Andeka Gorrochategui, Maribel Ortega, Juan Jesús Rodríguez, Alejandro del Cerro y Luis López Navarro protagonizan la ópera Tabaré en el Teatro de la Zarzuela, bajo la dirección de Ramón Tebar
Otro eslabón de la arcana ópera española recuperado
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 4-III-2022, Teatro de la Zarzuela. Tabaré (Tomás Bretón). Andeka Gorrochategui (Tabaré), Maribel Ortega (Blanca), Juan Jesús Rodríguez (Yamandú), Alejandro del Cerro (Gonzalo), Luis López Navarro (Siripo/Padre Esteban), Marina Pinchuk (Luz), David Oller (Ramiro), Ihor Voievodin (Garcés), César Arrieta (Damián), Javier Povedano (Rodrigo). Coro y orquesta titulares del Teatro de la Zarzuela. Dirección musical: Ramón Tebar. Versión concierto
Apenas tres representaciones se dieron de la ópera Tabaré con ocasión de su estreno en el Teatro Real en el año 1913 y luego, el absoluto silencio. La obra, basada en la epopeya del escritor uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, es un ejemplo de nacionalismo indígena en el teatro lírico, aunque con la particularidad de pertenecer a autor español. Todo ello resulta magníficamente explicado por la catedrática de musicología María Encina Cortizo en su imprescindible artículo del programa de mano.
Tabaré y su fugaz estreno se erigen en una prueba más de las dificultades cuasi insuperables que encontraba la ópera española para imponerse en el Teatro Real dominado por el monopolio de la editorial italiana Ricordi. Al igual que con Circe de Chapí ofrecida al comienzo de la temporada y ante un Teatro Real que continúa ajeno a estas obras, el Teatro de la Zarzuela se apunta otro tanto con la programación, en versión concierto, de Tabaré dentro de su obligación de divulgación y promoción del género lírico español menos conocido. Además, resulta oportuna su propuesta a continuación de la Lakmé de Delibes ofrecida por el Teatro Real, pues en la ópera de Bretón también hay confrontación entre culturas, la indígena charrúa frente al invasor blanco español. El protagonista, Tabaré, personaje estrenado por el mítico tenor Francisco Viñas, es hijo de cacique nativo y de española cautiva de raza blanca, y no es aceptado ni por unos, que le consideran traidor y mestizo y por otros, para los que siempre será un indio.
Si en la obra de Chapí anteriormente citada pudo apreciarse una fundamental influencia wagneriana y total adscripción al drama musical, con rotundo alejamiento de su producción zarzuelística y renuncia al folklore español, lo mismo ocurre con Bretón y su Tabaré que, por su parte, además del influjo wagneriano, contiene claros elementos veristas y Puccinianos. Por su parte, Farinelli, que pudo escucharse también en la Zarzuela es una obra de adscripción belcantista italiana, mientras la influencia wagneriana es nítida y honda en La Dolores. Todo ello simboliza bien, que esos intentos por lograr «una ópera española» no lograban un sello propio, una personalidad genuina definida. Y la razón es, en mi opinión, que, sencillamente, el teatro lírico Nacional español se encuentra en la Zarzuela y por mucho que Tomás Bretón renegara de ella y sin negar los pasajes de indudable valía contenidos en las obras citadas, ninguna llega, ni de lejos, a la altura de una obra maestra tan redonda como La verbena de la paloma.
Tabaré también contiene pasajes interesantes, empezando por la magnífica obertura que hubiera merecido una orquesta con mayor empaste, colorido y refinamiento tímbrico y que un Maestro riguroso como Ramón Tebar hubiera contado con más ensayos. El tratamiento vocal de la obra se plasma desde su inicio - sólo personajes masculinos en el primer acto- en un declamado altisonante, crispado, escasamente inspirado, con una tesitura terrible, constantemente situada en la zona de paso y aguda. El único remanso lírico llega con la aparición de los personajes femeninos. la protagonista Blanca y Luz, ambas hermanas del capitán español Don Gonzalo. Tampoco el libreto del propio Bretón levanta el vuelo dramáticamente. Con semejante escritura vocal, destacó titánico y apabullante, el barítono Juan Jesús Rodríguez, que afrontó la onerosa tesitura con aparente facilidad, sosteniéndola con autoridad, además de prestar los apropiados acentos, encendidos, guerreros y vibrantes, al líder belicoso Yamandú, partidario de la guerra sin cuartel al invasor hispano al que odia intensamente. Todo lo contrario ocurrió con el tenor Andeka Gorrochategui, voz interesante, sin duda, pero cuya emisión esforzada, a presión, «por las bravas» y falta de remate técnico le llevaron padecer de lo lindo ante la partitura vocal a la que tuvo que enfrentarse. Extraños contoneos ante el atril, del que no levantó la cabeza, constantes sorbos de agua e incluso agarrarse a la botella, no evitaron que llegara al límite al dúo del tercer acto con la soprano y el consecuente goteo de agudos abiertos y cercanos al grito y una línea de canto completamente dislocada. El bajo malagueño Luis López Navarro en su doble cometido de Suripo y Padre Esteban sostuvo dignamente la tesitura y convulsa línea canora, mediante un material de cierta sonoridad, pero resultó totalmente monótono de acentos. Maribel Ortega, soprano lírica de timbre anónimo y carente de especial atractivo, delineó con musicalidad y algunos apreciables reguladores su plegaria de salida, bálsamo lírico entre tanta declamación grandilocuente.
Sin embargo, el sonido parecía agriarse, como si se arañara el esmalte, conforme ascendía a la zona aguda, en la que pudieron escucharse sonidos abiertos y desabridos. Marina Pinchuk, por su parte, se mostró equilibrada de registros y templada en su canto. El tenor Alejandro del Cerro, a despecho de una emisión errática con sonidos desapoyados y sin liberar, impuso sus acentos y entrega sincera como Don Gonzalo. Cumplidores, bien compenetrados, David Oller (Ramiro), Ihor Voievodin (Garcés), César Arrieta (Damián) y Javier Povedano (Rodrigo).
Incapaz de domeñar la orquesta y sacarle un sonido asumible, Ramón Tebar garantizó sentido narrativo y cierto orden, pero renunció también a un acompañamiento al canto más cuidadoso y colaborador, pretendiendo rivalizar, mediante una orquesta más bien áspera, con la ampulosa y crispada línea de canto. Dada la escritura para el coro, también exigentísima, esta vez tuvimos coro de verdad, unos 50 miembros y no los cuatro gatos habituales últimamente. De tal modo, que a pesar de la distancia y las mascarillas, pudo mostrar solvente presencia sonora - más que verdadero empaste- y sostener la complicada y angulosa escritura.
Una alocución inicial de Daniel Bianco en favor de la vocación de concordia de la música y unos pañuelos con los colores de la bandera ucraniana que portaba el elenco, supusieron el apoyo a dicho país ante el incruento e injustificable ataque que está padeciendo.
Fotos: Elena del Real / Teatro de la Zarzuela
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