Por Francisco Zea Vaquero
Madrid. 13-XI-2020. Auditorio Nacional de Música (sala sinfónica). Stravinsky: El pájaro azul: Pas de deux. Thomas Adès: Concierto para violín y orquesta «Concentrics paths» op. 23. Beethoven: Sinfonía nº 8 en fa mayor op. 93. Anthony Marwood (Violín) Orquesta Nacional de España. Thomas Adès (Director).
En sala supuestamente casi llena (asuntos COVID mandan) se presenta el concierto del regreso del gran Thomas Adès, con la Orquesta Nacional de España. Este es sin duda uno de los mejores compositores del momento, junto con el también aclamado George Benjamin, al que recordamos en sus excepcionales veladas de hace cinco años. Aquella excepcional contribución, lo fue enmarcada en el feliz proyecto «Carta Blanca», que ahora echamos de menos para un maestro de la categoría de Adès. Tal vez con aquella propuesta, ya abandonada, el concierto hubiese estado firmado con una serie de obras que encajasen mejor, para alguien que encarna la dinastía de los grandes compositores británicos del siglo XX. Aunque da más pena pensar que el creador que hoy nos visita nos habría mostrado una gran selección de su última ópera, El ángel exterminador
Adès se introduce con un presentador de lujo para no entrar frío a su concierto Senderos concéntricos
El concierto de Violín del compositor británico, además de lo ya perfectamente explicado en el programa de mano virtual, es una combinación de intenso lirismo y reflexiva introspección de gran orquestador que engarza al solista en primer plano, dialogando con la orquesta y con cada uno de los primeros atriles. Aunque sus procedimientos utilizan la atonalidad, no es esto más que una herramienta, pues en muchos momentos discursivos los materiales parecen simplemente politonales, y de interválica relativamente sencilla. Cuando el talento y el genio es parte del bagaje de uno desde la juventud, la naturalidad emocional y el melodismo pueden ser tu verdadero sello, no necesitando apoyo de complejos procedimientos compositivos para encontrar su propio espacio. La música de este maestro la entiende todo el mundo, y probablemente por ello triunfa cómo lo hace allá donde va, habiéndose convertido incluso en manager
El violinista del estreno hace ya 15 años, Anthony Marwood, mostró durante toda la obra su segura afinación, y una madurez de intérprete maduro que conoce cada rincón de la obra. El violín comienza con un largo obligato en la breve sección Anillos
Enorme el alegato de matices de Marwood, como al principio estuvo con la precisión de las dobles cuerdas. El inglés, que no pretende ser un técnico, ni tiene un importante volumen, sí que dejó clara su firma, con clara intención musical y soberanas dotes de intérprete. Por otro lado, el compositor afirmó con su interpretación que la parcela virtuosa no le interesa demasiado, y aún como director tampoco obtuvo una presencia orquestal más exuberante, consagrándose como el mejor acompañante posible, atento a cada gesto y respiración de su colega.
Al volver a Beethoven concluye el sueño y regresamos a la pesada realidad de interpretar obras de gran exigencia técnica con limitaciones de espaciales. La cuerda al estar tan separada no comienza bien en los pasajes más enérgicos, ni en los marcatti, pero el director tampoco los pide con más efusividad. La cualidad sonora de los primeros violines no acabó de destacar, y Adés que lo vio claro abrevió la faena. La versión tuvo sobre todo equilibrio y buen fraseo, pero poca fuerza. Las proporciones se mantenían, y el difícil primer Allegro vivace e con brio sale adelante, aunque los últimos atriles literalmente se quedan aislados y a la coda se llega casi por pundonor. El director, en gran tradición sinfonista británica, tiró de sentido del humor y ahondó en la broma beethoveniana sobre el metrónomo, disfrutando con la onomatopeya y el mecanismo que llevaron las maderas con autoridad y sin pestañear. Muy haydniano, con humor y a tempo, un poco lo que nos hace falta a todos en esta nube de preocupaciones que vivimos ahora. La viveza del scherzo fue notable, pero lo gozamos también en virtud de la línea y los diseños básicos. Parecía que todos esperaban los solos de trompa y clarinete que no defraudaron, y de ahí al gran motor del da capo, gracias adiós todos juntos. A caballo el director decidió que no se podía caer la obra, e imprimió vivo compás en los forte dando respiro en las dinámicas más tenidas; favorece así, el incipiente fugato utilizado en la transición, antes de reexponer la explosiva temática. Ante todo, el desenvuelto Thomas Adès, musical e intuitivo, resolvió con sentido y respiración, dejando que Beethoven y los profesores de la ONE lo hicieran casi todo: Laissez faire
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