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Crítica: 'Turandot' de Puccini en La Arena de Verona

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Autor: Raúl Chamorro Mena
16 de julio de 2014

"Magnífica, intensísima, la labor de Daniel Oren, habitual en los Festivales Arenianos desde hace muchos años".

Foto: Raúl Chamorro Mena

TURANDOT DE IMPECABLE CONCEPTO

Por Raúl Chamorro Mena

5-7-2014. Arena di Verona Opera Festival. TURANDOT (Giacomo Puccini) Iréne Theorin (Turandot), Walter Fraccaro (Calaf), Maria Agresta (Liù), Marco Vinco (Timur), Mattia Olivieri (Ping), Saverio Fiore (Pang), Antonello Ceron (Emperador Altoum).  Dirección Musical: Daniel Oren. Dirección de escena y escenografía: Franco Zeffirelli

   El concepto de ópera como espectáculo hunde sus legítimas raíces en la Grand Opera francesa decimonónica y constituye una tradición que ha retomado y encarnado perfectamente desde 1913 el Festival veraniego de la Arena de Verona. Un gran escenario, único por amplitud y belleza, además de la capacidad para captar y albergar miles de espectadores, un número mucho mayor que un teatro habitual de ópera. Turandot, la ópera póstuma e inacabada de Puccini es la cuarta mas representada en las 101 ediciones de los Festivales Arenianos con 128 funciones en 17 temporadas.

   El ya venerable Franco Zeffirelli ha dominado como nadie durante su carrera los conceptos de espectacularidad escénica y la rotunda estética, las grandes masas en el escenario, los decorados suntuosos. En la ópera actual dominada en algunos sectores por corrientes filosnobistas de ceño fruncido, pretendida pero vacua intelectualidad e inflexibilidad acreditada, se ha puesto de moda rebajar a Zeffirelli a una especie de nulidad que no sabe de teatro y no ofrece nada apreciable en sus montajes. Éstos siguen gozando del favor del público, lo cual es otro elemento que le garantiza la animadversión de estos sectores, de manera que podemos asistir hoy día a paradojas, como que una producción aplaudida por el público se desprecie taxativamente y otra que no ha gustado ni ha entendido la gran mayoría es jaleada por cuatro enterados desde su altísima atalaya de superioridad y, cómo no, con el apoyo de alguna que otra pluma ansiosa de galones “vanguardistas”.

   Esta función de Turandot ofrecida el pasado dia 5 de Julio y que constituía la primera de la serie de 7 que se han programado este año cuenta con una producción de Zeffirelli impecable en su concepto, el cual podrá gustar más o menos por supuesto, al igual que se pueden criticar algunos aspectos del enfoque, pero es innegable el impacto estético de la escenografía exuberante que representa la China de fábula que marca el libreto, así como del fastuoso vestuario del oscarizado Emi Wada. Una atmósfera cinematográfica, muy vistosa, colorista con multitud de detalles, grandes masas en el escenario (estamos en un recinto que lo permite e invita a ello) y además están movidas con gran habilidad. La aparición del espectacular Palacio del emperador en la escena previa a los enigmas tuvo un gran efecto y provocó el aplauso enfervorizado del público. Cierto es que sobran algunos detalles como el ridículo movimiento de abanicos de algunas figurantes o el de las sombrillas propias de Madama Butterfly y que el gran aparato de la escenografía ahoga, en cierto modo, la caracterización de los personajes.

   El papel de la cruel y aparentemente gélida, pero vulnerable Princesa Turandot fue encarnado por la soprano Iréne Theorin, que sustituía a la inicialmente prevista Evelyn Hertlizius. Estamos ante una cantante que se encardina en la abundante tradición de sopranos wagnerianas que han afrontado el personaje. Un papel que cuenta con una escritura angulosa y cortante, con tremendos saltos al agudo y que debe enfrentarse a una orquestación generosa. La soprano alemana completó una notable actuación con un sonido ancho, denso, de gran caudal y espesor, así como buenos ascensos al agudo, alguno apurado y un tanto abierto, pero que tuvieron además de squillo, sobre todo anchura y timbre. La intérprete atesora, sin duda, garra y entrega sobre el escenario.

   Ante la sobrevenida cancelación por indisposición de Carlo Ventre, fue llamado el tenor Walter Fraccaro que se presentó esa misma tarde y cubrió dignamente la papeleta. El papel le va muy grande, la emisión está entre la nariz y la gola y es pródiga en sonidos temblones y estrangulados, pero las dió todas, incluido el Do oppure del acto segundo en la frase “No, principessa altera ti voglio ardente d’amor”. Maria Agresta con su timbre de lírica bien proyectado pero no especialmente bello ni personal, lució en su Liù canto de genuina escuela italiana con algunos filados y reguladores de intensidad de muy buena factura, aunque a su arte de canto le falte cierto remate técnico. Una prueba de ello fue el regulador del final del aria “Signore ascolta” una nota que tuvo varios “momentos”, unos en que el sonido bailaba, otros en que se afianzaba y otros en que tendía a quebrarse. Baritonal, falto de genuina envergadura de bajo, el Timur de Marco Vinco. Entre los secundarios, a destacar el Ping de Mattia Olivieri y el Altoum de Antonello Ceron, una especie de sucesor actual de los grandes tenores comprimarios italianos como Nessi, Mercuriali, De Palma…

   Magnífica, intensísima, la labor de Daniel Oren, habitual en los Festivales Arenianos desde hace muchos años. Ahí estuvieron, como siempre, sus saltos en el podio, sus gritos, gestos vehementes, tarareos y exageraciones (como el impresionante regulador del último acorde del acto primero), que no a todos gustan, pero son su seña de identidad. Puso de relieve todo el colorido y refinamiento tímbrico Pucciniano expuesto con una gran claridad, dejando de lado cualquier atisbo de estruendo y de sonido grueso o pesante. Muy audaces las dinámicas en una labor llena de contrastes y genuinas tensión y teatralidad, Mágica fue la invocación a la Luna del acto primero, así como la entrada de la melodía del “Nessun dorma” al final del acto segundo -cuando el tenor entona la frase “Il mio nome non sai, dimmi il mio nome”- y la atmósfera nocturna, plena de misterio y seducción tímbrica, en la introducción del acto tercero. La orquesta, a un gran nivel, demostró total comunión con la batuta y su propuesta. El amplísimo y nutrido coro Areniano volvío a impactar con su sonido empastadísimo, vigoroso, de un volumen y presencia sonoras, únicos.

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