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Crítica: Valentina Lisitsa y Ramón Tebar interpretan todos los conciertos para piano de Rachmaninoff con la Orquesta Nacional de España

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
27 de marzo de 2017

"Lo que ha hecho Lisitsa es algo único, un logro sin precedentes, y que marca un antes y un después en la historia de la interpretación pianística de nuestro tiempo".

SIN PRECEDENTES


   Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda 
Madrid. 25-III-2017. Auditorio Nacional. Valentina Lisitsa, piano. Orquesta Nacional de España. Ramón Tebar, director. Ciclo «Locuras» OCNE.

   De lo que sucedió en el Auditorio Nacional la tarde del pasado sábado 24 de marzo no es posible redactar una crítica, sin más, en unas pocas horas. Es necesario un mínimo de reposo, de maduración. Uno debe dejar que las emociones se calmen, que el pulso vuelva de nuevo a su ser, que la música deje de resonar en la cabeza. Sólo entonces, con los ánimos repuestos del impacto, es posible poner en negro sobre blanco –así sea de un modo aproximado– todo aquello que pudimos presenciar durante las cuatro horas que duró el concierto.

   No son pocos los que sostienen que de música no es posible hablar, porque ésta empieza y acaba en sí misma y se expresa mediante sus propios medios; significado y significante coinciden y, por tanto, es difícil sostener con palabras las ideas y afectos que subyacen en la melodía, el ritmo y la armonía. No obstante, lo que hizo la pianista ucraniana Valentina Lisitsa puede definirse con palabras de un modo preciso: yo lo llamaría proeza. Su interpretación puede gustar o no, puede convencer a la crítica o no hacerlo. En este caso todo eso es superfluo. Con suerte, uno puede presenciar algo así una vez en su vida, porque podrán volver a hacerlo, pero ella fue la primera y yo estuve allí. Eso no me lo puede quitar nadie y estoy feliz y agradecido por haber podido ser testigo de un acontecimiento histórico. Quienes asistimos supimos reconocerlo, a juzgar por los casi diez minutos que permanecimos en pie, al grito de «bravo», aplaudiendo a solista, director y orquesta.

   En esta ocasión me resulta casi obsceno hablar de cada obra por separado. Los pormenores del Concierto Op.1 –nunca antes he escuchado una obra cuyo número de catálogo abra la producción de un compositor y lo haga con la contundencia y la personalidad de este primer Concierto–, del Op.18 –conocidísimo y celebérrimo Segundo que resonó con una claridad y una luz rutilantes–, del Op.30 –el gran Tercero, en cuyo primer movimiento la solista tuvo al público en vilo con la monumental cadenza ossia–, del Op.40 –denostado por muchos, para mí bastante avanzado este Cuarto, con sonoridades jazzísticas y momentos muy inspirados– y del Op.43 –la enérgica, emocionante y por momentos trágica Rapsodia, cuya orquestación multicolor casi incluye al propio piano como un elemento más– son insignificantes comparados con el tamaño de la hazaña.

   Orquesta y director, a la altura de las circunstancias, cumplieron sin tacha su importante labor, con una musicalidad y un control de las texturas sobresaliente. Lisitsa, como la fuerza imparable de la naturaleza que es, pasó por encima del hermoso Bösendorfer haciendo gala de una musicalidad encantadora y un virtuosismo pasmoso, a los que hay que sumarle una increíble resistencia física, pues cada una de estas cinco cumbres del piano es suficiente para dejar sin aliento a más de un gran maestro; las cinco juntas son imposibles para la mayoría. Pero soportar esa prueba yendo más allá de las notas, de acertar las notas, poniendo musicalidad en cada una de ellas, expresando en cada frase una comprensión y un amor por esa música fuera de toda duda, es algo nuevo para quien humildemente firma estas líneas.

   A pocos segundos del final de la velada, cuando los grandiosos acordes del último movimiento del Concierto Op.30 resonaban entre aquellas paredes, con los ojos cerrados y dejándome envolver por su majestuosidad, fui consciente de que sin importar a cuántas palabras diferentes pueda recurrir, todas ellas fracasarán si se las pone al servicio de la música. En este y otros sentidos, lo que ha hecho Lisitsa es algo único, un logro sin precedentes, y que marca un antes y un después en la historia de la interpretación pianística de nuestro tiempo.

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