Por Alejandro Martínez
12/04/14 Milán. Teatro alla Scala. Berlioz: Les troyens. Gregory Kunde, Anna Caterina Antonacci, Daniella Barcellona, Fabio Capitanucci, Giacomo Prestia, Alexandre Duhamel, Shalva Mukeria, Paolo Fanale, Paola Gardina y otros. Antonio Pappano, dir. musical. David McVicar, dir. de escena.
Seguramente el tenor norteamericano Gregory Kunde jamás imaginó poder recibir tan sonora ovación encarnando al Eneas de Berlioz en la Scala de Milán. Ya nos hemos referido en a su sorprendente y admirable revival durante las últimas temporadas. Sin lugar a dudas, Kunde es junto a Jonas Kaufmann, el tenor más demandado e interesante del panorama actual. Kaufmann, por cierto, era el tenor previsto hace dos años cuando esta producción vio la luz en Londres, siendo finalmente sustituido por Bryan Hymel. La labor de Kunde como Enéas es de las que deben reflexionarse y saborearse con cierto reposo. No es normal la naturalidad con la que acomete una parte tan extraordinaria, para la que tan pocos tenores han encontrado material, técnica y acentos solventes. Kunde lo consigue todo: desde el candor y la dulzura del “Nuit d´ivresse” con Didon al derroche de empuje en el “Inutiles regrets!”. Kunde prosigue así en su singular trayectoria, en constante y sorprendente ascenso desde hace apenas dos o tres años. No puede encontrarse ningún otro tenor que haya cantado en espacio de doce meses partes tan dispares y comprometidas como los dos Otellos (Verdi y Rossini), Peter Grimes, Radames o el Vasco da Gama de L´Africaine. Estamos, con todas las salvedades que ustedes quieran, ante un tenor histórico.
Antonacci tiene cogido el punto a un papel que es ideal no tanto para sus medios como sí para su temperamento. Estamos ante una solista de gran inteligencia, carisma y convicción escénica, y ese conjunto depara una Casandra de enorme fuerza y magnetismo, de las que hacen época. En esta producción McVicar explota además todo el derroche gestual que Antonacci sabe disponer, siendo incluso más notable si cabe el espectáculo teatral que el vocal en su caso. En el otro extremo, no terminó de cuajar la Didon de Daniella Barcellona, con una afinación oscilante en el agudo, muy poco convincente en la faceta amorosa y frágil de Dido, incapaz de cantar dolcissimo en el precioso dúo con Enéas, pero a cambio mucho más entonada en la escena final de su inmolación. En esa bellísima página que es el “Je vais mourir… Adieu, fière cité”, quedó corta de lirismo aunque sobrada de teatralidad. Le falta a su Dido, en general, un punto de serena majestuosidad.
Del extenso grupo de comprimarios, cabe comentar la labor de Shalva Mukeria, muy corto de intenciones y medios como Iopas, sin carisma tímbrico ni autoridad técnica, todo lo contrario que el Hilas del joven Paolo Fanale, con un material mucho más promisorio y manejado con probada solvencia. Giacomo Prestia, como Narbal, cuajó también un buen trabajo en conjunto, a pesar de mostrar ya un timbre erosionado, que deja entrever el paso de los años, pero capaz todavía de sonar con autoridad.
Por otro lado, y por increíble que parezca, Antonio Pappano debutaba con estas funciones en la Scala de Milán. De hecho, el teatro italiano, por lo que hemos podido saber, sólo aceptó formar parte de esta coproducción firmada por McVicar si era Pappano el responsable de la dirección musical de estas representaciones milanesas. Y no era fácil para el maestro británico cuadrar una agenda tan nutrida por sus dos titularidades en Londres (Covent Garden) y Roma (Santa Cecilia) pero finalmente fue posible. Lo cierto es que a la vista de los resultados de su encuentro con la orquesta del teatro, no cabe sino entender a quienes desde el público le gritaron: “¡Ven tú a Milán!”, en clara alusión al recién nombrado titular del coliseo milanés, Riccardo Chailly, quien parece no tener a priori tantos avales entre el polémico público de la Scala como pudiera imaginarse. El trabajo de Pappano al frente de estos Troyanos lo tuvo todo: impecable concertación, expresividad a raudales, teatralidad constante y una capacidad personalísima para ribetear el emocionante lirismo que albergan estas páginas de Berlioz. No es fácil bordar un trabajo tan sobresaliente con una obra tan extensa, densa y compleja. Pappano no pudo hacerlo mejor.
La producción de McVicar, , tiene muchos atractivos y algunas debilidades. Entre los atractivos, el magnífico trabajo de escenografía (Es Devlin) y vestuario (Mortiz Junge), y una dirección de actores muy solvente, aunque también muy convencional. En el debe, una constante tendencia a la brocha gorda de corte hollywoodiense, buscando antes el fotograma impactante, la espectacularidad superficial, que la densidad dramática de la representación.
Foto: Teatro alla Scala
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