La Traviata (Verdi). Kursaal, San Sebastián, 11/07/2013
Una de las citas más destacas de la Quincena Musical de San Sebastián es el título operístico que se incluye cada año en su programación. En esta ocasión, a Donostia llegaba una Traviata recién vista en El Escorial, en una coproducción que viajará después a Pamplona (Baluarte), Oviedo y Córdoba, aunque con distintos cantantes. Debemos comenzar esta crítica con un comentario a la citada coproducción. Las coproducciones son el único futuro sostenible para la ópera, pero llama la atención que de la suma de cinco teatros e instituciones de esa talla salga como resultado una producción tan pobre como la que firma Susana Gómez.
Su propuesta es de una pobreza absoluta. Carece de cualquier interés, tanto en lo dramático como en lo escenográfico. Se nos vende además como una propuesta ambientada en los años 40 y 50 de la España del siglo pasado, cuando apenas el vestuario (Gabriela Salaverri) da cuenta de esa supuesta ambientación. La escenografía (Antonio López Fraga) es igualmente parca y tópica: junto a un atrezzo anecdótico, la escena la enmarca una suerte de jaula de espejos no del todo bien resuelta, a menudo iluminada deficientemente (Alfonso Malanda). La dirección de actores es entre parca y nula, teniendo extremos ridículos como las coreografías que propone realizar al coro. Así las cosas, apenas destaca el acertado detalle de un Germont que intenta comprar a Violetta con dinero en su dúo del segundo acto. Sin duda, el único instante de interés de una propuesta que, por lo demás, naufraga se mire como se mire. No es clásica ni moderna, ni todo lo contrario; simplemente carece de contenido dramático y visualmente no presenta el menor interés. Nos cuesta encontrar el atractivo al trabajo de Susana Gómez, como ya noS sucediera con su propuesta semiescenificada para Norma en Oviedo
Ángel Ódena posee una de las voces de barítono más capaces y mejor timbradas del panorama español, y sin embargo se empeña una y otra vez en buscar un sonido grueso, tonante, de volumen cargante, lo que redunda en sonidos abiertos, en un vibrato ocasional y un fraseo monolítico y brusco, ayuno de acentos y contrastes. Compuso así un Germont constantemente fiero, de una sola pieza, sin aristas y vocalmente envarado. Una lástima que con esos medios no se afane en componer otro retrato más complejo y matizado. Las escasas veces que recogió la voz dio muestras de saber hacerlo cuando se toma el interés por regular y dar protagonismo al texto por encima del sonido y el volumen.
José Bros ofrece un Alfredo ejemplar, de línea impecable, siempre belcantista y de dicción exquisita. Desgrana el texto con lirismo, con la mezcla suficiente de acentos dulces y temperamentales, recreando todos los perfiles del rol, desde el enamorado ardoroso al amante turbado y herido. No optó por subir al agudo al cierre del 'Oh, mio rimorso', como venía haciendo en otras ocasiones. Una labor en conjunto intachable. Por último, irreprochables los comprimarios, destacando el oficio de Miguel Ángel Zapater y la solvencia de Marta Ubieta y Pilar Vázquez.
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