Por Javier Labrada
Avilés. 20/2/2015. Ópera Un ballo in maschera de la compañía Ópera 2001. Director: Dominique Rouits, escena: Roberta Mattelli, solistas: Max Jota, Giulio Boschetti, MélanieMoussay, PaulineRouillard y Liliana Mattei, coro y orquesta: Ópera 2001
Para celebrar estas fechas de carnaval, o “Antroxu” como dicen los asturianos, Avilés nos propuso una noche de ópera. Volvía así el género a visitar Asturias, algo que, tras el fin de la temporada 2014/2015 en Oviedo, siempre es de agradecer.
El título de la obra elegida: “Un Baile de Máscaras”, de G. Verdi, que parece irradiar cierto espíritu carnavalesco (su estreno estaba pensado para dichas fiestas pero en 1858), debería haber servido de acicate para el público menos habitual. Pese a todo este reclamo no se mostró totalmente efectivo, quedando libres numerosas localidades.
La responsabilidad organizativa recayó sobre Ópera 2001, entidad que nos presentó un “Ballo in Maschera” más bien exiguo de recursos, donde el buen hacer y el honesto interés de los solistas implicados cobró un papel fundamental a la hora de mantener en pie una obra que en ocasiones se volvió cuesta arriba.
No es demasiado frecuente hoy en día ver funciones realizadas por compañías independientes, que viajan de ciudad en ciudad con su propia orquesta, coro y decorados. En relación a estos últimos,uno no puede evitar pensar en el Señor Cherubini (ahorrador personaje de “El dúo de La africana”), cuando ve un mar con nubes como telón de fondo durante toda la obra, independientemente de que la acción tenga lugar en el interior de una casa, en un patíbulo, o en la morada de una adivina. La directora de escena Roberta Mattelli trató por tanto de emplear eficazmente los limitados recursos de los que disponía, dando lugar a una escenografía prioritariamente funcional y fácil de gestionar para los cantantes.La decisión de respetar el momento histórico de la acción implica recrear fielmente los múltiples ambientes descritos en el libreto; difícil tareacuando se cuenta con poco más que una bola del mundo, una silla y una mesa como elementos de attrezzo. Entre lo mejor de su propuesta podemos destacar la segunda escena del primer acto (casa de la adivina) y la segunda escena del tercero (el baile de máscaras). Nos habría gustado ver algo más de dinamismo sobre el escenario, algo que, sin duda, habría ayudado a disipar la monotonía que terminó por empañar en cierta medida la producción.
Desde el foso la batuta de Dominique Rouitsse mostró más esforzada en acompañar a los cantantes y en sobrellevar la obra que en reclamar un papel protagónico dentro de la representación. Siempre tratando de cuidar a los intérpretes el director iba, además, variando ligeramente el tempo en función de las capacidades técnicas de cada solista.
Bien es cierto que con una orquesta de tan solo un contrabajo resulta complicado alcanzar el dramatismo requerido por Verdi en algunas páginas, no obstante, debido quizás al reducido número de músicos, si pudimos ver una sección de cuerda trabajando considerablemente sincronizada.
Encarnando a rol protagonista de Riccardo se encontraba Max Jota. El tenor, nacido brasileño pero afincado en Italia, fue ganando quilates a medida que avanzaba la noche, mejorando sobre todo su presencia escénica, que se vio más creíble y meditada hacia el final de la obra. En el plano vocal nos dejó una sensación agridulce, ya que estamos seguros de que con su instrumento podría haber cuajado una interpretación mejor de la que logró finalmente. Temeroso a la hora de atacar las notas más agudas prefería tantear antes la colocación, para después añadir volumen. Tuvo también problemas con el fiato en la escena del patíbulo, donde le costó llegar íntegro al final de alguna frase. No pudo Jota dejarnos sino un Riccardo claramente abatido por su amigo (y posteriormente asesino) Renato, un personaje que, gracias a la interpretación de Giulio Boschetti gozó de una gran carga dramática y vocal durante toda la obra.
El barítono italiano constituyó de hecho una de las sorpresas más gratas de la noche. Con una excelente proyección y unos agudos seguros y broncíneos consiguió construir un Renato ciertamente acertado, que acompañado de una gran presencia escénica fue especialmente agradable de ver y escuchar durante el inicio del tercer acto.
Mélanie Moussay nos dejó una Amelia con oficio pero sin demasiado lucimiento, con un desempeño escénico igualado al vocal. Pese a todo su instrumento parece bastante idóneo para la parte, ya que luce unos matices claramente dramáticos, aunqueel timbre, oscuro y denso en el tercio medio, se vuelva en ocasiones demasiado metálico en el agudo. Nos habría gustado algo más de solvencia en los pasajes rápidos, donde su voz carecía por momentos de la agilidad necesaria para resolverlos. A cambio si nos convenció en los pasajesintensos, de canto más verista, donde casi siempre conseguía eclipsar a la voz de Max Jota. Entre sus puntos fuertes podemos destacar también la ejecución de los pianísimos, consiguiendo algunos de buena factura en el segundo acto.
El personaje de Oscar tiene como misión aportar el contrapunto a las oscuras traiciones y artimañas perpetradas por el resto de personajes, algo que sin duda logró Pauline Rouillard, especialmente en la parte escénica. Con movimientos ciertamente acertados sobre el escenario fue capaz de llevar a su personaje por el cauce correcto. En la parte vocal supo compensar su proyección, algo escasa, con una colocación precisa y una buena factura en la coloratura demandada por las páginas del tercer acto.
El papel de la adivina Ulrica recayó en la mezzo Liliana Mattei, quien pese a su tirantez en el tercio agudo consiguió sacar adelante y con solvencia una parte compleja caracterizada por una tesitura ciertamente amplia.
Se mostraron cumplidores NikolayBachev, TihomirAndrolov y AngelSpasov en los papeles de Sam, Tom y Silvano respectivamente, resolviendo sus partes con razonable oficio a lo largo de la noche.
Si nos habría gustado ver durante la noche a un coro de más entidad, tanto vocal como escénica. De recursos muy limitados la agrupación Coro Ópera 2001 contó con una presencia masculina muy discreta y una femenina prácticamente inaudible. Tampoco estaban las voces de sus integrantes correctamente empastadas entre sí, ni con la orquesta ni con los solistas, dejando una lectura casi caótica de las últimas páginas del primer acto.
Pese a todo, lo bueno y lo malo, siempre resulta agradable asistir a representaciones operísticas fuera de las temporadas oficiales, siendo estas excelentes herramientas con las que trabajar en la perpetuación del género y en su difusión entre un público más joven.
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