Sylvain Cambreling dirige la Sinfonía Turangalila de Messiaen en el Palau de Les Arts, al frente de la Orquesta de Valencia
Voluminosa y llamativa Turangalîla
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 30-III-2023. Palau de Les Arts Reina Sofía. Carlos Apellániz, piano. Nathalie Forget, ondas Martenot. Orquesta de Valencia. Director: Sylvain Cambreling. Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen.
La Sinfonía Turangalila, de Olivier Messiaen, se ha convertido en su obra orquestal más conocida y en algo así como un éxito, si una obra tan expansiva e influyente puede clasificarse estrictamente como tal. En ella encontramos una especie de recapitulación apasionante de la música del siglo XX: escuchamos el bullicio de los musicales americanos, los acordes de Gershwin, los ecos penetrantes de Shostakovich y los retazos de Nino Rota. Presentada en diez movimientos para piano, ondas Martenot [un instrumento similar al theremin] y gran orquesta, con muchos temas y motivos recurrentes, la sinfonía Turangalîla es una meditación cíclica inspirada en el misticismo indio, como sugiere el título compuesto [«turanga» y «lila», dos vocablos del sánscrito, como indica Martín Llade en sus notas al programa].
La actuación de Sylvain Cambreling y la Orquesta de Valencia, con Carlos Apellániz al piano y Nathalie Forget a las ondas Martenot, fue excelente, llena de sonoridades vibrantes y una interpretación vigorosa. Sucedió lo que debió suceder: la masiva orquesta se escuchó con todas sus partes claramente separadas, en lugar de como una masa espesa y homogénea, brindando claridad -casi siempre- a todas las partes móviles. Pero incluso más importantes que los detalles internos fueron los tonos de colores sorprendentemente vívidos, [esta obra contiene los más emocionantes de la música orquestal del siglo XX]. En esta área, Cambreling extrajo los sonidos más definidos y prestó especial atención a Messiaen, con unas exuberantes texturas de cuerdas y viento y la percusión marcadamente acentuada.
También prestó una atención decisiva al canto de los pájaros de los solos de piano, brillantemente transmitidos por Apellániz, que demostró entender cómo frasear las melodías angulares de Messiaen, tan a menudo fragmentadas entre los diversos coros instrumentales. En «Joie du sang des étoiles», por ejemplo, con ritmos prácticamente idénticos, avanzó mientras Cambreling marchaba con paso lento y metrónomico. También lo hizo con la sección de percusión a modo gamelán. La cuerda de trombones logró capturar el peso imponente del «tema de la estatua» en la apertura de la obra.
A pesar de la gran interpretación que nos estaba brindando la orquesta, el balance entre esta y los solistas no fue del todo equilibrado, y es que nos quedamos «con ganas» de más presencia de las ondas Martenot - cosa que no ayudó a acercarse a la pornografía sónica que deseaba el compositor. Quizás les faltara un poco de rango dinámico y profundidad según los estándares modernos. Aún así, la interpretación fue asombrosamente buena. Los movimientos orgiásticos quinto y décimo tuvieron un gran impacto. Las partes más tranquilas fueron las más memorables. Esa especie de ronroneo fluctuante del piano y la celesta en la sección «Chant d'Amour II» pareció desdibujar la pletórica melodía de los violines. En «Turangalîla II», el violonchelo tuvo una gran fuerza bruñida. Hubo un juego hermosamente suave en los vientos a lo largo del «Jardin du Sommeil d'Amour», la sección más larga -y que llegó a parecer una eternidad-, con el piano retozando suavemente.
Sin lugar a dudas, la Orquesta de València tuvo un rendimiento excelente ante un trabajo desafiante, y nos brindó una buenísima interpretación de una de las obras maestras del siglo pasado, un tour de force.
Foto: Live Music Valencia
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