En tiempos de crisis, sobre todo cuando la supervivencia del mismo teatro se pone en duda saliendo del bache de una precedente gestiòn despilfarradora y sin visiòn al futuro, la vieja producciòn historica como la de Pierluigi Samaritani de Un ballo in maschera puede sacar del apuro y servir perfectamente para la inuguraciòn de temporada. La nueva direcciòn del Teatro Regio, con el sovrintendente Carlo Fontana (el mismo que llevó la Scala en los tiempos de Riccardo Muti) y el director artistico Paolo Arcá, han acertado con la formula del minimo gasto con el máximo resultado, confiando además la dirección de escena a Massimo Gasparon, que reprodujo fielmente las hechuras de su maestro Pier Luigi Pizzi, quien, a su vez, se habia inspirado en el original de Samaritani en la precedente ediciòn de la opera.
Se trata de un espectaculo fiel al texto y a la epoca en que se desarrolla la acción y eso, ademas de ser agradecido a la mayoria por no decir totalidad del publico parmesano y de los muchos que acuden al Teatro Regio para las funciones verdianas con la esperanza de ver lo que el autor y sus libretistas habian concebido, hoy en dia hay que considerarlo como una autentica rareza, casi una hazaña heróica.
Los decorados de Samaritani, magnificamente pintados y con muy poca parte "corporea" y, sobretodo, nada de lo estrafalario de ciertas versiones que desprecian la verdadera dramaturgia buscando escusas psicoanaliticas, sociales y politicas donde no las hay, siguen teniendo una gran espectacularidad. Lo primero en la gran escalinata oblicua, que se supone del palacio del Conde de Warwich, luego la misteriosa cueva de la adivina Ulrica, una gruta en la que penetra por el techo un tenue rayo de sol (muy bien realizada la iluminacion, que en estas producciones es fundamental para sacar todo el encanto, por Andrea Borelli) y el siniestro cementerio, donde entre la neblina se vislumbran los conjurados, en el segundo acto. Otro ventanal permite una iluminacion de lado (la firma de Sammaritani) en la casa de Renato, mientras que en la ultima escena, el baile que da titulo a la opera, la decoraciòn dieziochesca tiene algo de polvoriento como en "El baile de los vampiros", la celebre pelicula de Polanski. El vestuario es mas de Pizzi que de Smaritani, todo hay que decirlo, y si bien algunos colores han parecido excesivos (el "imposible" amarillo limon que luce el conde Riccardo, por ejemplo) desde luego el corte es precioso, las telas ricas y el efecto de grande elegancia. En fin, todo un lujo para los ojos y un exito garantizado para los responsables de la parte visual.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.