Una entrevista de Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda / Traducción: Paula Villanueva
Valentina Lisitsa (Kiev, Ucrania, 1973) es una de las pianistas más mediáticas del panorama actual. Con una importante presencia en las redes, su canal de YouTube es un referente para muchos músicos jóvenes. La pianista pasó por Madrid para afrontar un reto musical sin precedentes: interpretar, en una misma tarde, los cuatro conciertos para piano y orquesta y la Rapsodia sobre un tema de Paganini del compositor Sergei Rachmaninov. Llegamos al Auditorio Nacional minutos antes de que finalizase el ensayo general con la Orquesta Nacional de España bajo la dirección musical de Ramón Tebar. Discretamente situados en un rincón de la sala sinfónica esperamos a que finalice el tercer movimiento del Concierto nº3. Al finalizar, la orquesta abandona poco a poco el escenario, pero Lisistsa no se separa del maravilloso Bösendorfer. Continúa repasando pasajes de las obras una y otra vez. Cuando nos recibe, a las seis y media de la tarde, lo hace con una sonrisa y una energía inauditas, como si no llevase sentada al piano desde las nueve de la mañana.
¿Por qué Rachmaninov? ¿Por qué no Beethoven, o Bartok, o cualquier otro? Háblenos de la motivación para esta increíble hazaña musical y pianística.
Deberías preguntar a la orquesta, porque yo creo que con Beethoven ya se había hecho, alguien lo había tocado ya [todos los conciertos para piano en una única sesión], pero nunca con Rachmaninov. Yo ya había grabado Rachmaninov y me siento cercana a su música, por lo que creo que era una elección natural. Debo reconocer que cuando cerramos la fecha para el concierto, no me di cuenta de que sería en una única noche, más bien creía que serían dos noches o así. Para las orquestas y los directores puede ser más habitual, puesto que pueden tener que enfrentarse a largas óperas de Wagner, por ejemplo, que rondan las tres horas de duración, pero para mí es algo nuevo.
¿Sabría decirme cuántos pianistas han hecho esto antes, interpretar las cinco grandes obras concertantes de Rachmaninov en una única sesión?
Creo que nadie. Es una locura [risas].
Algo de lo que me he dado cuenta a medida que conozco a más y más pianistas es que cada uno es un mundo. Háblenos de su rutina de trabajo y del tiempo que emplea para prepararse profesionalmente.
Hay que encontrar tiempo para estudiar. Cuando lo tengo, suelo trabajar diez, doce, hasta catorce horas si lo necesito. Es comprensible con algunos autores como Liszt, que dan lugar a conciertos largos. Además, no es inusual tener programados cinco o seis conciertos diferentes [para piano y orquesta] en un mes más dos recitales. Eso hace sus buenas seis horas de música, de modo que si trabajas todas las piezas despacio no hay tiempo suficiente. El fin de semana hay que levantarse pronto y tocar otras diez horas hasta que los vecinos se vuelven locos [risas]. No, en serio, podría tocar más. Los dos últimos años viví en París, donde mi rutina habitual era levantarme, tomar café, y a las nueve comenzar a tocar. Si a las once de la noche no paraba, los vecinos llamaban a la policía. Y entonces me iba a dar un paseo. Así es como aprendí nuevas obras.
Su canal de YouTube es muy interesante, no sólo por los recitales en vivo o las grabaciones en estudio, sino especialmente por aquellos vídeos que contienen extensas sesiones de trabajo y estudio. ¿Qué le impulsa a compartir con el público uno de los momentos más privados e íntimos del músico?
La mayoría de mis seguidores son gente joven que quieren ser pianistas. No tanto gente que quiere tocar para sí misma, sino estudiantes que sueñan con convertirse en profesionales. En este sentido, para muchos es un misterio cómo funciona este negocio. Para mí también lo era. Por eso creo que es importante compartir algunos secretos. Por ejemplo, hace un tiempo hice una grabación con obras de Chopin y lo retransmití en vivo para mostrar de qué va esto. No es tan fácil como llegar a la sala, que se enciendan las luces, tú hagas tu parte, la gente te diga “ha estado maravilloso” y te vayas de vuelta a casa. No, en realidad es trabajo, y lo tocas una vez, y luego haces otra toma y otra, hasta que las manos no pueden más. No todo es glamour. Cuando hablo con los jóvenes muchos me preguntan cómo me convertí en profesional, y yo trato de explicarles que no sólo es salir ahí, vestirte de gala, recibir aplausos y flores. Es trabajar, día y noche. Y viajar.
Hay un tipo de vídeos en su canal que me resultan muy interesantes: aquellos en los que interpreta conciertos para piano y orquesta sin la orquesta, sólo la parte del solista. Me pregunto si, con ello, pretende mostrar estas obras al público desde una nueva perspectiva o si lo hace como herramienta para estudiantes e intérpretes.
La primera vez que lo hice, fue una herramienta para el director de orquesta [risas]. Yo estaba grabando con la Sinfónica de Londres y el director no había hecho nunca la obra. Estábamos en puntos opuestos, yo en Estados Unidos, él en Londres, de modo que en lugar de coger un avión le dije “ahí están tus vídeos, ahí está cómo hacerlo” [risas]. Básicamente aquella fue nuestra primera reunión de trabajo. Continué haciéndolo porque consideré que era una buena herramienta para estudiantes e intérpretes que quieren aprender estas obras. Ahora es fácil conseguir la parte de orquesta para tocar encima, pero incluso con una buena grabación en vídeo de un concierto es muy difícil separar lo que hace el piano de lo que hace la orquesta; en los pasajes más complejos la orquesta te puede tapar, o la cámara puede moverse, enfocarte a la cara, etc. Y entonces dices: “¡muéstrame las manos! ¿Dónde está la digitación?” También creo que es interesante para la gente normal que conoce las obras y quiere disfrutar más de la música viendo los detalles. Del mismo modo que vas a un museo y admiras un cuadro, puedes también comprar un libro que te muestra los detalles ampliados. Cuando escuchas aislada la parte de piano eres capaz de captar detalles que después disfrutarás más al escucharla completa. No obstante, no pensé en todo esto al principio, simplemente dejé que surgiera.
Y ya que hablamos de YouTube, ¿cree que esta plataforma ha propiciado su éxito como intérprete?
Sí, por supuesto. Es especialmente importante en un momento en el que cientos de estudiantes se gradúan en los conservatorios cada año, y éstos tienen un nivel de exigencia muy superior al que había hace cien años, por ejemplo. Cuando Tchaikovsky escribió su Concierto nº1 era casi imposible de tocar. Hoy en día cualquier estudiante de último año toca este concierto. El nivel es muy alto. ¿Cómo pueden todos estos músicos encontrar su público? En este sentido YouTube y las redes sociales en general son una herramienta. No se trata de autopromoción, odio este concepto ya que la autopromoción es hacer cosas extravagantes para conseguir visibilidad. Se trata más bien de hacer cosas normales, tocar y encontrar tu público. Yo he tenido la suerte de que mi público me ha encontrado. Antes de YouTube tocaba, pero no a un nivel lo bastante alto como para merecer reseñas en el New York Times –y si aparecían, solía ser para decir que era una decepción como pianista. No eran precisamente halagadoras–. Así que fue difícil para mí encontrar a mi público. Estamos en un momento en el que para el público es muy cómodo: incluso disponiendo de audio en streaming, muchas veces aparece el nombre del compositor pero no el del intérprete. En ese sentido, el negocio me resultó frustrante. Cuando fui a Estados Unidos yo quería tener mi propio nombre pero las agencias de management buscaban una pianista sin nombre, un estereotipo de pianista rusa, rubia y guapa que pudiera tocar Rachmaninov y Tchaikovsky. En YouTube no era una pianista sin nombre, la gente no iba a escuchar a Rachmaninov, sino a mí interpretando a Rachmaninov, para bien o para mal [risas].
Si buscamos en su canal la palabra “Rachmaninov” obtenemos cuarenta y nueve resultados. Si buscamos “Mozart”, sólo obtenemos seis. Eso me hace pensar que se siente más cómoda con la música poderosa y difícil técnicamente que con la música delicada. ¿Es verdad?
No, no es verdad, y te cuento por qué. No pasa únicamente con el piano, si le preguntas a un amante del ballet clásico te dirá que YouTube ha matado al ballet clásico porque la gente puede avanzar saltándose el sentido de la obra, de lo expresivo y hermoso, sin fijarse en la postura de las manos, sino que avanzan directamente a las piruetas y los saltos. Es natural. Al principio, cuando estaba haciéndome un nombre, era normal que la gente quisiera ver la parte virtuosística, y además era más fácil de producir –la cámara simplemente se centraba en las manos–. En los últimos dos años ha habido un gran cambio. Si ves los vídeos más antiguos, verás que son de baja calidad. Desde entonces sólo han pasado diez años pero el progreso fue brutal. Si ahora hago un vídeo, busco la sala con el mejor sonido. Mis últimos vídeos se grabaron en Leipzig. Recientemente he grabado con Decca, una grabación que me siento feliz de haber hecho, y el sonido era increíble. Ahora el vídeo es secundario, y mi preocupación es cómo hacer sonar bien esta fantástica música con los medios de YouTube. Actualmente me muevo en esa dirección, grabando unas piezas tranquilas de Tchaikovsky, trabajando para encontrar esa misma calidad de sonido en Bach; también está Haydn, y las últimas sonatas Schubert. Ahora es distinto porque el sonido es bueno, no podría hacer una sonata de Schubert sin un buen sonido.
Para terminar, díganos: si se trata de hacer grabaciones, ¿prefiere la sala de conciertos o el estudio?
Nada se puede comparar a un concierto en vivo. Da igual la calidad del audio, lo bueno que sea el mejor LP, no alcanzará lo que la gente presenciará en el auditorio. Aun si se graba el concierto, no es lo mismo. Es como cuando viajas a París y te haces una foto con la Torre Eiffel o, aún peor, vas al Louvre y te fotografías con la Mona Lisa. Tienes que entender que nunca disfrutarás de la foto igual que de la obra, pero te hace recordar lo maravilloso que fue. Cuando la gente vuelve a ver esas fotos años más tarde los recuerdos vuelven: “aquí estuvimos, qué enamorados estábamos”. Así que la gente que venga al concierto, si todo va bien, al escuchar la grabación lo revivirá. Si hay toses, desafinaciones, lo que sea, entonces no valdrá la pena. Al final sólo uno de cada diez conciertos merece ser grabado. Una excepción a esto era Sofronitsky, que en el estudio de grabación se quedaba totalmente paralizado y que consideraba que sus grabaciones de estudio eran pequeños cadáveres [risas]. Y entonces escuchas la grabación de uno de sus recitales con obras de Scriabin, una toma de sonido mala con un piano malo, y en mi opinión es una de las mejores grabaciones que existe. Eso era vida.
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