Crítica del concierto ofrecido en Valladolid por el Cuarteto Casals con la Sinfónica de Castilla y León, bajo la dirección musical de Thierry Fischer
El valor del trabajo de conjunto
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 2-V-2024. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Cuarteto Casals: Abel Tomàs y Vera Martínez, violines, Jonathan Brown, viola, y Arnau Tomàs, chelo. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Thierry Fischer. Obras: Fanfarria para el hombre común de Copland, Fanfarria para la mujer fuera de lo común, nº1 de Tower, Absolute Jest (Broma Total) de Adams y la Sinfonía nº3 en mi bemol mayor, op. 55 de Beethoven.
Obras de compositores de EE.UU, con las que Thierry Fischer, el director titular de la Sinfónica de Castilla y León, dirige música del siglo XX y XXI de su país, y la Sinfonía nº3 de Beethoven, para que vaya cumpliendo con su plan de dirigir todas las sinfonías del compositor alemán con la OSCyL.
La primera parte se caracterizó por la brillantez de las fanfarrias, primero la de Copland Para el hombre común, con la sección de metales de la Sinfónica magníficamente empastada, y con una combinación de sonoridades penetrantes y un cierto lirismo realmente subyugante. Después, interpretaron la Fanfarria nº1 para la mujer fuera de lo común, de Loan Tower, que parte de la idea de la de Copland para mostrar un universo sonoro de ritmo muy marcado y una presencia del bombo, que adquiere un lugar muy relevante.
Cerró la primera parte Absolute Jest de Adams, una obra magistral escrita para orquesta y cuarteto de cuerda, lugar que ocupó el Cuarteto Casals. Fischer, los componentes de la orquesta y los Casals rindieron un justo tributo a una obra compleja, en la que cada uno desempeñó muy bien su papel. El director mantuvo ese pulso complejo, basado en polirritmos y motivos que se incrustan unos en otros dando a veces la sensación de un ostinato perfecto y otros de cierta vaguedad sonora, al intercalarse sonidos en tiempos diferentes. Además, permitió que se escuchara de manera clara las texturas del cuarteto, sin por eso perder su íntima relación con el sonido orquestal. Los músicos de la OSCyL llevaron siempre claro el sentido rítmico, el color y los diálogos entre ellos o entre ellos y el cuarteto. Los Casals pusieron en valor ese universo beethoveniano con el que se juega para homenajearle y crear una obra nueva. Sonidos de la cuerda llenos de carácter, sin por eso perder cierta delicadeza. El Cuarteto Casals se encargó de imponer una articulación marcada en confrontación o equilibrio con la de la orquesta.
Concluyó el concierto con la ya citada interpretación de la Sinfonía nº3 de Beethoven. Fischer dirigió con un control absoluto de la obra, con todos sus efectos bien medidos; algo que en determinados momentos impidió que la obra sonará con más frescura, con más virulencia expresiva. Por el contrario, ese ajustar todas las piezas permitió escuchar una versión pulcra, magnifica en cuanto al desarrollo en su conjunto de la sinfonía. Aunque el señalar la relevancia de la interpretación de dos de los movimientos pudiera parecer que contradice la idea señalada del valor de una obra en su conjunto, lo cierto es que el segundo y el cuarto tuvieron algo especial. Fischer consiguió en la Marcha fúnebre propiciar un ambiente especial, subyugante, partiendo de la melodía del oboe y el sonido que se creó en torno a él. El movimiento conclusivo destacó por los cambios del piano al forte y por lo variable de su carácter, entre lo brillante, lo agitado, lo dramático, y lo humorístico.
Foto: OSCyL
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