Crítica del concierto de Teodor Currentzis y Musicaeterna en el Teatro de la Maestranza de Sevilla con el Réquiem de Mozart en el programa
El asombro por encima de la emoción
Por Álvaro Cabezas
Sevilla, 12-III-2024. Teatro de la Maestranza. Orquesta y coro MusicAeterna; Olga Pashchenko, fortepiano; Elizaveta Sveshnikova, soprano; Andrey Nemzer, contratenor; Egor Semenkov; tenor; Alexey Tikhomirov, bajo; Teodor Currentzis, director. Programa: Concierto para piano y orquesta nº 24 en do menor KV. 491 de Wolfgang Amadeus Mozart; Concierto para clave en re mayor de Dmitro Nortniansky; Música para un funeral masónico KV. 477 de Wolfgang Amadeus Mozart; y Misa de réquiem KV. 626 de Wolfgang Amadeus Mozart.
Desde que en el pasado mes de junio se anunciara el debut en Sevilla del director Teodor Currentzis este concierto –encuadrado en la programación del Festival de Música Antigua de Sevilla–, había levantado mucha expectación y desde hacía varios días colgaba el cartel de «No hay billetes» en las taquillas del coliseo de la Maestranza. El reclamo de un nombre tan deslumbrante en el estrellato musical congregó una variopinta multitud de aficionados que acudía preparada para vivir un importante acontecimiento artístico. Y, aunque se hizo esperar, así fue. El público que, mayoritariamente iba a escuchar el Réquiem de Mozart, salió impactado del teatro habiendo escuchado, además, otras obras de bastante interés.
Currentzis demostró que es un gran programador colocando en la primera parte del programa el Concierto para piano nº 24, tan sombrío y relacionable con la última de las obras del genio de Salzburgo. Para ejecutarlo se utilizó un fortepiano copia de un original tocado por Mozart y que en esta ocasión estuvo en manos de Olga Pashchenko que parecía tener que justificar el uso de ese instrumento con el añadido de la interpretación del corto pero entretenido Concierto para clave en re mayor de Dmitro Nortniansky y de una excelente propina de Beethoven. Como ya se ha dicho, el sonido estaba amplificado, pero en ningún momento esto supuso problema alguno para la integración con la raquítica orquesta que lo acompañaba. Particularmente creo que toda la primera parte estuvo falta de entusiasmo y que no tenía otro objetivo que, con alarde, llenar el espacio temporal necesario para conformar un programa que englobe el réquiem mozartiano, una pieza nada fácil de programar ni combinar con otras obras. Algunos directores como el recientemente desaparecido Seiji Ozawa lo precedían con el Apolo Musagete de Stravinsky y otros como Karajan lo seguían con el Te Deum de Bruckner. También hubo casos más prosaicos, como el de Lorin Maazel, que lo compaginó en Pittsburgh con el Concierto para piano nº 1 de Chopin.
Currentzis recargó mucho el contenido de este evento porque, ya en la segunda parte no se comenzó directamente con el Réquiem sino con la Música para un funeral masónico, cantada, además. Y, a continuación, con una salmodia del réquiem a cappella y en total oscuridad, algo que acentuó el misticismo y el viaje en el tiempo que nos proponía el director para adentrarnos en el corazón del programa que nos había convocado allí. La misa de réquiem sonó a un ritmo vivacísimo, con formidable interpretación por parte del coro, que se escuchó compacto y perfectamente articulado en todo momento, prodigando un sonido bellísimo, fresco y atrayente. ¿Qué se puede decir de la parte de los cantantes? Quizá sólo que sus voces parecían escogidas en una audición celestial, algo que demuestra el excelente momento vocal que vive el canto mozartiano, muchas veces sostenido, precisamente, por profesionales no consagrados. Currentzis, sin partitura, batuta, atril ni podio, se movía con naturalidad frente a sus músicos, desplegando una gestualidad impregnada de elasticidad más que de belleza, pero muy efectiva para arrancar el sonido requerido. Especialmente destacados fueron los números, por su unción sagrada y también por su brillantez interpretativa, de Dies irae, Rex tremendae y Lacrimosa, comenzando entonces una angustiosa cuenta atrás en la que el paso de los minutos nos hurtaba la música inmortal. Parecíamos estar escuchando una grabación, tal era la perfecta adecuación que todo el conjunto había alcanzado en la sala del Maestranza, tal era el convencimiento de los músicos y su concentración, así como su conocimiento de la obra y la meticulosidad de los numerosos ensayos. No puede entenderse que de otra manera se pudieran hacer realidad las imaginativas formas de Currentzis, imposibles para una orquesta sinfónica lastrada por la tradición e inalcanzables para la mayoría de los conjuntos historicistas, constreñidos por la rigidez y el escaso rendimiento técnico.
Del teatro salimos en una agradable noche casi primaveral, más asombrados que emocionados, preguntándonos unos a otros si era cierto que habíamos visto (y escuchado) una estrella fugaz en un cielo raso de inercias y calidades superfluas. Currentzis había hecho esperar al público de Sevilla, que había comprado sus entradas para oír el Réquiem y había acabado recibiendo una lección musical y de prestigio de las que hacen época que sirvió, además, para ampliar los conocimientos musicales y el eterno amor a Mozart.
Fotografías: Lolo Vasco
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