Crítica del concierto de Vasily Petrenko y Javier Comesaña con la Sinfónica de Castilla y León
Un director diferencial
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 16-06-23. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Obras: Obertura de la ópera El holandés errante, Concierto para violín en mi menor, op. 64 de Mendelssohn y Concierto para orquesta, Sz. 116 de Bartók. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Vasily Petrenko. Solista: Javier Comesaña, violín.
Llegó el momento de interpretar el Concierto para orquesta de Bartók y surgió el mejor Vasily Petrenko; ese director que, al margen de tener una profunda formación, posee algo más, intangible, que solamente les pertenece a unos pocos. Y ahí estaba la Orquesta Sinfónica de Castilla y León para dar respuesta precisa a las exigencias del maestro y sacar a relucir la tímbrica, ritmo y colores de una obra magistral, que precisa por igual de la orquesta en su conjunto y de sus solistas. Todo eso se percibió desde un inicio breve, fluido, al que seguiría un tema cambiante, la estridencia del trombón, el tema del oboe, el solo de trompa, los colores de trompas y trompetas, la variedad de las maderas intercambiando sonidos o el cambio de timbre que proporciona la entrada de las arpas. Lo grave e indefinido quedó bien patente en el tercer movimiento. La música se engrandecía con el uso de las dinámicas y los acentos, con el hecho de que los instrumentos más que entrar repentinamente parecían sumarse al sonido ya preexistente para volver a salir de la misma forma. Se creó una llamativa variedad de atmósferas, entre un inicio serio y un vivaz final, en un recorrido que conjugó ciertas simetrías con un desarrollo. En resumen, se alcanzó de manera tan eficaz como sugerente la variedad y originalidad de la partitura.
El concierto comenzó con la wagneriana Obertura de la ópera El holandés errante. La propuesta resultó más decididamente inclinada hacia lo rotundo que lo poético. Lo que se percibió sobre todo en los metales y en su tajante manera de expresar, electrizante, la fuerza de un mar enfurecido. Eso no quita para que, aunque en menor grado, surgiera con claridad el tema de Senta o la danza de los marineros. Se dio relevancia al color de cada una de las secciones instrumentales.
En el Concierto para violín de Mendelssohn intervino el violinista Javier Comesaña. Un joven talento que ha irrumpido con fuerza en el mundo profesional de la música. Su Mendelssohn fue claro, nítido en la melodía, con una marcada tendencia a cuidar el sonido y su fraseo. Indudable la estilización y el virtuosismo alcanzado durante la obra, así como el grado de solvencia en la cadencia del primer tiempo, que pone a prueba a cualquier solista. A partir de ahí al intérprete le queda margen para profundizar en la obra, para variar más las texturas, en resumen, para enriquecerla. Y eso le permitirá alcanzar un punto más de pasión y variedad expresiva, con lo que, por ejemplo, llegados al segundo movimiento no solo logrará presentar la ensoñadora melodía, sino que podrá profundizar en sus texturas. En la cadencia, ya reseñada, demostró una subrayable facilidad de ejecución, con lo que consiguió que brotara el sonido de manera pura, sin tensiones. La orquesta estuvo ahí con el solista, permitiéndole respirar con pausa, buscando que su sonido fuera lo más protagonista posible y no perdiera el carácter delicado, aunque se pudo producir una relación más prolífica. Fuera de programa Javier Comesaña se decantó por la Giga de la Partita nº3 para violín solo de Juan Sebastian Bach
La actuación de Vasily Petrenko evidenció que es un director singular, con una capacidad especial, reservada a unos pocos, lo que se puso de manifiesto de manera clara en la interpretación de la obra de Bartók.
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