Ton Koopman y la Orquesta Barroca de Ámsterdam y Coro ponen en sonido en el Teatro de la Maestranza de Sevilla la Misa en si menor de Bach
Misa preparatoria de la estación de penitencia
Por Álvaro Cabezas | @AlvaroCabezasG
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 9-4-2022. Amsterdam Baroque Orchestra and Choir; Ton Koopman, director; Ilse Eerens, soprano; Clint van der Linde, contratenor; Tilman Lichdi, tenor; y Klaus Mertens, bajo. Programa: Misa en si menor, BWV 232 de Johann Sebastian Bach.
En colaboración con el Festival de Música Antigua de Sevilla se ha programado esta magna obra del padre de la música, justo en la víspera del inicio de la Semana Santa en Sevilla, a la misma hora, por cierto, en que se celebraban en numerosas iglesias hispalenses las misas preparatorias de las estaciones de penitencia que tendrán lugar al día siguiente, Domingo de Ramos. Supone, por tanto, un gran acontecimiento escuchar esta música en vivo (se trata de una obra escasamente programada) y más en estas circunstancias que, de forma esperanzadora, marcan la vuelta completa a la normalidad post-pandémica. Considerada por algunos la cima de la producción musical universal (podio que debe compartir, necesariamente, con la Pasión según San Mateo del mismo autor, con la Missa Solemnis de Beethoven o con la Novena sinfonía de Mahler), es, desde luego, una pieza envolvente y brillante desde un punto de vista estético, pero, además de ello, profunda, mística y católica desde un punto de vista religioso. Sus distintas secciones están bien diferenciadas, aunque fueron compuestas de manera independiente: Kyrie, Gloria, Symbolum Nicenum (Credo), Sanctus, Osanna, Benedictus, Agnus Dei y Dona nobis pacem. No pueden dejar a nadie indiferente y van sucediéndose con naturalidad (a veces sin solución de continuidad), siendo desgranadas por el coro y los solistas en algunas de las intervenciones vocales más destacadas y virtuosísticas de la historia de la música. La orquesta, con su bajo continuo, siempre refuerza, subraya, completa o sirve de alfombra a las voces y presagia con sus melodías las que van a interpretarse a continuación. En algunos de los números la presencia de intervenciones solistas es notoria (de hecho, como ocurrió en Sevilla, los instrumentistas suelen tocar su parte de pie) y siempre subyace en su piadosa audición la sensación que permite abrir el camino a la meditación religiosa como si de una suerte de traslación artística (y teatral), de las sagradas escrituras se tratara.
La ocasión era más que propicia con la comparecencia en Sevilla de este maestro, especialista en la obra, que la acomete con naturalidad –casi como si lo hiciera a diario–, libre de restos pesantes de tradición y recurriendo a las formas historicistas de las nuevas corrientes interpretativas que imperan en este repertorio. Por ello, la participación de un contratenor para la parte que suele acometer una mezzosoprano, la escasez de vibrato en las cuerdas, la congregación de un coro reducido en el que se contaba con contratenores y que se organizaba según los números de canto o los ritmos rápidos y articulados, fueron elementos determinantes en la interpretación general. Muy reciente tenemos la versión que de esta misma obra ofreció Ton Koopman con la Berliner Philharmoniker en octubre de 2017 y que pudo visualizarse a través de la plataforma propia Digital Concert Hall. En Sevilla el sonido no fue tan aterciopelado, sino mucho más seco y, sobre todo, no hubo esos minúsculos silencios que proporcionan con pasmosa soltura y naturalidad los profesores de Berlín. Al contrario, todo se presentó más ceñido al planteamiento del maestro y hubo más decisión, madurez y fuerza expresiva en cada una de las secciones de la misa.
Los solistas tuvieron intervenciones muy destacadas y matizadas, incluso con evidentes riesgos vocales, que resolvieron con aquiescencia y gracia. La soprano Ilse Eerens estuvo excelsa en el dúo Christe eleison que rubricó con el contratenor Clint van der Linde al poco de iniciarse la obra. Utilizaba filados preciosos y regulaba mucho el volumen y los adornos. Su mejor momento fue el Laudamus te con el acompañamiento fabuloso de la concertino Catherine Manson. En la segunda parte, completó un hermosísimo y unitario Et in unum Dominum con el tenor Tilman Lichdi, que destacó, sobre todo, en el Benedictus qui venit que satisfizo magistralmente acompañado por una flauta que le daba a toda esa parte un aire más pastoril que religioso. El bajo Klaus Mertens no dejó de ser correcto en el canto, con voz de escasa proyección, pero eminente en sus dos intervenciones Quonian tu solus Sanctus de la primera parte, en la que estuvo acompañado de la trompa, y en la encantadora Et in Spiritum Sanctum de la segunda parte con el propio Koopman acompañándolo al órgano. La revelación solística vino con el contratenor Lichdi, sobre todo en un Agnus Dei escalofriante en que casi susurraba el final de algunas palabras y daba el toque trágico que también requiere la obra.
El coro resultó muy ovacionado ya que carga con gran parte del peso. Estuvo expresivo, coloreado con detalles, bien dirigido y dividido en distintas voces (4, 5, 6 y 8). Especialmente radiante pareció en los números de Kyrie eleison, Et in terra pax, Cum sanctu spiritu que cerró con gallardía la primera parte y, en la segunda, el esperanzador Credo in unum Deum, el lastimoso Crucifixus y el cuasi metafísico Confiteor unum baptisma, que nos hizo olvidar dónde estábamos al transportarnos a las regiones celestes. Sin embargo, fue en el final, Dona nobis pacem, donde se fijaba la recompensa espiritual y aurática de toda la obra. La orquesta, formada por instrumentos de época, sonó muy empastada y sus componentes estaban especialmente conectados entre sí, algo que redundó en el beneficio de la música. Especialmente destacable resultaron las trompetas o sacabuches por su bello y rubricante sonido.
Cuando la música cesó, en determinados templos sevillanos se estaban colocando las flores en los pasos para las procesiones del día siguiente. Gracias a Bach volvieron a plantearse ante el público del Maestranza las grandes preguntas de la humanidad y, en buena medida, quedaron resueltas con una interpretación de ensueño que, aunque fuera pensada más para un ámbito eclesiástico que para uno teatral, resistió a las mil maravillas la amplitud y seca acústica del coliseo sevillano, llenó la sala de esperanza y valores universales y cultivó durante un par de horas el espíritu del melómano con un rocío cuasi divino. Buena Semana Santa 2022 para todos.
Fotos: Javier Santos
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