Por Yolanda Quincoces
Si plantea la pregunta “¿cuándo surgió la ópera?”, es probable que la respuesta que obtenga sea “en el año 1600 en Florencia” (hace ya tiempo que se ha admitido la Euridice de Peri como el primer ejemplo del género y no la más conocida Orfeo de Monteverdi). Sin embargo, si nos paramos a pensar qué tienen de parecido aquella primera ópera y la ópera actual, habremos de admitir que las similitudes se limitan al hecho artístico: una obra dramática cantada en la que participan un compositor, un libretista, varios cantantes, una orquesta de mayor o menor tamaño, etc.
Si, por el contrario, pensamos en los aspectos que rodean a la producción, las diferencias no pueden ser mayores. Aquella primera ópera, cantada en su totalidad, era una obra encargada para una boda real, un acontecimiento irrepetible concebido con el objetivo de complacer a la pareja y a los invitados. Algo bastante diferente del concepto moderno de ópera como espectáculo de ocio para asistir al cual el único requisito imprescindible es poder pagar el precio de la entrada.
Por lo tanto, si lo que queremos es buscar los orígenes de la ópera tal como la entendemos hoy en día, tendremos que trasladarnos unos pocos años y unos cuantos kilómetros hasta Venecia en el año 1637, cuando una compañía de músicos liderada por Benedetto Ferrari y Francesco Manelli presentaba por primera vez una ópera con fines comerciales (además de artísticos), en un teatro público y cobrando entrada. La ópera se titulaba Andromeda y sería la primera de una larga serie de producciones que convertirían a Venecia en la sede mundial del nuevo género. Sería en esta ciudad donde la ópera tomaría forma y donde definiría sus características, para luego ser exportada a Italia y a Europa.
Antecedentes: la ópera de corte
El 6 de octubre del año 1600 se dio en Florencia un acontecimiento festivo excepcional: la boda de Enrique IV de Francia con Maria de Medicis. Dicho evento estuvo rodeado de una serie de espectáculos y entretenimientos de diversas clases, entre los que destaca (desde el punto de vista de la musicología actual) la puesta en escena de la primera ópera: la Euridice de Jacopo Peri y Ottavio Rinuccini. Durante los primeros años del siglo XVII, las diferentes cortes italianas se fueron haciendo eco de este nuevo género, como forma de ostentación y de demostración del poder de nobles y monarcas. Uno de los ejemplos más significantes es el Orfeo de Claudio Monteverdi y Alessandro Striggio, obra estrenada en la corte de Mantua en 1607. Tras propagarse por el norte de Italia, la ópera adquirió cierta estabilidad en Roma, donde, a pesar de no haber corte, el papa Urbano VIII estableció esta tradición en su entorno de forma bastante regular, de nuevo con una intención ostentatoria.
La ópera cortesana estaba concebida como un acontecimiento único, irrepetible, destinado a la celebración de un evento social, político o religioso y contaba para ello con un presupuesto casi ilimitado por parte de la corte que la encargaba. No fue hasta los años 30 del siglo XVII cuando algunos músicos comenzaron a ver la ópera como una posible fuente de ingresos, lo que supondría un giro radical en la forma de concebir este espectáculo e, incluso, en la misma ópera. Y esto no sucedería en Florencia ni en Roma, sino en Venecia.
El primer experimento: Andromeda
En el carnaval de 1637, una pequeña compañía liderada por los compositores Benedetto Ferrari y Francesco Manelli y que contaba con seis cantantes (incluida la mujer de Manelli, Maddalena), alquiló el veneciano Teatro San Cassiano, (que había sido cerrado en 1633 al ser destruido por un incendio) para representar en él una ópera, Andromeda, con música de Manelli y basada en un libreto de Ferrari. Ambos músicos habían tenido contacto con la ópera en Roma y ya el año anterior (1636) la misma compañía había representado el torneo Ermiona, en Padua. El teatro fue alquilado directamente por la compañía a la familia Tron, propietaria del mismo, que lo había usado anteriormente como teatro de comedia hablada. Tan sólo un mes después de la representación de Ermiona esta poderosa familia ya había acordado con la dicha compañía la reapertura del teatro como “teatro de musica qual se prattica in più parte per lo diletto de l’insegni pubblici”.
La importancia de Andromeda se debe a que fue la primera ópera representada para un público que había adquirido una entrada. La primera ópera “pública”, en el sentido de que cualquier persona capaz de pagar el precio de la entrada podía asistir a la representación. También es novedoso el hecho de que la ópera no respondía a ningún encargo (como la ópera cortesana), sino que había sido ideada por la misma compañía ejecutante, que había cargado con los gastos de la producción y la organización de la misma. Es decir, se trataba de una compañía prácticamente autosuficiente, si bien es probable que aceptara cierta ayuda económica por parte de la familia Tron. Ferrari, además de escribir el libreto, tocar la tiorba y, probablemente, dirigir la orquesta, actuó como empresario, una figura fundamental de la ópera veneciana que se encargaba de la organización del espectáculo, tanto en lo económico como en lo artístico.
El espectáculo fue un éxito que quedó registrado mediante la publicación de un libreto que, además del texto del drama incluía entusiastas descripciones sobre las funciones, la escenografía y el vestuario. Un auténtico escaparate publicitario para la compañía y para el nuevo género.
Primera página del libreto de Andromeda de Benedetto Ferrari, 1637
1637-1645: La carrera de los teatros
El éxito de Andromeda animó a la compañía del San Cassiano a programar otra ópera al año siguiente: La Maga Fulminata, de nuevo con música de Manelli y texto de Ferrari. A partir de entonces, la actividad operística de este teatro fue muy intensa. Sin embargo, la inestabilidad de un negocio que daba sus primeros pasos provocó que la organización del teatro pasara por al menos cinco compañías diferentes desde su apertura en 1637 hasta 1660.
Muy pronto otras poderosas familias venecianas quisieron formar parte de la nueva moda operística, como lo había hecho la familia Tron. En el año 1638 abre sus puertas el Teatro SS. Giovanni e Paolo, propiedad de la familia Grimani, construido alrededor de 1635 y reconocido casi hasta finales de siglo como el teatro más cómodo y bello de Venecia. El nuevo teatro se inauguró en la temporada de 1639 con dos óperas producidas de nuevo por la compañía de Ferrari y Manelli (que se había trasladado desde el San Cassiano): Delia, con libreto de Giulio Strozzi y música de Manelli, y Armida, escrita y compuesta por Ferrari. Mientras, en el teatro San Cassiano, una nueva compañía dirigida por Francesco Cavalli, ponía en escena su Le Nozze di Teti e di Peleo (con libreto de Persiani).
En 1640, otro de los clanes nobles de la ciudad, la familia Zane, inauguraba un tercer teatro operístico: el Teatro San Moisè. Al igual que su predecesor, se estrenó con dos óperas: la Arianna de Monteverdi (libreto de Rinuccini) e Il pastor regio de Ferrari. Si sumamos las producciones llevadas a cabo por los tres teatros, la cifra asciende a un total de cinco óperas por temporada, número que se mantendría más o menos constante hasta 1645, año en que los todos los teatros tuvieron que clausurarse debido a la guerra con los turcos.
Hasta el inicio de la guerra todavía se abriría un teatro más dedicado a la ópera en Venecia, el último de esta frenética carrera: el Teatro Novissimo. Tenía ciertas peculiaridades en comparación con los otros tres teatros abiertos hasta el momento. Para empezar no era un teatro reconvertido sino que era de nueva planta (de ahí el nombre) y había sido construido específicamente para representar en él ópera. Además, no pertenecía a una única familia sino a un grupo de nobles bastante amplio conectado con la Accademia degli Incogniti, institución fundada en 1630 que contaba con importantes miembros de la clase política veneciana así como con numerosos intelectuales que quisieron participar en el desarrollo del nuevo género (algunos como libretistas, otros como empresarios). El citado teatro tendría una vida corta (pero artísticamente muy relevante), pues no volvería a abrir sus puertas tras el cierre general de los teatros en 1645.
La primera producción del Teatro Novissimo, La finta pazza (1641), se convertiría en el mayor éxito alcanzado hasta el momento por el género, hasta el punto que definió en gran parte las características de lo que sería la ópera a partir de entonces. Con música del compositor Francesco Sacrati, el libreto había sido elaborado por el miembro de la academia Giulio Strozzi. Una de las claves del éxito de la ópera fue el aspecto escenográfico, visualmente impresionante, en manos del famoso escenógrafo Giacomo Torelli a quien debemos una gran cantidad de avances técnicos en este ámbito. Además, esta ópera encumbraría a la soprano Anna Renzi, que se convertiría en la primera prima donna de la historia.
¿Por qué en Venecia?
No es una mera coincidencia que fuera precisamente en Venecia donde se instalara definitivamente la ópera. Es muy poco probable que el género hubiera alcanzado tanta fama de intentarse el experimento en otro lugar. Y es que el ambiente de la mítica ciudad era idóneo para la ópera por varios motivos.
En primer lugar, Venecia se diferenciaba del resto de ciudades italianas en cuanto al clima de libertad que se vivía en la república. Una libertad tanto política como religiosa, que propiciaba la realización de numerosas actividades lúdicas y todo tipo de espectáculos extravagantes, siendo el más importante de ellos el carnaval. Este ambiente estaba favorecido por el hecho de que no existía una corte ni un monarca, sino que el sistema político estaba organizado en diversos organismos a los que se les atribuían funciones diversas, si bien la mayor parte del poder estaba concentrado en el patriciado. Políticamente, además, Venecia se jactaba de una estabilidad sin precedentes, pues la república, fundada en el año 421 era ya más longeva que la antigua Roma, de la que se declaraba sucesora.
En Venecia se daban cita comerciantes de todo el mundo, era la puerta entre el mundo oriental y el occidental, una ciudad cosmopolita y exótica que volcaba todo su lujo y ostentación en el aspecto teatral, muy importante en el ceremonial político y civil. El patriciado era poseedor de un capital financiero muy importante pues participaba de la rica vida comercial de la ciudad y estaba dispuesto a invertirlo en el mundo del espectáculo, para su propia diversión, para demostrar su poder y, sobre todo, para su enriquecimiento personal.
Por otra parte, existía una tradición teatral muy importante de comedia hablada (commedia dell’arte), lo que suponía dos ventajas. Por un lado la existencia de unas infraestructuras aprovechables para la ópera (los primeros teatros eran teatros de comedia hablada reconvertidos) y, por otro, la disposición de un público ya acostumbrado a ir al teatro, que era una parte fundamental de la vida social veneciana.
Joseph Heintz el Joven: La Plaza San Marcos en Carnaval (s.XVII)
Finalmente, la que era la atracción turística más importante de la ciudad, que cada año atraía a alrededor de sesenta mil visitantes, doblando así la población habitual: el carnaval. Durante las fechas del carnaval se daban cita innumerables espectáculos, bailes de máscaras, juegos, desfiles, entre los que la ópera se integró a la perfección como una muestra más del poderío y majestuosidad de Venecia. La presencia en estas fechas de un público amplísimo y deseoso de presenciar cuantas más excentricidades mejor, fue una de las claves del éxito de la ópera.
Los temas representados en la ópera estuvieron, en gran parte, en concordancia con el tono de opulencia y ostentación general, contribuyendo en buena parte al afianzamiento del “mito de Venecia” durante este siglo. Basados en relatos mitológicos, historias de la civilización romana o la guerra de Troya, buscaban siempre conectar los grandes acontecimientos narrados con la grandiosidad de la ciudad que los acogía.
La ópera como negocio
La ópera veneciana, entendida como espectáculo comercial, necesitaba de un entramado organizativo mucho más complicado que el de la ópera cortesana. Para llevar a cabo una producción era necesaria la colaboración de un gran número de personas así como un aporte económico cuantioso (sin ninguna garantía). En muchos casos, no sólo no se conseguían ganancias sino que el dinero invertido a priori no se recuperaba tras las funciones. Esto provocaba una gran cantidad de deudas para el teatro, que sólo podían saldarse con la organización de un nuevo espectáculo (suponiendo que éste fuera más lucrativo), lo que, en parte, garantizaba la continuidad del género.
La figura central del negocio operístico durante el siglo XVII es el empresario, normalmente un personaje individual que se encargaba de la organización de la producción en prácticamente todos sus aspectos. Muy habitualmente actuaba como inversor, es decir, aportaba una cantidad de dinero (en general bastante importante) de su bolsillo para afrontar los gastos de la producción. El riesgo económico era, por tanto, suyo. Además, el empresario era el encargado de contratar a los artistas (compositor, libretista, cantantes, bailarines, escenógrafo, orquesta…) así como a los operarios necesarios para las funciones. Suya era también la gestión del teatro, que normalmente alquilaba a una familia noble. No hay que olvidar que, a pesar del nuevo carácter comercial de la ópera, ésta seguía funcionando como reflejo de un poder político, no ya el de un monarca, sino el del patriciado veneciano.
La familia dueña del teatro así como otros muchos nobles y personas pertenecientes a la clase alta de la ciudad contribuían al negocio mediante el alquiler de los palcos para toda la temporada operística. Era ésta la mayor fuente de ganancias y la más segura. También era posible adquirir entradas de parterre, zona principalmente ocupada por turistas y algunos ciudadanos, en su mayoría de clase alta. En este sentido, no es del todo acertada la idea de la ópera veneciana como ópera popular, pues eran realmente pocos los miembros de las clases populares que asistían a las funciones.
En cuanto a los artistas, normalmente eran contratados por temporadas, aunque los teatros intentaban conseguir contratos a largo plazo con los músicos más relevantes para asegurarse el éxito de las producciones. Fue el caso de Cavalli, que estuvo empleado en el Teatro San Cassiano desde 1639 a 1650. Un caso aparte era el del libretista, pues sus beneficios provenían de la venta de los libretos cuyos gastos de impresión, por otra parte, debía financiar él mismo.
El hecho de que, en las primeras décadas del siglo, cuatro teatros de ópera estuvieran a la vez en activo (cifra que se doblaría en la segunda mitad del XVII) dio lugar a una feroz competencia y a la creación de estrategias para atraer al público a las nuevas producciones. En este aspecto es muy importante el uso frecuentísimo de la publicidad, especialmente a través de los libretos, como en aquel primero de Andromeda, que alababan el aspecto visual de las producciones. La contratación de los cantantes era uno de los puntos más importantes de la producción de una ópera, pues de éstos dependía el éxito o fracaso de la misma. Los teatros intentaban asegurarse la presencia de estrellas internacionales para atraer a la mayor cantidad de público posible y en ellos se gastaban cantidades de dinero muy superiores a las que recibía el compositor. Siendo Cavalli el compositor mejor pagado de la ciudad, los cantantes más importantes ganaban hasta seis veces más que él (ni que decir ya de los músicos de la orquesta).
Ya que del público dependía que un teatro se mantuviera o que tuviera que cerrar sus puertas, desde el principio se adquirió la estrategia de adaptar los espectáculos al gusto de los asistentes. Esto influyó también en las características intrínsecas de la ópera, que fueron definiéndose y estandarizándose a lo largo del siglo hasta adoptar unas fórmulas que garantizaran su éxito. El público también exigía una renovación constante del repertorio, de los temas, los decorados y el vestuario, clave para evitar el estancamiento y favorecer el desarrollo del género.
Las bases de la ópera moderna
En conclusión, es cierto que el negocio de la ópera ha evolucionado y que son muchas las diferencias que nos separan de aquellos primeros ejemplos venecianos, pero también es cierto que esa primera semilla fue la base para el desarrollo de un género y de un modo de organización que se han mantenido en sus rasgos principales hasta la actualidad. El sistema organizativo de la ópera comercial en Venecia durante el siglo XVII supuso un cambio trascendental en la forma de ver éste género. El hecho de convertir un espectáculo privado y al alcance de muy pocos en una actividad pública basada en criterios económicos fue la clave para el mantenimiento y desarrollo de la ópera, que, de no ser así, probablemente habría desaparecido, limitada a una corta serie de funciones cortesanas que no tuvieron continuidad.
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