Crítica de la ópera Turandot de Puccini en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
El Maestranza celebra a Puccini
Por José Amador Morales
Sevilla, 14 y 16-XI- 2024. Teatro de la Maestranza. Giacomo Puccini: Turandot. Oksana Dyka/Kristina Kolar (Turandot), Jorge de León/Héctor Sandoval (Calaf), Miren Urbieta-Vega/Laura Brasó (Liù), Maxim Kuzmin-Karavaev/Alejandro Baliñas (Timur), Josep Fadó (Emperador Altoum/Príncipe de Persia), Pablo Ruiz (Ping), Manuel de Diego (Pang), Jorge Franco (Pong), César San Martín (Mandarín). Coro Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Gianluca Marcianò/Jacopo Brusa, director musical. Sonja Frisell/Emilio López, dirección escénica. Producción del Teatro de la Maestranza de Sevilla.
La presente temporada lírica del Teatro de la Maestranza ha arrancado con la conmemoración de este «año Puccini» con motivo del centenario de la muerte del gran compositor de Lucca. El disparo de salida tuvo lugar con la gala lírica que protagonizaron dos importantísimas voces del panorama operístico actual como son los casos de la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky y el tenor polaco Piotr Beczala, quienes se «cargaron» un programa exclusivamente pucciniano en una velada que será recordada durante mucho tiempo. Indudablemente voces top, como suele decirse entre los aficionados, que junto al recital de Anna Netrebko programado para el próximo mes de febrero, supone un nivel superior en cuanto a las voces que han visitado el Maestranza en los últimos años, aunque solo sea en el terreno concertístico (y después de la sonora caída del cartel de la Carmen que remata la temporada de toda una Elina Garança tras haberse conocido la lamentable pifia de su «no » por parte del teatro).
La segunda cita pucciniana del Maestranza ha sido la puesta en escena de Turandot, la última ópera de Giacomo Puccini que, en los treinta y tres años de historia del Maestranza, ya fue representada en 1998 - con Andrea Stottler, Nicola Martinucci y Patricia Pace en los roles protagonistas - y en 2011 - con Maria Guleghina/Janice Baird, Fabio Armiliato/Marco Berti y Daniela Dessì/Norah Ansellem. Siguen inéditas Il trittico o La rondine (y no digamos ya las juveniles Le villi y Edgar). En todas ellas se acudió a la añeja producción que Sonja Frisell estrenara en el Teatro La Fenice de Venecia con escenografía y vestuario de Jean Pierre Ponnelle y que el coliseo sevillano adquirió para las citadas representaciones de 1998 (y quien esto suscribe pudo ver, además, en Córdoba en 1999 y en Málaga en 2018).
Todo un clásico que suponemos habrá permitido amortizar costes y que aquí ha sido remozado por la dirección escénica de Emilio López, presentando alguna que otra novedad como las proyecciones de figuraciones abstractas sobre la enorme cabeza imperial que preside la escenografía en una de las caras/lados de la enorme estructura giratoria. Precisamente en este mecanismo reside el éxito de esta añeja producción, esto es, en la espectacularidad del aparato - nunca mejor dicho - escénico de estética clásica y un punto naif que permite con cierta flexibilidad integrar todas las escenas de forma básica pero eficaz. No obstante, la veterana producción sigue presentando evidentes carencias como el estatismo o falta casi absoluta de movimiento actoral, la omnipresente oscuridad, un vestuario un tanto mediocre (desde las masas vestidas a lo Mao hasta las infantiles y tiesas pelucas de los sabios) o la incomprensible inclusión de los tres saltimbanquis que doblan y pululan alrededor de Ping, Pang y Pong proponiendo en clave de mimo una comicidad de la que carecen dichos personajes.
Musicalmente los dos repartos fueron homogéneos si bien con un nivel bastante terrenal en ambos casos. Tal vez la excepción a esto último fuese la actuación de un Jorge de León cuyo Calaf sea el mejor rol que le hayamos escuchado, por idoneidad vocal, caracterización y efusividad aunque se mantuvo muy por debajo de su extraordinaria interpretación del personaje ofrecida en Granada en julio del pasado año. A su lado, también excepcionales, sendas Liù: Miren Urbieta encandiló por su sensual línea de canto y atractivo color mientras que Laura Brasó, acertó a ofrecer el lado frágil del personaje, emocionando por su expresividad y desenvolvimiento escénico. Por su parte Héctor Sandoval compuso un Calaf a la antigua, con un sentido de lo expresivo algo histriónico y un desenvolvimiento actoral de gestos secos y grandilocuentes, como de telenovela; después de un timorato primer acto, apreciamos una voz algo pequeña pero de interesante metal y proyección en el registro agudo a partir del segundo pero excesivamente comedido y reservón particularmente en cuanto a fiato, con una entrega muy calculada que le pasó factura con un «Nessun dorma» recibido sin aplausos. Las dos princesas bascularon entre los extraños efectos guturales y el nulo idiomatismo de Oksana Dyka (su «In questa reggia» podría sustituirse por cualquier otro contenido), bien que de innegable personalidad y eficacia, hasta la anodina corrección y agradable homogeneidad vocal de una Kristina Kolar por otra parte gélida en todos los sentidos. Bastante más adecuado el Timur de Alejandro Baliñas, de timbre algo claro pero de importante volumen y conmovedor en su lamento final; rotundidad y expresividad de la que careció un Maxim Kuzmin-Karavaev, quizá más auténticamente bajo que el anterior pero de proyección pacata y anodino en lo dramático.
Ciertamente hay que reconocer el gran cuidado con el que, de un tiempo a esta parte, el Teatro de la Maestranza cuida los roles secundarios, con prácticamente poquísimos lunares en las últimas producciones. Así, de extraordinario puede calificarse el trío de Pablo Ruiz, Manuel de Diego y Jorge Franco como Ping, Pang y Pong, que supieron dar con el justo equilibrio justo entre ironía, nostalgia y humor (que no comicidad) de sus partes y mostraron una evidente química tanto vocal como teatral, como demostraron en la preciosa escena inicial del segundo acto. A similar altura se situó el Mandarín de César San Martín como solvente Josep Fadó como Emperador y en su agónica exclamación fuera de escena como Príncipe de Persia.
Gianluca Marcianò ofreció una lectura irregular basada en la generosidad del volumen y el efecto, de éxito asegurado, en los finales alargados hasta la extenuación y al borde de lo antimusical. No obstante, por momentos fue capaz de lograr sugerentes contrastes tímbricos al frente de una sólida Sinfónica de Sevilla y de un coro maestrante en estado de gracia. Por su parte Jacopo Brusa dirigió más preocupado por el elemento concertante y, al igual que su colega, con cierta tendencia al efecto final y a la ralentización exasperante de muchos pasajes. Una última mención a la impresionante actuación de la Escolanía de Los Palacios que consiguió superarse a sí misma, que ya es decir, y que no pudimos disfrutar del todo a causa de la discutible decisión escénica de hacerles aparecer sobre el escenario solo en los postreros compases de «Là, sui monti dell'Est».
Fotos: Teatro de la Maestranza
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