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Crítica: Estreno mundial de la ópera «Tránsito» de Jesús Torres

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Autor: Raúl Chamorro Mena
2 de junio de 2021

Feliz debut operístico de Jesús Torres

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 1-VI-2021, Naves del Español en Matadero, Sala Fernando Arrabal A. Tránsito (Jesús Torres). Isaac Galán (Emilio), María Miró (Cruz), Anna Brull (Tránsito), Javier Franco (Alfredo), Pablo García López (Pedro). Orquesta titular del Teatro Real. Dirección musical: Jordi Francés. Dirección de escena: Eduardo Vasco. 

   El drama de los exiliados al término de la Guerra civil, uno de los sucesos históricos más traumáticos de la segunda parte del Siglo XX español, está perfectamente expuesto en la obra teatral Tránsito de Max Aub escrita en su exilio mexicano y en la que encontramos todas las angustias, esperanzas frustradas y conflictos de los exiliados Republicanos. La nostalgia, el anhelo, con escasa base en la realidad, por regresar a una España democrática, el pensamiento constante en lo que se ha dejado atrás que impide el arraigo en la nueva tierra… están presentes en esta noche de vigilia situada en 1947, aunque creada en 1944 por el referido escritor de madre francesa y padre bávaro, pero español hasta los tuétanos, que concibió la mayor parte de sus obras en su exilio en Méjico.

   

El compositor Jesús Torres [Zaragoza, 1965], Premio Nacional de música en 2012 y con una sólida trayectoria a sus espaldas realiza su primera incursión en la ópera –después de algunas obras con la voz como protagonista- teniendo como base el texto teatral de Max Aub por lo que, como señala José Luis Téllez en su magnífico artículo del programa de mano -descargable telemáticamente-, estamos ante un ejemplo de Literatur Oper, es decir basada en una obra de teatro preexistente cuya estructura sufre escasos cambios y sigue siendo totalmente reconocible en la obra musical, al igual que, por citar algunas, Salomé de Strauss, Wozzeck de Alban Berg, Parisina de Mascagni, Cyrano de Bergerac de Alfano o Francesca da Rimini de Zandonai.

   Tránsito es una ópera de cámara que consta de 12 escenas o «instantes» que se desarrollan sin solución de continuidad y narra una noche de insomnio de Emilio, exiliado en México, en la que dialoga con su esposa Cruz, que ha permanecido en España junto a sus hijos, y su actual compañera sentimental Tránsito –el nombre es claramente simbólico y expresivo-.

   Musicalmente la ópera se apoya, sobretodo, en una compleja escritura orquestal, que comenta, narra, sostiene y ambienta la trama, además de demostrar la impecable técnica, así como el indudable talento e inventiva del autor. Dieciocho músicos componen el orgánico con quinteto de cuerda, cuarteto de maderas con saxofón en lugar de Fagot, trío de metales, piano, acordeón, arpa y una profusa, variadísima, como es habitual en la música contemporánea, percusión, para la que se destinan tres ejecutantes. Como también subraya Téllez, la ópera de Torres no es ni propiamente tonal ni francamente atonal y recurre a la técnica de intercalar interludios, un total de cuatro, que detienen la acción dramática al modo de Britten en Peter Grimes, Shostakovich en Lady Macbeth del distrito de Mtsenk y Poulenc en Diálogos de carmelitas. Menos interesante me pareció la escritura vocal, una especie de canto declamado próximo a la prosodia del habla, heredero del sprechgesang alemán, pero sin renunciar a pasajes que reclaman la zona alta de cada tesitura y con suficiente carga expresiva para garantizar el sustrato dramático de la obra bien imbricado con la orquestación. Intensa, comprometida y bien trabajada la dirección musical de Jordi Francés, tan entusiasta en la exposición de la obra como preciso y atento tanto a la orquesta como al escenario, pues dio todas las entradas a los cantantes, y aseguró pulso y tensión teatral, además de obtener un buen rendimiento de los 18 músicos convocados de la orquesta titular del Teatro Real. 


   Como sucede en los estrenos de óperas contemporáneas con el autor vivito y coleando, la dirección de escena se mostró respetuosa, sin aventuras ni extrañas ocurrencias. En este caso, Eduardo Vasco y Carolina González plantean una puesta en escena clara, eficacísima, con escasos elementos escénicos, apenas una cama, una mesa y dos sillas y una estupenda iluminación de Miguel Ángel Camacho, más sombría, simbolizando sin duda la dura posguerra, en la parte derecha del escenario que corresponde a Cruz y Pedro, los personajes que han quedado en España. Por tanto, la historia llega nítida, inmediata al espectador, así como la situación de angustia, fatalismo, soledad y desarraigo del exilio, que como el propio Jesús Torres resaltaba en la reciente entrevista publicada en este mismo medio, son conceptos universales. 

   Irreprochable, asimismo, musical e interpretativamente, el elenco vocal encabezado por el barítono aragonés Isaac Galán que en este contexto supera las limitaciones de su material vocal –algunas notas altas que requiere su parte se resolvieron en discutibles falsetes, excesivamente blancuzcos – y se impone su musicalidad, dicción limpia y apropiados acentos, en una creíble encarnación de la soledad –a pesar de vivir acompañado- el desasosiego, la incertidumbre y complejo de culpa por haber abandonado a su familia de este exiliado incapaz de dormir, atormentado, que ni siquiera sabe si su hijo Pedro continúa con vida o no. María Miró apoyada en su timbre sopranil cremoso y atractivo -el de mayor calidad de los ciinco cantantes, sólo perdió tersura en alguna nota alta- compuso una doliente Cruz, que se debate entre el sufrimiento, los celos y los reproches hacia un marido, que aún ama, pero le ha abandonado a ella y su familia y encima comienza otra relación con una mujer más joven. Suficiente también resultó el timbre de mezzo acuto, no especialmente caudaloso, pero bien colocado y manejado con musicalidad, de Anna Brull, como Tránsito, que siente no sólo la zozobra y tormento de su amado, también que poco puede hacer por consolarle, pues no termina de confiar en ella ni de verla como una relación seria y duradera. Buena contribución -especialmente en lo interpretativo a despecho de un timbre gris y árido- del barítono Javier Franco como Alfredo, el exiliado arruinado, ya cansado y desilusionado dispuesto a volver a España, y que es recriminado por su amigo Emilio, rotundamente fiel a la causa Republicana, en una escena de gran intensidad dramática.  Por su parte, el timbre fresco y juvenil del tenor Pablo García López se adaptó bien al personaje impetuoso del hijo mayor de Emilio, aún con arrestos y valor para luchar contra la dictadura y que reprocha a su padre haberse marchado renunciando a la lucha en el propio terreno, por muy descabellada que sea. 


  Éxito merecido para una ópera muy interesante, con impronta dramática,  una música de impecable trazo y creatividad, de las que se puede calificar «asequible» para el espectador, incluido el más renuente ante la música contemporánea, pues su autor Jesús Torres no renuncia, al contrario, a llegar al público a diferencia de otros músicos contemporáneos de la llamada vanguardia más estricta.

Fotos: Jesús Ugalde

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