Crítica de Raúl Chamorro Mena de los dos conciertos ofrecidos por Vassily Petrenko, Esther Yoo, Narek Hakhnazaryan y la Royal Philharmonic Orchestra en el Auditorio Nacional de Madrid para Ibermúsica
La Royal Philarmonic a toda vela con Vassily Petrenko
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 19 y 20-IV-2023. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. 19-IV-2023: Finlandia, Op. 26 (Jean Sibelius). Concierto para violín, nº 1, Op. 26 (Max Bruch). Esther Yoo, violín. Romeo y Julieta, selección de las suites 1 y 2 (Serguéi Prokófiev). 20-IV-2023. Concierto para violonchelo, Op. 104. (Antonín Dvorák). Narek Hakhnazaryan, violonchelo. Sinfonía Manfredo, Op. 58 (Piotr Illisch Tchaikovsky). Royal Philarmonic Orchestra. Director: Vassily Petrenko.
A pesar de la ilustre relación de directores titulares –Rudolf Kempe, Antal Dorati, André Previn… entre otros-, empezando por su fundador en 1946 Sir Thomas Beecham, la Royal Philarmonic Orchestra se ha considerado habitualmente como la de menos calidad de las cuatro grandes orquestas inglesas con sede en Londres. Sin embargo, actualmente, desde que ha asumido su titularidad un notable director musical como Vassily Petrenko, han cambiado las cosas, ya que la Philarmonia Orchestra y la London Philarmonic las comandan ahora mismo, músicos de escaso interés en opinión de quien esto firma.
La Royal Philarmonic, habitual en el ciclo Ibermúsica, comenzó el primero de los dos conciertos previstos en esta nueva comparecencia en el ciclo, con Finlandia de Jean Sibelius, especie de himno no oficial del referido país nórdico y con el que el genial músico encauzó el patriotismo finlandés frente al control ruso. Lo logró sin recurrir al folklore tradicional del país asumiendo que esta pieza fue fundamental en la historia de la lucha por la libertad de Finlandia como himno de la victoria. Brillante resultó la interpretación por parte de Petrenko al frente de una Royal Philarmonic de sonido compacto y poderoso, aunque faltó algo de tono épico y sobró algo de aparato sonoro.
La presencia de la música de Max Bruch (1843-1907) en las salas de concierto se reduce a dos obras concertantes para violín, su Concierto nº 1, que es una de las obras emblemáticas del repertorio para dicho instrumento y la Fantasía escocesa. Sin llegar a las calidades, por supuesto, del primer concierto, a mí me gustaría escuchar alguna vez el muy estimable número 2, pero parece una quimera.
La violinista estadounidense Esther Yoo, que compareció anteriormente en el ciclo en 2019 con el concierto de Tchaikovsky bajo la dirección de Vladimir Ashkenazy, es actualmente primera artista residente de la Royal Philarmonic y afrontó el concierto nº 1 de Bruch, que ha grabado con la agrupación, con seguridad, solidez técnica e impecable afinación. La violinista de origen coreano extrae de su Stradivarius un sonido de respetable volumen y amplitud, aunque ni bello ni singular, incluso algo duro. A su discurso, impecablemente musical, le faltó fuerza expresiva, calor y personalidad. Su sensibilidad y cuidado fraseo brilló especialmente en el bellísimo segundo movimiento, en el que lució la mejor arma de Yoo, la cantabilitá. Tanto la violinista como la batuta de Petrenko –impecable y colaboradora- supieron evitar el exceso de azúcar que a veces, aparece en este segundo capítulo del concierto. El allegro fue enérgico, como está marcado, tanto por parte de la orquesta como de la violinista, que demostró suficiente destreza y dominio del arco. Las ovaciones del público fueron premiadas con una propina, Souvenir d’Amerique de Henry Vieuxtemps, de especial lucimiento virtuosístico –dobles cuerdas, staccati, rebotes de arco, pasajes vertiginosos-, aunque se me antoja una elección no muy adecuada, pues la Yoo resultó correcta, sólida, pero no deslumbrante como virtuosa, que es, precisamente, lo que pide esta pieza.
A causa de los constantes aplazamientos de su magnífico ballet Romeo y Julieta, Serguéi Prokófiev extrajo dos suites orquestales del mismo antes de que, por fin, viera la luz en 1940 y una tercera posteriormente.
Petrenko y la Royal Philarmonic ofrecieron una selección de las dos primeras suites redondeando una estupenda interpretación. El gesto tan claro como elegante del director ruso y su sentido de la organización se impusieron desde el primer momento en una labor en la que, además de un aquilatado sonido orquestal y transparencia en las texturas, supo contrastar la espectacularidad algo inquietante de la marcha de los caballeros con la agilidad de los pasajes más danzables y que se sintiera plenamente la factura dramática de la muerte de Tybalt. Buen nivel de la Royal philarmonic en la que destacó especialmente la magnífica cuerda, brillante, empastadísima, flexible y aterciopelada.
Como propina y, al mismo tiempo, gesto hacia la audiencia madrileña, Petrenko y la orquesta ofrecieron el Grand pas espagnol del ballet Raymonda de Alexander Glazunov.
El concierto del día 20 comenzó con el concierto para violonchelo más emblemático e interpretado, el de Antonín Dvorák, una obra con acentos heroícos y una orquestación exuberante. Es importante subrayarlo a la horar de valorar la actuación del solista convocado, que sustituía al inicialmente previsto Truls Mork, y concluir, que el violonchelista armenio Narek Hakhnazaryan no puede con la obra. Efectivamente, su sonido es pobretón, sin brillo, volumen y redondez, además de limitado de registro. Todo ello mediatizó su interpretación, teniendo en cuenta, la obra a la que se enfrentaba. Hakhnazaryan demostró gustó y musicalidad, destacando en los pasajes legato, aunque la afinación no fue irreprochable y una de las escalas del primer movimiento, en el que se encontró muy forzado, se situó fuera del marco tonal. Lo mejor del chelista armenio llegó en el Adagio, en el que se impuso su sensible musicalidad y cuidado fraseo con bellos diálogos con el clarinete, si bien se oía mucho más a este último que al propio solista. La falta de pujanza y mordiente del violonchelo solista se puso de relieve nuevamente en el Finale, en el que perdió totalmente la batalla con la orquesta, que sonó brillante, suntuosa, especialmente la cuerda, bajo la dirección clara y enérgica de Vassily Petrenko. Al igual que el día anterior, sólo cabe lamentar alguna estridencia de los metales.
Bellísimo detalle de Narek Hakhnazaryan, al tocar como propina música española. En concreto, el final de la Suite para violonchelo solo de Gaspar Cassadó. Una obra espléndida que, desgraciadamente, se oye muy poco. Sin la orquesta detrás, Hakhnazaryan pudo lucir sus virtudes y certificó su mejor momento de la noche.
Entre sus sinfonías cuarta y quinta, Piotr Tchaikovsky crea una gran obra programática, de importante duración, basada en el poema dramático Manfred de Lord Byron. Eso sí, no le concedió número como Sinfonía y se trata de una obra original, extraña, dentro de su catálogo, en la que es complicado encontrar esas melodías marca de la casa y que ha suscitado contrastadas valoraciones. Asimismo, Manfred ha estado muy lejos de gozar de la popularidad de otras obras del genial músico ruso, que, sin embargo, sí comparte el tormento interior con el héroe solitario y angustiado que la protagoniza.
Las maderas más graves, así como la cuerda, densa y oscura abrió apropiadamente el Lento lugubre, que constituye el primer movimiento y nos relata al solitario Manfred vagando por los Alpes. La técnica de Petrenko le permite construir adecuadamente y contrastar con el vivace del segundo capítulo, en el que se aparece al protagonista el Hada de los Alpes y con ello un mayor colorido orquestal y el recuerdo del Mundo del ballet, tan fundamental en Tchaikovsky. Las maderas, también fundamentales en su música, brillaron especialmente en los movimientos tercero y cuarto junto a la magnífica cuerda, brillante, empastada, sedosa, de la orquesta. Petrenko aplicó energía a la bacanal para poner fin a la sinfonía con una mezcla de gravedad y serenidad en la muerte de Manfredo.
Las ovaciones del público fueron premiadas con la misma propina que el día anterior, un chispeante y vivaz Grand pas espagnol del ballet Raymonda de Alexander Glazunov.
Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica
Compartir