Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. Carnegie Hall. 9/12/2016. The Orchestra Now. Ilana Davidson, Soprano. Katharine Goeldner, Mezzo-soprano. Sergey Polyakov, Tenor. Director musical, Leon Botstein. Sinfonía n°25 de Nikolai Myaskovsky. De la poesía popular judía, Op. 79 de Dmitri Shostakovich. Sinfonía n°6, Op. 111 de Sergei Prokofiev.
En alguna crítica anterior nos hemos referido a la gran cantidad de oferta musical que hay en Nueva York fuera de los “circuitos oficiales”. En una ciudad donde se vive la música en cada esquina, y donde es prácticamente imposible asistir a todos los programas apetecibles que hay entre el Lincoln Center y el Carnegie Hall, es inabarcable todo lo que se hace fuera de ahí. Además, en Estados Unidos, hay una gran cantidad de conservatorios que o bien están asociados a universidades o bien son directamente parte de ellas. Como comentamos hace pocos días a raíz de la interpretación de la ópera Flight de Jonathan Dove en la Juilliard School, una de las asignaturas a las que se le da más importancia es actuar en público por lo que hay un número cada vez mayor de orquestas que en muchas ocasiones son los puntales de la programación de auditorios de pequeñas ciudades.
Una de las universidades más activas en este sentido es el Bard College. Situada a 180 km. al norte de Nueva York, en Annadale-On-Hudson, cuenta desde el año 2003 con un auditorio, el Fisher Center, diseñado por el arquitecto Frank Gehry que en pocos años se ha consolidado como el centro cultural de referencia de una amplia comarca del río Hudson. Desde la temporada pasada, The Orchestra Now (TON), compuesta por los estudiantes de Máster en interpretación orquestal, es la residente del Centro. Su director titular, Leon Botstein, es también el director de la American Symphony Orchestra. Además del repertorio tradicional que interpretan allí, la orquesta baja con frecuencia a la ciudad de los rascacielos. Dan varios programas gratis en barrios como Harlem, Bronx o Queens, participan en actividades del Metropolitan Museum of Arts, y tienen dos pequeñas residencias, una en el Carnegie Hall y otra en el Rose Theater del Licoln Center. Como en estos dos recintos no es fácil competir con orquestas profesionales en el repertorio tradicional, aprovechan para presentar programas donde interpretan obras muy atractivas que desafortunadamente se tocan poco, en lo que supone un claro ejemplo a seguir.
El programa del primer concierto, dado en el Rose Theater en noviembre, incluía varias obras icónicas del sinfonismo americano de la primera parte del S XX: la Sinfonía n° 1, Jeremiah de Leonard Bernstein; la Suite de la primavera apalache y los Statements de Aaron Copland; y las complejas e interesantísimas Variaciones para orquesta de Marc Blitzstein.
El segundo programa, ya en el Carnegie Hall, bajo el título “Denounced! – ¡Denunciados!”, nos trae tres obras de Nikolai Myaskovsky, Dmitri Shostakovich y Sergei Prokofiev compuestas poco después de terminar la Segunda Guerra Mundial - la Gran Guerra Patria en terminología rusa- y que fueron objeto de críticas, ataques y descalificaciones en el famoso Decreto Zhdánov y el posterior Congreso de la Unión de Compositores de la URSS en los primeros meses de 1948. El resultado es bien conocido: las obras dejaron de interpretarse, los músicos fueron despedidos de sus puestos en orquestas y conservatorios, su vida corrió peligro y hasta después de la muerte de Stalin no fueron rehabilitados.
Comenzó el concierto con la Sinfonía n°25 de Nikolai Myaskovsky. Compuesta en 1946, cuando el compositor ya contaba sesenta y cinco años, la obra es un claro ejemplo de romanticismo tardío. Compuesta en tres movimientos que van creciendo en intensidad – Adagio, Moderato y Allegro impetuoso – está llena de bellas melodías que perfectamente podría haber compuesto Tchaikovsky. La obra fue estrenada en la Gran sala del Conservatorio de Moscú por el mítico pope de la dirección orquestal ruso, Alexander Gauk en 1947 con bastante éxito. Cuando la oyes, tratas de comprender qué verían en ella las autoridades soviéticas para quitarla de circulación al año siguiente por “tendencias antidemocráticas, espíritu antisoviético, individualista y contrario a la clase obrera”. Leon Botstein eligió “tempi” amplios para la obra. La orquesta arrancó con un sonido lustroso y con intervenciones solistas meritorias como las frases iniciales del clarinete y el fagot. Fue ganando en intensidad y el Allegro final fue vehemente con las cuerdas muy bien empastadas.
Con Dmitri Shostakovich llovía sobre mojado. Tras las críticas vertidas por el propio “Padrecito” en el diario Pravda al asistir en 1936 a una función de su ópera “Lady Macbeth de Mtsensk” y que estuvieron a punto de costarle una visita a las estepas siberianas, en 1948 volvió a ser tachado de formalista y antisoviético. Se retiró a “sus cuarteles de invierno” componiendo música para películas con las que podía comer, otras oficiales con las que trató de rehabilitarse, y alguna obra de más enjundia que mantuvo oculta esperando mejor ocasión. En un momento de profundo antisemitismo en la Unión Soviética, no era el mejor momento para sacar a la luz “De la poesía popular judía, Op. 79”. Se ha discutido mucho sobre el interés de Shostakovich en la música judía, algo que nunca se había visto en los compositores rusos. El hecho es que puso música al ciclo que Y.M.Sokolov había traducido del yiddish al ruso. La obra, de enorme interés, compuesta por once poemas en general de tono pesaroso excepto los tres últimos más alegres, donde soprano, mezzo y tenor cantan en solitario, a dúos o todos juntos, y donde unos momentos tienes recitados a la “Lady Macbeth” y otros puras melodías tipo “klemzner” con violines zíngaros y líneas melódicas sobre pizzicatos, tuvo una buena interpretación por parte de los tres solistas. Sergey Polyakov aportó serenidad y voz brillante. Katharine Goeldner cantó con voz y oficio, e Ilana Davidson, algo mas discreta también puso énfasis en su interpretación. Leon Botstein y sus muchachos acompañaron de manera excelente.
La última obra del programa fue la Sexta Sinfonía de Sergei Prokofiev y fue una suerte de homenaje al compositor al cumplirse 98 años de su debut en el Carnegie Hall. Prokofiev empezó la composición tras el estreno de la Quinta, en 1945, pero la aparcó un par de años antes de terminar su composición en 1947. Fue estrenada en San Petersburgo por el mítico director ruso Yevgeny Mravinsky con un gran éxito de crítica y público, pero no tardó mucho en entrar en la lista de Zhdanov. En este caso las acusaciones fueron de “innovar por innovar” y que “el Prokofiev melódico y armónico es atacado, sin razón aparente, por el Prokofiev tormentoso”. El hecho es que hay un contraste fuerte entre la gloriosa quinta sinfonía, compuesta para festejar la victoria en la guerra, con la sexta, más íntima, introspectiva y sombría, y encaminada a mostrar las heridas y las consecuencias de la misma. Pero la obra, en ningún caso es innovadora ni triste. De hecho muchos temas del Largo y del Vivace final recuerdan a sus sinfonías primera y quinta, con ese lenguaje tan característico suyo. Botstein y sus jóvenes músicos se emplearon a fondo en una versión muy bien construida, donde todo estuvo en su sitio.
El público que llenó los primeros pisos del Carnegie aplaudió con entusiasmo al término de este interesante e ilustrativo concierto.
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