La Voz de Asturias (Domingo, 6/02/11)
UNA TEMPORADA ENTRE TRISTANA Y TRISTONA
La 63 Temporada de Ópera de Oviedo finalizó ayer sábado con la última representación de "Tristán e Isolda" de Wagner, una ópera realmente complicada de producir que ya se ha programado en el Campoamor dos veces en los últimos tres años. El Tristán ha sido el último título y también el de mayor calidad del ciclo, gracias al excelente trabajo de dirección musical realizado por Guillermo García Calvo al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y a un elenco de intérpretes de verdadero lujo, que habría hecho de las casi cinco horas de duración una verdadera "obra de placer total" para los sentidos si no fuera porque el discreto trabajo escénico de Alfred Kirchner se empeñó en repetir los mismos errores que ya mostrara en la temporada 2007-08. En general, el año ha transcurrido entre las habituales luces y sombras que parecen haberse establecido en el Campoamor desde hace algún tiempo, más agravadas si cabe por el actual contexto de crisis económica.La temporada dio comienzo en septiembre con una nueva producción de "L'incoronazione di Poppea" de Monteverdi que se desarrolló entre virtudes y defectos. Patricia Urquiola se estrenó en el género con un trabajo precioso de ver, pero sus diseños resplandecían más por sí mismos que por su adecuación a la obra. Sagi y Urquiola unieron sus grandes talentos sin lograr casar continente y contenido, como si la salsa de la producción, entre acuosa y aceitosa, no terminase de fusionarse del todo. Forma Antiqva ofreció una apasionada y densa versión musical de la mano de Kenneth Weiss. Del reparto gustó el trabajo de Sabina Puértolas, una Poppea muy sensual aunque afectada en exceso; pero no el Nerone de Max Emanuel Cencic, demasiado crispado y amanerado. También llamó la atención el Ottone de Xavier Sabata y la vis cómica de José Manuel Zapata.
"Il Trovatore" de Verdi fue el título más flojo del año. La producción de Gilbert Deflo se esperaba entre crónicas de un fracaso anunciado tras el discreto resultado obtenido en el Liceo de Barcelona, pero aparte de que su minimalismo estuviera muy mal planteado y completamente fuera de lugar, lo peor llegó de la mano de Julian Reynolds, un director totalmente inconsciente del estilo verdiano, que propuso una lectura ingenua, superficial y falta de carácter, que convirtió la obra de Verdi en un producto artificial, melifluo y falto de consistencia técnica. Del reparto sólo destacó el Coro de la Ópera, que ha realizado una temporada realmente maravillosa. Elisabetta Fiorillo mostró sus mejores cualidades exprimiendo el drama, pero cantando parecía haber perdido muchas de sus virtudes de antaño. Dalibor Jenis sacó adelante el papel con garantías, pero fue un Conde de Luna frío y, desde luego, con clara tendencia a engolar. Hui He fue una Leonora generosa en escena, pero con un "vibrato" poco agradable y con carencias en el agudo. "Katia Kabanova" de Janácek dejó un recuerdo gris. Maximiano Valdés afrontó una partitura muy complicada con las garantías a que nos tiene acostumbrados, pero su versión estuvo muy lejos de sobrecoger, quizás porque no logró adentrarse en la especial expresividad de la obra, de una fuerza dramática que, desde luego, hubiera necesitado de un mayor nivel de exigencia sonora de la OSPA y un más claro y depurado sentido del estilo del autor. La dirección de escena de Tim Albery acompañó con sensatez, pero resultó más eficaz que meritoria. Lo mejor de la producción fue el reparto lírico, que mantuvo un notable nivel durante toda la función, aunque los escasos aplausos recibidos no hiciesen del todo justicia a su destacado trabajo. En resumen, una "Tormenta" de saludable expresividad, pero muy lejos de la perfección. Después de tanto minimalismo y oscuridad opresiva, la producción ideada por Daniel Slater para "El elixir de amor" de Donizetti supuso un verdadero soplo de aire fresco para la temporada. Slater ideó una puesta en escena bastante diferente del original, aunque inteligente, que supo adaptar, no sin dificultad, algunas inconsistencias respecto al libreto. El resultado gustó sin conquistar, quizás más por el contraste con lo anterior que por sus propios méritos, que los tuvo. La dirección musical estuvo a cargo de José Miguel Pérez Sierra, que obtuvo una versión de gran energía y atractivo expresivo, pero sin el debido control. La Oviedo Filarmonía parecía ir por un lado y los cantantes por otro, generando una dinámica bastante incómoda que, a decir verdad, marcó para mal el resultado musical. Del reparto sobresalió el trabajo de Giorgio Surian, aunque el más aplaudido fue el encantador tenor jerezano Ismael Jordi, gracias a una participación muy inteligente y decorosa. Por su parte, Patrizia Ciofi defraudó. En general, ninguno de los cinco títulos se pueden celebrar como un éxito absoluto para una temporada que estuvo muy lejos de ofrecer momentos líricos tan destacados como aquel inolvidable y monumental "Scherza infida" de Alice Coote en el "Ariodante" del 2009. De entre las propuestas escénicas destacó el trabajo de Emilio Sagi, que aún sin casar del todo bien con la historia resultó meritorio, y el de Daniel Slater, que resultó fresco e inteligente " ma non troppo" . Entre los directores musicales sólo sobresalió el trabajo de Guillermo García Calvo. En fin, una temporada que dejó ver virtudes con demasiados "peros".
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