The Perfect American, Teatro Real, 01/02/2012
Cuando Gerard Mortier desembarcó en el Teatro Real trajo consigo la propuesta de dos estrenos mundiales que no habían encontrado acomodo en el que habría sido su destino, la New York City Opera, a causa de las desavenencias económicas que finalmente hicieron recalar al gestor belga en Madrid. Uno de esos encargos, en coproducción con la English National Opera de Londres, era precisamente el título de Philip Glass que nos ocupa, The Perfect American, acerca de la vida y la personalidad de Walt Disney. El otro encargo, a cargo del compositor Charles Wourinen y que presumiblemente se estrenará la temporada que viene, gira en torno al argumento que ya dio lugar a la película Brokeback Mountain.
El interés de este estreno de Glass, que ha tenido una notable repercusión mediática a nivel internacional, estriba en la perspectiva francamente novedosa desde la que se aborda el universo de Disney y que tiene su origen en el libro Der König von Amerika, de Peter Stephan Jungk, publicado en 2001 y recién traducido al castellano en la editorial Turner. A partir de ese texto, el propio Philip Glass, como explica en una entrevista concedida a la Revista del Real, confeccionó un esquema de trabajo que dio lugar al libreto de Rudy Wurlitzer que se ha puesto en escena en el Real.
Se aborda en ambos casos, en el libro de Jungk y en el libreto de Wurlitzer, si bien con notables diferencias en algunos puntos, la figura de Disney desde la paradoja que resulta de observar, al mismo tiempo, al genio americano como el creador inimitable de un universo de felicidad y ensoñación para los niños, por un lado, y como un ser egocentrista y arisco, lleno de miedos y tics ideológicos, por otro. De tal modo que el icono de un mundo de fantasía y felicidad nos aparece en su vida cotidiana como un tipo no tan perfecto. Hay que reconocer el enorme atractivo de esta perspectiva, sobre todo porque permite, partiendo del caso de Disney, situar la mirada en los procedimientos generales de la industria cultural contemporánea, tan ligada a creadores icónicos.
Y es que, desde esta óptica ¿acaso no podríamos preguntarnos lo mismo sobre alguien como Steve Jobs, por ejemplo? Mucho se ha debatido sobre la conveniencia de abordar desde este prisma una figura icónica un tanto idealizada como la de Disney. Pero precisamente ese es el interés de The Perfect American, que desde el respecto y el matiz, evitando caer en el lenguaje de los trapos sucios y la brocha gorda, permite visualizar un tanto más desnudo al creador de un mundo artificial del que él mismo acabo siendo un producto acabado pero imperfecto.
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