Por José Amador Morales
Stuttgart. Staatstheater. 27-III-2018. Ludwig van Beethoven: Fidelio. Michael König (Florestan), Rebecca von Lipinski (Leonore), Roland Bracht (Rocco), Michael Ebbecke (Don Pizzarro), Josefin Feiler (Marzelline), Daniel Kluge (Jacquino), Ronan Collett (Don Fernando). Staatsopernchor Stuttgart (Christoph Heil, director del coro). Staatsoperorchester Stuttgart. Sylvain Cambreling, dirección musical. Jossi Wieler y Sergio Morabito, dirección escénica.
Uno de los aspectos más fascinantes que uno puede experimentar al visitar un coliseo como el de Staatstheater de Stuttgart es el de comprobar cómo se vive la cotidianeidad de un género como el de la ópera. El hecho de organizarse como los llamados “teatros de repertorio”, esto es, teatros en los que prácticamente todos los días hay un título lírico distinto, tiene sus pros y sus contras pero desde luego en lo primero grupo habría que situar la naturalidad y ánimo con el que, de manera socialmente transversal, se asiste a cualquier representación operística. Sin duda un síntoma de que el género es algo vivo en la cultura y en la sociedad. A raíz de ello podríamos también señalar la “trabajada” calidad de los cuerpos estables (aquí particularmente la orquesta, a un nivel de primera división de las orquestas alemanas, ya de por sí sobresalientes) o el mero hecho de disponer de una compañía afín de cantantes que tienen a su vez la oportunidad de ponerse a prueba en sus correspondientes repertorios y hacer carrera sin menoscabo de traer a cantantes más o menos ajenos para algún título concreto, etc…
Cierto es que el nivel de las representaciones es generalmente bastante aceptable pero lineal y, salvo excepciones, uno sale con la satisfacción de haber disfrutado de una buena velada lírica al mismo tiempo con la certeza de que ésta tampoco ha sido histórica. La representación de Fidelio que comentamos podría ilustrar a la perfección esto último: producción controvertida, dirección musical y orquesta sobresalientes y reparto vocal mediocre en términos generales.
Y es que la producción de Sergio Morabito (quien tiene bastantes trabajos en cartelera en Stuttgart y al que le vimos una divertida Ariodante el año pasado ) sigue su línea de actualización, historia paralela y desmitificación, con su habitual y dudoso tratamiento humorístico de lo dramático que, como vimos al día siguiente en su Don Pasquale (estreno de la temporada frente a este Fidelio que es de 2015), tiene su cara opuesta en una curiosa y no menos discutible dramatización de lo cómico. Como siempre, hay acierto cuando hay coherencia, lógica y, sobre todo, cuando se da luz a las intenciones primigenias del compositor (o al menos una búsqueda en este sentido). Y desde luego ello es imposible cuando se prodigan tantos gestos antimusicales desde la propia dirección de actores.
En este caso la propuesta gira en torno a la idea de que también en democracia hay secuestro de libertad y, así, lo que está encerrado en la gran estructura omnipresente en el centro del escenario no es Florestan sino un montón de carpetas con presunta información sensible y una máquina trituradora de papel; el pueblo alienado, siempre al ritmo que le marcan según es presentado siempre con carreras herméticamente coreografiadas, no quiere ver la realidad aunque se le ponga por delante (en el segundo acto el coro aparece siempre con gafas y caretas). Por eso al final permanece al margen del "descubrimiento" como no queriendo hacerse cargo de la verdad, posición que comparte en este caso Florestan que queda al margen del resto de protagonistas. Don Fernando entrega la llave del almacén secreto a Leonore mientras le dice "eres tú, noble mujer, tú sola a quien corresponde liberarlo". Sin embargo he aquí otra de los inconvenientes de la producción pues todo el mensaje es político y no hay ni un ápice de relación conyugal entre Leonore y Florestan: ambos apenas se acercan uno al otro ni siquiera en el dúo “O namenlose Freude” del segundo acto. Es más, siguen antes, durante y después como lo que son: un preso institucionalizado y una mujer libre pero bajo apariencia masculina. Por último, en el programa de mano pareciera darse una gran importancia al hecho de representar los diálogos originales completos, ofreciendo cierta mistificación del texto (“Incluso el diálogo es música” afirma Morabito, en una suerte de oxímoron esnobista) que en escena eran reflejados en una gran pantalla central (hay que recordar que en esta representación, al ser el texto en alemán, no existía ningún subtítulo convencional en la sala).
Musicalmente, como ya hemos señalado, la orquesta brilló extraordinariamente siguiendo la muy idiomática batuta de Sylvain Cambreling, a la postre director titular, que destacó por el sonido rotundo y denso (especialmente en la cuerda) y una acertada solemnidad que contrastó sobremanera con la vitalidad de las escenas que podríamos más propias del formato singspiel. El coro sonó cálido y empastado si bien poco refinado en la escenas de la cárcel y conclusiva.
En cuanto a las voces, el Florestan de Michael König destacó como el más adecuado del reparto: voz homogénea con importante proyección a pesar no ser muy grande. Además sacó delante de forma airosa la dificilísima escena inicial, la célebre “Gott, welch Dunkel hier!”, con buena planificación dramática del aria que le llevó a culminar con fiato aceptable y hasta frasear con cierta clase los célebres “ein Engel”. Muy por debajo apareció la Leonore de Rebecca von Lipinski quien trató de compensar con su estimable trabajo escénico un instrumento casi más ligero que lírico o lírico-dramático y que, en definitiva, se mostró mate, de registro grave inaudible, agudos raspados y línea de canto muy irregular.
Los veteranos Roland Bracht (Rocco un tanto áfono y de escaso volumen pero con gran relevancia en los momentos más dialogados y especialmente en la escena de la fosa, espoleado aquí por un fantástico Cambreling) y Michael Ebbecke (Don Pizarro algo histriónico pero convincente) fueron acompañados por los más jóvenes Ronan Collett como correcto y algo claro vocalmente Don Fernando, Josefin Feiler como discreta Marzelline y Daniel Kluge con un Jacquino de inusitada presencia vocal.
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