norma de Bellini, al que unas distorsiones y unos alardes polifónicos le dan un atractivo especial. La vena cómica también está presente en varios fragmentos como cuando todo el elenco suspira con el ataque de gota del príncipe. En fin, una obra que si ya nos atrajo en la grabación de Decca, se supera en el teatro.
Desde el punto de vista escénico, el director Jiří Nekvasil y el escenógrafo Daniel Dvořák dan en el clavo con una producción moderna pero completamente respetuosa tanto con el espíritu de la música de Krása como con la obra de un Dostoyesvki omnipresente en escena, tanto con un cuadro suyo en la parte delantera del escenario como en el ballet del segundo acto, con sus seis integrantes llevando máscaras gigantes del dramaturgo ruso. También tenemos presidiendo la escena el cuadro El lector de Dostoyevski del pintor cubista moravo Emil Filla, el «Picasso checo». La imagen del hombre desplomado y con la cabeza hacia atrás es el símbolo de Feda, el profesor amante de Zina, enfermo terminal recluido es su pequeña casa hasta la muerte. El resto es un divertido collage donde incluso los movimientos de los paneles, atractivamente decorados, tienen su sentido. El dinamismo y el humor son constantes a lo largo de la representación, y lo que es más importante, no necesita “libro de instrucciones”.
Musicalmente hablando, la versión de Marek Šedivý supo mantener un acertado equilibrio entre la parte más dramática de la obra, donde el pulso operístico tuvo la tensión necesaria sin decaer en ningún momento, con la vena cómica y jazzística, santo y seña de la ópera. Tanto el fraseo suntuoso como el correcto acompañamiento a los cantantes fueron una constante, y lo único que echamos en falta, él no nos lo podía dar. La obra pide una orquesta -cuerda principalmente- más copiosa que la que literalmente cabe en el foso del teatro Antonin Dvorak.
También contamos con un elenco vocal más que adecuado, que además se beneficia de las reducidas dimensiones del teatro. En el papel principal de la bella Zina, la soprano Veronika Rovná mostró una voz homogénea en todos los registros, sobre todo en el superior donde Krasa le exige mucho. Desde el punto de vista dramático, la Sra. Rovná clava el personaje trágico de una joven hierática que detesta cualquier cosa que no sea estar con su Feda, su novio enfermo que finalmente muere. La mezzosoprano Lucie Hilscherová, de voz redonda con cierta agilidad, borda escénicamente el personaje de Maria Alexandrovna, la madre de Zina que quiere engañar al príncipe.
El barítono Pavol Kubáň interpretó un Príncipe de bello timbre baritonal, de gran interés tanto vocal como escénico. Su voz fluye natural, con una línea de canto atractiva, y su manera de recitar y de frasear, fueron muy estimables.
Una agradable sorpresa descubrir al tenor mejicano Jorge Garza en el papel de Paul, el primo diplomático del príncipe, intrigante al igual que Maria Alexandrovna, que busca una salida airosa para romper el compromiso entre el príncipe y Zina. Con una vena cómica divertidísima, el Sr. Garza tiene un material de calidad, canta con gusto y nos ganó con su gracia y carisma.
El bajo Roman Vlkovič exhibió sus medios robustos cantando con enorme nobleza el papel del archivero del pueblo, que abre y cierra la obra enmarcándonos los hechos «que hace años ocurrieron allí».
Tanto el resto del elenco como el coro femenino que interpretaron a «las chismosas del lugar» cumplieron con creces y el público se mostró más que satisfecho al terminar la velada con sonoros aplausos.
En un último guiño a la historia, producción y elenco viajaron varios días después a Praga para ser interpretadas el domingo 20 en la Státní Opera, la Ópera de los estados, uno de los tres escenarios del Teatro Nacional de Praga, dentro de su serie «Música non grata». Casi 90 años después, la obra volvió a las tablas donde se estrenó.
Fotos: Martin Popelář
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