Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto ofrecido por Musicaeterna en Madrid, para La Filarmónica, bajo la dirección musical de Teodor Currentzis
Currentzis, distinto y siempre interesante
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 8-X-2024. Auditorio Nacional. Ciclo La Filarmónica. Obertura de La Forza del destino (Giuseppe Verdi). Variaciones rococó para violonchelo y orquesta, op. 33 (Piotr Ilich Tchaikovsky), Miriam Prandi, violonchelo. Sinfonía núm. 5 op. 47 (Dmitri Shostakóvich). Musicaeterna. Director: Teodor Currentzis.
Denostado por unos, adorado por otros, lo que es indudable es que Teodor Currentzis es uno de los directores de orquesta más interesantes de la actualidad. Nunca provoca indiferencia, lo que, junto a su acentuada personalidad, afán por arriesgar y ofrecer lecturas personales y alumbradas por la singularidad, le destaca en un panorama musical muchas veces tan rutinario. Además, cuenta para ello con una orquesta, Musicaeterna, fundada por él, totalmente entregada a su causa.
Hasta tres comparecencias del músico greco-ruso prevé el ciclo La Filarmónica en su temporada 2024-2025, por lo que no es de extrañar que haya protagonizado la apertura del mismo.
Giuseppe Verdi –hoy 10 de octubre se cumplen, precisamente, 211 años de su nacimiento- siempre reivindicaba su carácter de «uomo di teatro», pues fue en ese fascinante y más completo ámbito, el teatro lírico, donde desarrolló fundamentalmente su grandioso genio. Aún así, alguna de sus creaciones puramente orquestales ha entrado en el repertorio de los auditorios sinfónicos, particularmente la obertura de Las vísperas sicilianas y, sobre todo, la de La Forza del destino, además de su magistral Messa da Requiem, claro. Verdi y Ricordi se aseguraron de que, después del estreno en San Petersburgo en 1862, merced a un muy bien remunerado encargo, la obra se presentara el año siguiente en Italia –Roma- y en un teatro de la «centralidad europea». El elegido fue el Teatro Real de Madrid, buena muestra de su enorme prestigio en esa época, en cuyo escenario se presentó La forza del destino el 21 de febrero de 1863 con asistencia del propio Verdi. La obertura fue añadida por el Maestro posteriormente –Teatro alla Scala 1869, versión de la obra que se representa habitualmente- y, hay que recalcar, que Currentzis resaltó toda la brillantez de la composición, además de ofrecer una versión singular, muy contrastada –hermosa cantabilità en el andante, coda espectacular- con una orquesta que responde a su gesto y demanda con absoluta devoción.
El refinamiento, equlibrio y transparencia que piden las Variaciones rococó para violonchelo y orquesta de Tchaikovsky no se adaptan tan bien a los modos interpretativos de Currentzis, como pudo apreciarse en una lectura un tanto deshilvanada y falta de elegancia. La solista Miriam Prandi, con un sonido suficiente pero no más, acreditó fina musicalidad y corrección en las exigencias virtuosísticas, pero sin cautivar. Como propina en homenaje, según anunció ella misma, a su maestro Antonio Meneses, recientemente fallecido, la chelista italiana ofreció el Dolcissimo de Gramata Cellam (Libro para cello) del compositor letón Peteris Vasks.
Los enormes contrastes de la Quinta sinfonía, aparente intento de reconciliación con el régimen, con muchas dosis de sarcasmo, por parte de un Dmitri Shostakovich angustiado por las críticas recibidas en PRAVDA -por tanto, desde las más altas instancias del gobierno Soviético, como explicaba en mi reciente recensión de unas de las funciones ofrecidas por el Gran Teatre del Liceu- por su ópera Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, fueron perfecto vehículo para la capacidad para exagerar las tensiones y las distensiones, la audacia en la gama dinámica y la fuerza incandescente de la batuta de Currentzis. Ni que decir tiene, que Musicaeterna respondió a la propuesta de su gurú con total entrega y entusiasmo.
Con violines y violas de pie, la cuerda mostró su gran nivel –sonido redondo, empastado y con gran mordiente- desde su impactante entrada en el primer movimiento. Las exageradas dinámicas suaves que aplica Currentzis tienen el problema, desde mi punto de vista, que al ser tan acusadas y llevar a la orquesta a un susurro, con la sensación de que «desaparece el sonido», provoca inevitables caídas de tensión. Los forte, por supuesto, resultaron tensionadísimos, de indudable efecto y a la magnífica cuerda se unieron las maderas, espléndidas. La entrada de la cuerda grave en el allegretto nos dejó boquiabiertos, tanto, como un Currentzis demandando más y más de la orquesta y ésta dándoselo en una interpretación pletórica de energía y fuego.
En el largo, Currentzis llevó al extremo los contrastes dinámicos con pianissimi vaporosos en los que el sonido parecía esfumarse, pero en los que, como he subrayado, no pudo evitar que se le cayera algo la tensión. Si bien no pueden discutirse las aristas del discurso orquestal, así como la efusión y la fuerza expresiva con la que el fragmento llegó al público. En el cuarto capítulo, la energía incandescente de la batuta de Currentzis, sus gestos opulentos, y una orquesta al doscientos por cien, con unos metales esplendorosos, pusieron el brillantísimo broche con esa sólo aparente sensación de forzada alegría, que encierra el último movimiento.
Éxito apoteósico correspondido por Currentzis y su orquesta con dos sorprendentes propinas. La Danza de los caballeros del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev, en una interpretación flamígera, casi a cañonazos, con apabullante grandiosidad. Insólita la interpretación del adagietto de la Quinta de Mahler, anunciada por el propio director, en una propuesta que me gustó menos con un rubato exagerado y hasta caprichoso, en una suerte de chicle estirado y desestirado no exento de cierto amaneramiento.
En cualquier caso, esperamos con expectación y ganas, cómo no, las dos siguientes comparecencias de Currentzis en este ciclo con, nada menos, que la Segunda de Mahler y la Novena de Bruckner.
Foto: Facebook Teodor Currentzis
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