La Voz de Asturias (Sábado, 29/I/11)
"TRISTÁN E ISOLDA DE AUTOR"
Tristán e Isolda de Wagner fue el título elegido para concluir la actual temporada de ópera del Campoamor. La producción era conocida, un trabajo discreto diseñado hace tres años por Alfred Kirchner para la propia Temporada de Ópera de Oviedo, con la intención de empezar con el mejor pie posible el 60 aniversario de la entidad. Para esta ocasión se había previsto Lohengrin , pero como la economía no está para lanzar cohetes y más vale lo malo conocido que lo caro por conocer, se optó por repetir el Tristán , para regocijo de unos y absoluto aburrimiento de los que, incapaces de aguantar las casi cinco horas de ópera a pesar del alto nivel artístico ofrecido, abandonaron el teatro tras el segundo acto. Dejando la propuesta escénica al margen, la producción contó un reparto lírico de postín y Guillermo García Calvo en la dirección, un joven madrileño de 32 años que, debutando la obra, dio una verdadera lección de cómo se debe dirigir una de las óperas más complejas del repertorio romántico alemán. Él fue el principal artífice del éxito de la función, que encandiló al público aún a pesar de la poco afortunada apuesta escénica.
El resultado es una gran versión musical del clásico wagneriano, que supera con creces el obtenido por el Tristán anterior. Desde el principio fue evidente quién mandaba en la producción cuando, justo antes de atacar la primera nota, García Calvo detuvo cualquier tipo de inercia protocolaria y, ya en la tarima, se tomó su tiempo buscando el silencio y atmósfera necesarios para dar comienzo a la obra. Fue un gesto de autoridad y carácter que, además de generar una intensa expectación en el público, marcó con fuerza el tono general de una velada sembrada de seriedad, claridad de criterios y profundidad de estilo. Su versión estuvo llena de matices exquisitos, que expuso dentro de en un rico abanico dinámico que, no obstante, también podría haber hecho gala de un mayor contraste y volumen sonoro. Con tan solo 6 lecturas orquestales, García Calvo intervino profundamente en la sonoridad de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, que participó a un gran nivel artístico. Fue un Tristán emotivo, sensual, pulcro y delicado, que también supo dejar espacio para que los cantantes lucieran sobradamente sus interpretaciones.
El reparto fue espectacular, comenzando por Robert Dean Smith, que ofreció un Tristan pleno de voz, algo frío durante los dos primeros actos y plenamente conseguido en el tercero. También dejó muy buena impresión el estreno de Elisabete Matos como Isolda, gracias a unas formidables condiciones líricas que le permitieron salir al paso con holgura de las dificultades del papel. Es posible que su línea vocal se notase algo forzada, pero su interpretación fue de quilates. Petra Lang sobresalió todavía más. Poseedora de una voz de mezzo reluciente como pocas y de un talento interpretativo tan acusado que incluso llegó a anular a sus compañeros de escena, Lang dibujó una Brangäne de referencia, todo un lujo para cualquier teatro del mundo. También gustó el trabajo de Gerd Grochowski como Kurwenal, un formidable barítono de voz wagneriana, grande y dúctil, que supo acompañar con una gran actuación. Con estos compañeros de reparto resultaba difícil estar a la altura, pero el Rey Marke de Felipe Bou dio el nivel gracias a sus notables dotes, que incluyen una voz de bajo de atractiva y oscura belleza que, aún ligeramente nasalizada, dejó un buen sabor de boca. Javier Galán encarnó a Melot con acierto y Jorge Rodríguez Norton obtuvo una destacada participación como "Un Timonel". Juan Antonio Sanabria obtuvo una correcta participación. El Coro de la Ópera de Oviedo volvió a resplandecer cuando todos sus miembros estaban dentro del escenario y se pudo percibir claramente su impactante rendimiento sonoro.
La dirección de Alfred Kirchner volvió a gustar tan poco como hace tres años. El concepto es abstracto, dentro de una conocida y trillada tradición bastante poco original que, entre otras cosas, encuentra placer simbólico en las líneas de fuga que no se juntan, en clara alusión a la pasión frustrada de los protagonistas. Molestó mucho la idea de desdoblar a los enamorados con una pareja de actores, distrayendo al público respecto al hilo del argumento. Kirchner se inventa un culebrón fuera de lugar en un género como el drama musical, que precisamente se refugió en el mito para huir de lo novelesco porque -Wagner lo repitió hasta la saciedad-, distraía del mensaje que se quería transmitir.
Parece que esta propuesta se creó en su día para facilitar a Jane Eaglen -la cantante que estaba previsto interpretase a Isolda hace tres años-, sus movimientos en escena, dada su envergadura y dificultad para desplazarse, pero como la Eaglen acabó por no venir al Campoamor, sustituida por Jayne Casselman, el esfuerzo resultó infructuoso. Lo que no se explica es que se haya mantenido la misma idea, que casi convierte la ópera en una versión de concierto que incluso mantuvo dos atriles dispuestos en las esquinas del escenario. Detalles como el sonido del velcro de la falda de la protagonista mientras ésta se la ponía con toda naturalidad, como si no resultase absurdo, o unos trajes pensados con demasiada ligereza, terminaron por deslucir el formidable trabajo musical.
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