Un reportaje de Pedro J. Lapeña Rey
El estreno en el Teatro Real -no en Madrid donde entre 1830, año de su premier, y 1843 se pudo ver en los teatros de la Cruz, Príncipe y Circo- de Il pirata de Vincenzo Bellini es sin duda una de las cimas de la temporada madrileña. La fama de obra imposible de cantar, solo accesible a cantantes fuoriclassi la hicieron desparecer del repertorio durante casi un siglo, y su reaparición en la segunda mitad del SXX, siempre ligada a figuras del calibre de Maria Callas o Montserrat Caballé, eximia interprete del temible rol de Imogene y a quien están dedicadas estas funciones, han sido un rara avis.
El gran problema del belcanto es que cuando no se hace con cantantes sumamente capaces de interpretar unos roles temibles, las funciones no remontan el vuelo. Todos tenemos en mente muchos ejemplos, y en mi caso, uno de ellos fue precisamente con esta obra, hace ya 26 años, en el Coliseo Albia de Bilbao. Ni un Giuseppe Morino que en aquellos años empezaba a despuntar pero que nunca se llegó a consolidar, ni una Aprile Millo entrando ya en horas bajas, fueron capaces de levantar el mas mínimo entusiasmo.
En esta ocasión, el Teatro Real quiere jugar sobre seguro -si es que eso es posible en esta ópera- y ha programado 14 funciones, dirigidas escénicamente por Emilio Sagi, con 3 repartos distintos y la dirección musical del italiano Maurizio Benini. En la rueda de prensa del viernes día 22, patrona de Santa Cecilia, tanto Joan Matabosch como Maurizio Benini han resaltado lo que supuso Il pirata en su momento. Una obra que en 1827 inaugura el romanticismo en la ópera y revoluciona el modo de cantar, sobrepasando la vocalidad de Rossini, creando la línea de canto,e introduciendo en la ópera un discurso sinfónico romántico a la manera de Beethoven o Schubert.
Por su parte, Emilio Sagi, a quien teatros de medio mundo le siguen encargando la dirección escénica de óperas del periodo belcantista, nos confirmó algo que llevamos viendo/sufriendomucho tiempo. A la mayoría de los directores de escena actuales -los reyes del koncept- no les gusta ni la ópera romántica ni el belcanto, donde es difícil establecer sus dramaturgias paralelas. Sagi sin embargo ama el belcanto, lo disfruta, le da margen de maniobra. El libreto no es tan importante como lo que se desprende de la música y el canto, con escenas impetuosas, cargadas de pasión y sentimiento. Si se es capaz de imbricar la música que sale del foso con la pasión que deben expresar los cantantes, la magia surge por si sola. De ahí sale todo.
Yolanda Auyanet destacó la complejidad del papel de Imogene, un personaje terrible, sin un momento de tranquilidad, de una fuerza arrebatadora al que hay que dotar de un fraseo puro y en el que las exigencias técnicas son altísimas. Para ella, solo Norma le supera en dificultad por las complicaciones aun mayores un personaje unico.
En lo que no hubo dudas fue en cuanto al papel de Gualtiero. Tanto para Javier Camarena como para Celso Albelo es el más difícil de cuantos han interpretado. Albelo comentó que le está «cogiendo manía» a un personaje heroico y valiente sí, pero con un romanticismo interno tan exacerbado que le impide ponerse en la piel de la persona a la que ama, y que casi roza el maltrato. «Prefiero cantar el Arturo de Los Puritanos -considerado como el rol de tenor más complicado y exigente- dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, que un Gualtiero». Camarena apostilló sonriendo: «Incluso subido de tono». A continuación, hablando ya más en serio, Camarena destacó que le gustaría viajar al pasado para ver como los cantantes míticos de su entreno -Antonio Tamburini, Henriette Méric-Lalande o Giovanni Battista Rubini- lo cantaban en una época en la que no existía todavía el registro de pecho, y lo normal era usar falsetes y falsetones, algo que ningún publico acepta hoy en día.
Tratando de ahondar un poco más en las dificultades, pregunté a ambos tenores que hace tan temible a Gualtiero para que incluso consideren el Arturo de Puritanos un papel «más fácil». Javier Camarena se tomó unos segundos para contestar. Con Gualtiero, Bellini se «inventa» una nueva vocalidad de tenor -en la etapa previa rossiniana convivían el contraltino rossiniano con el baritenore pero una voz única como la de Rubini le hace dar el paso- pero en él, aún hay mucho de Rossini y sus característicos saltos del registro central al sobreagudo. Una gran parte del personaje está escrita en la zona de paso, la másincómoda para un cantante, la que implica mayor desgaste vocal -y de la que no se sale airoso sin una técnica de primer nivel-. En este caso, fue Albelo quien apostilló, «y eso, durante 3 horas».
En los 7 años que transcurren entre los estrenos de El pirata y de Puritanos (1827-1834), Bellini compone 6 óperas masy evoluciona como compositor. Puritanos es una obra maestra donde la música y el canto van de la mano, y donde a pesar de las dificultades, el texto y la música impulsan a los cantantes. En el Pirata, Bellini aun está en una fase inicial. Hay incoherencias entre música y trama. «En la parte final del primer acto, cantas una melodía bellísima en la que estás amenazando de muerte a Imogene».
Ante este panorama, Celso Albelo tira de pragmatismo. Mi receta es «dejar de pensar, ser tenor, cantar y dejar que todo transcurra». La respuesta la tendremos en el Teatro Real del 30 de noviembre al 20 de diciembre. La ocasión es única.
Foto: Javier del Real / Teatro Real
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