Por José Amador Morales
Sevilla, 20-II-2020. Teatro de la Maestranza. Giuseppe Verdi: Un ballo in maschera. Ramón Vargas (Riccardo), Gabriele Viviani (Renato), Lianna Haroutounian (Amelia), Olesya Petrova (Ulrica), Marina Monzó (Oscar), Andrés Merino (Silvano), Gianfranco Montresor (Samuel), Luis López (Tom), Moisés Molina (Un juez / Sirviente de Amelia). Coro de la Asociación Amigos del Teatro de la Maestranza (Iñigo Sampil, director del coro). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Francesco Ivan Ciampa, dirección musical. Gianmaria Aliverta, dirección escénica. Producción del Teatro La Fenice de Venecia.
Con lógicos y previsibles cambios sobre lo previsto a principios de la temporada, como la supresión de la primera de las cuatro funciones previstas y la adecuación del horario a las medidas sanitarias dictadas por la Junta de Andalucía ante la actual situación de la pandemia, se presentó Un ballo in maschera de Verdi casi como «agua de mayo» si se nos permite la expresión, y como inigualable vacuna musical. Desde el fastuoso 1992 no subía al escenario sevillano esta obra verdiana, si bien en aquella ocasión con la compañía del Met neoyorquino y con Plácido Domingo encabezando el reparto. Por cierto, nos pareció muy «Met» el horario matinal de esta función [12 h.], todo un acierto habida cuenta de la respuesta del público que prácticamente ocupó el aforo disponible. Como intachable el conjunto de medidas de seguridad, especialmente contundente en cuanto a la separación de las entradas y salidas según la ubicación, así como a la distancia entre todos los asistentes facilitada por el asiento libre entre unos y otros. Por su parte, salvo los protagonistas, todos los participantes en la función [coro, figurinistas y músicos salvo, claro está, los miembros de la sección de viento] utilizaron mascarillas, bien que acertadamente integradas en la producción.
La producción del Teatro La Fenice dirigida por Gianmaria Aliverta ha sido ampliamente comentada con acierto por nuestro compañero Raúl Chamorro Mena a propósito de su puesta en escena el pasado mes de septiembre en el Teatro Real de Madrid. Al margen de las evidentes contradicciones y ocurrencias escénicas ajenas al espíritu del libreto [algunas de ellas, como la presentación de los conspiradores como miembros del Ku Klux Klan o, ya en el último cuadro, la aparición en pleno baile del gigantesco rostro de la estatua de la Libertad a cuya corona incluso se suben los dos protagonistas, al borde del disparate], la propuesta escénica de Aliverta ofrece demasiado vacío espacial y falta de ideas interesantes, resultando de un tedio global inevitable.
Afortunadamente el reparto reunido para la ocasión ha sido importante, encabezado por un Ramón Vargas que ya debutara en el Maestranza hace dos años con un exitoso recital. Su Riccardo lució un timbre aún hermoso, bien que con menor brillo que antaño, y una proyección considerable, amén de la musicalidad y fraseo ciertamente no muy variado, pero de indudable buen gusto y comunicatividad como suele ser habitual en el tenor mejicano. Si prácticamente en el único intento por su parte de emitir una mezzavoce durante cuarteto final del segundo acto [«Ve', se di notte qui colla sposa»] su voz se quebró, en su gran escena del tercero [«Forse la soglia attinse... Ma se m'è forza perderti»] su canto directo y su entrega levantaron una de las grandes ovaciones de la velada. No fue la mayor porque estuvo destinada a su compañera de reparto Lianna Haroutounian cuyas cualidades vocales de soprano lírica se ajustaron como un guante a su parte.
El instrumento de la cantante armenia se mostró homogéneo, de considerable volumen y con un timbre grato dotado de un atractivo mordente especialmente en el registro agudo. A nivel interpretativo, Haroutounian espoleó a Vargas en un dúo embravecido, derrochó canto legato en su gran aria del segundo acto y remató con una emotivísima «Morrò,ma prima in grazia» cincelada con bellísimas smorzature, un acabado retrato de este angustiado personaje de Verdi. Un seguro Gabriele Viviani compuso su Renato con una voz de gran presencia y homogeneidad, entregadísimo en su gran aria «Eri tu» y quizás algo lineal en lo expresivo y, tal vez por ello, con puntual tendencia al efecto. Excelente el Oscar de Marina Monzó, musicalísima en lo vocal y equilibrada en lo actoral, muy lejos de los histrionismos a los que este extraordinario personaje es sometido a menudo. En ese sentido, el ridículo vestuario al que fue sometida la Ulrica de Olesya Petrova no impidió disfrutar de su gran caracterización musical en base a una voz de característico y atractivo timbre eslavo, manejada con una técnica convincente. Muy bien Gianfranco Montresor y Luis López como conspiradores, cuya complicidad fue evidente, así como estupendo el Silvano de Andrés Merino.
Francesco Ivan Ciampa supo aprovechar una orquesta en estado de gracia para ofrecer una lectura refinada, de gran aliento lírico y desde luego muchísimo más idiomática que aquél desabrido Stiffelio bilbaíno que quien esto suscribe le escuchó hace cuatro años. El maestro italiano supo acompañar convenientemente a los cantantes y se acertó en la elección de tempi, siendo muy ovacionado en los aplausos finales. No es de extrañar: hacía muchos años que el público sevillano no escuchaba un Verdi mínimamente sólido. También brilló a gran altura el coro sevillano, afinado y empastado, seguramente motivado por las circunstancias, máxime teniendo en cuenta el uso de las consabidas mascarillas.
Foto: Teatro de la Maestranza
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