Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 7-X-2017, Gran Teatro del Liceo. Un ballo in maschera (Giuseppe Verdi). Keri Alkema (Amelia), Piotr Beczala (Riccardo), Carlos Álvarez (Renato), Dolora Zajick (Ulrica), Elena Sancho Pereg (Oscar), Damián del Castillo (Silvano), Roman Ilalcic (Samuel), Antonio di Matteo (Tom). Coro y Orquesta del Gran Teatro del Liceo. Director musical: Renato Palumbo. Director de escena: Vicent Boussard.
La apertura oficial de temporada del Gran Teatre del Liceu de Barcelona llegaba en plena situación de alta tensión política y con algún antecedente previo en forma de incidente extramusical durante una función de Il viaggio a Reims. Felizmente y sin la presencia -por fortuna- de políticos de relevancia, la función de Un ballo in maschera transcurrió con total normalidad. Personalmente y lo proclamo dichoso, me encontré con la habitual estupenda acogida de mis amigos Liceístas (tampoco esperaba otra cosa, por supuesto), mi Liceu de siempre y la Barcelona de siempre. Nada mejor que el poder fraternal y universal de la música y particularmente de la ópera, como paradigma de distensión y armonía para sellar el retorno a la sensatez y la cordura dentro del imperio de la Ley, el único en que se mueven los países civilizados.
Un ballo in maschera es una grandísima ópera de Verdi a la que es complicado hacer justicia. Esa combinación de intensa pasión amorosa presidida por el amor imposible y el elemento de la política -conspiraciones para conseguir el poder que culminan en magnicidio y la generosidad, despreocupación y altruismo en su ejercicio- con momentos de ligereza y perfume francés no es nada fácil de llevar a buen puerto. Esa presencia de ingredientes de la ópera francesa no se reduce a que el libreto tenga como fuente un texto de Eugéne Scribe, Gustave III ou le Bal masqué, musicado por Auber, que junto a Il reggente de Saverio Mercadante son los dos antecedentes de la ópera verdiana.
La producción de Vicent Boussard no merece que se la dediquen muchas líneas. La nada, la falta de ideas, la ausencia de dirección escénica digna del tal nombre presidieron un montaje feo, mortecino, anodino y mal iluminado y en el que desfilaron sin pena ni gloria los tan cacareados trajes de Christian Lacroix. Añadir a todo ello unos cuantos momentos sonrojantes como Riccardo y Oscar haciendo el gesto de remar mientras el primero interpreta la barcarola “Di tu se fedele” (todo un alarde de “ingenio”) y por encima de todo, un cochecito rojo teledirigido que persigue a los conjurados en el primer cuadro del tercer acto. Esperpéntico. Perceptibles y muy apropiados los abucheos que recibieron los responsables del montaje en los saludos finales.
Tampoco la orquesta del Liceo y un director tan poco refinado como Renato Palumbo fueron capacez de poner de relieve una de las orquestaciones más ricas y depuradas de la producción verdiana. Una labor pesante, ruidosa y deshilvanada, que tampoco se destacó por el acompañamiento a los cantantes, ni por la creación de atmósferas, ni por la tensión teatral, apenas pudo redimirse por algún momento de buen pulso como la vibrante introducción a la gran escena de Amelia del acto segundo. El coro, que evidenció algunos desajustes con el foso, no tuvo ni mucho menos una de sus mejores noches.
Después de su gran éxito con Werther en la pasada temporada retornaba al Liceo el tenor polaco Piotr Beczala, una de las estrellas actuales de la cuerda tenoril y que ha entablado una especial comunión con el público Liceista. Siempre es una dicha para un teatro poder fidelizar un cantante de categoría como parece haber logrado el gran recinto de La Rambla con Beczala. Ciertamente, resulta dífícil encontrar en el desolador panorama actual algún tenor que pueda cantar mejor el Riccardo, pero ello no debe desviarnos del hecho que el difícil papel le va grande y que el polaco no puede hacerle total justicia por falta de cuerpo, color, acentos genuinamente verdianos y slancio (arrojo, empuje, vivacidad). Muy prudente y medido abordó los dos primeros actos con su corrección habitual, sentido del legato, fraseo cuidado pero falto de variedad, voz bien emitida en el centro, aunque de timbre nada seductor y un extremo agudo donde el sonido no termina de girar y adquirir la debida expansión. “La rivedrà nell’estasi”, “Di tu se fedele” y “È scherzo od è follia” fueron desgranados de forma tan discreta como insípida por el tenor polaco. Subió enteros su prestación en el acto tercero, en el que más suelto y con mayor brillo y sonoridad delineó bien la gran aria “Ma se m’e forza perderti” con la que, aquí sí, consiguió una gran ovación del público. Irreprochablemente cantada la escena final, aunque esa falta de carisma que caracteriza a Beczala restó fuerza al fragmento.
Precisamente fue el Renato de Un ballo in maschera el papel que tuvo que cancelar en 2008 Carlos Álvarez en el Teatro Real de Madrid cuando comenzaron sus problemas de salud. Esta interpretación Barcelonesa puede considerarse una especie de desquite por parte del barítono malagueño, que si bien se mostró un tanto apagado en su aria inicial “Alla vite che t’arride”, puso el teatro boca abajo en esa joya para el repertorio baritonal que es la grandiosa “Eri tu”. Una interpretación avara en matices, ciertamente, pero entregadísima, intensa, vibrante y en el que el bello y nobilísimo material vocal del malagueño corrió firme y sonoro por el gran recinto culminando, además, con un estupendo agudo en “brillaaaaba d’amor” que fue el sonido de mayor pegada en sala de toda la noche. A estas alturas resulta cada vez más incomprensible la ausencia de Carlos Álvarez en el Teatro Real y que un público como el madrileño, que siempre la ha apreciado, tenga que conformarse con sus intervenciones en el Teatro de la Zarzuela. Apenas dos interpretaciones en concierto de La tempestad en Febrero de 2018 serán la próxima ocasión.
La soprano estadounidense Keri Alkema asumió el papel de Amelia en sustitución de la inicialmente prevista Ekaterina Metlova y lo mejor que puede decirse de la misma es que exhibió la habitual preparación musical, así como honradez y sinceridad interpretativa de los cantantes americanos. Ni el timbre, de cierta robustez, es bello ni personal, ni la emisión (gutural y desigual) está totalmente liberada, ni correctamente apoyada sul fiato y si bien su arte de canto bebe de la buena escuela con algunos filados interesantes, al fraseo le faltó incisividad y contrastes. Mejor sus agudos (aunque faltos de plenitud, más propios de una Amina que de una soprano lírico-spinto verdiana) que los graves, abiertos y desguarnecidos.
Una parte importante de la presencia de elementos de la ópera francesa en Un ballo in maschera se concentra en el papel de Oscar. Un personaje, que se mueve en el terreno de la ligereza y la frivolidad, atribuido a una soprano in travesti y que tiene como claro antecedente el paje Urbain de Les Huguenots de Mayerbeer. Asimismo, se expresa mediante un elemento formal, los couplets (“Volta la terrea fronte alle stelle” ; “Saper vorreste”) propio del repertorio de la Opera comique. En la primera de las referidas piezas dio la impresión que Elena Sancho Pereg iba a ofrecer el típico Oscar de soprano ligerísima, timbre blanco y pobretón y expresión petulante, pero en el referido quinteto “È scherzo od è follia” dominó el conjunto, solventó bien el muy expuesto ascenso al sobreagudo en la parte central del fragmento, además de mostrar una impecable aplicación musical. También en “Saper vorreste” emitió un par de buenos sobreagudos. En definitiva, el material es el que es, pero la parte de Oscar le permite lucir sus armas en el extremo agudo, a diferencia de la Sophie de Werther en su última actuación Liceísta. La gran Dolora Zajick, una verdiana de raza y cantante muy querida por el público Liceísta se encuentra ya lejos de su plenitud, mermada y con el centro horadado, pero aún fue capaz en su Ulrica de escanciar un puñado de sonidos sueltos de gran calidad y efecto.
Foto: A. Bofill
Compartir