Por Raúl Chamorro Mena
Frankfurt, 30-III-2019. Opernhaus. Dalibor (Bedrich Smetana). Ales Briscein (Dalibor), Izabela Matula (Mlada), Angela Vallone (Jitka), Gordon Bintner (Vladislav), Thomas Faulkner (Benes), Theo Lebow (Vítek), Simon Bailey (Budivoj). Coro de la Opera de Frankfurt. Frankfurter Opern-un museumsorchester. Dirección musical: Stefan Soltesz. Dirección de escena: Florentine Klepper.
Bedrich Smetana, compositor fundamental del nacionalismo musical checo, es sobre todo conocido internacionalmente por el ciclo de poemas sinfónicos Má Vlast-Mi patria y la ópera Podraná nevesta-La novia vendida. En realidad escribió siete óperas entre las que se encuentra Dalibor, ópera en tres actos con libreto original alemán de Josef Wenzig traducido inmediatamente al checo por Ervin Spindler, estrenada en Praga en 1868 y revisada por el autor en 1870. En un principio, la obra no tuvo mucho éxito y el autor fue acusado de excesivo «wagnerismo», pero se fue consolidando y Gustav Mahler llegó a dirigirla en Viena en 1892. El destino ha querido que el mismo fin de semana que la Orquesta Nacional de España interpreta el ciclo completo de Mi patria -cuya recensión a cargo de mi compañero Pedro J. Lapeña Rey pueden leer en esta misma revista- el que suscribe haya podido ver por primera vez en vivo Dalibor en nueva producción de la Opera de Frankfurt, que presenta la versión revisada de 1870 con una traducción alemana del libreto a cargo de Kurt Honolka. Smetana combina en esta estupenda ópera claras influencias wagnerianas con elementos del folklore bohemio. La escritura para el canto es de gran belleza y reúne intenso lirismo, melancolía y aliento épico. Por otra parte, estamos ante una orquestación espléndida con abundante presencia del violín solista (no en vano se trata del instrumento Nacional bohemio), del arpa, que caracteriza a Mlada, personaje femenino principal, así como clarinete y trompas a Dalibor.
Una pena que volviera a toparme con Florentine Klepper, directora de escena del desnortado Holandés errante de Dresde, que reseñé en enero en esta misma revista. Como sucede tantas veces entre los responsables de la escena operística actual, el romanticismo les causa sarpullidos y lo consideran algo demodè e improponible hoy día. De tal modo, Klepper despoja de todo aliento romántico y acentos épicos a la ópera convirtiéndola, como sucedía en el Holandés de Dresde, en un medio para su alegato político de corte feminista, protesta y antisistema. Dalibor se rebela contra su señor feudal -al que mata en venganza por la ejecución de su amigo el músico Zdenek- y por ende contra su Rey. Ello probablemente le convierta en un “antisistema” en su época, lo cual aprovecha la Sra. Klepper para crear una de esas «dramaturgias paralelas» (que parecen inevitables hoy día en los teatros alemanes), en la que el asunto se reduce a un reality televisivo-que recuerda a la película El show de Truman-en el que el presentador y showman del mismo es el Rey Vladislav. El juicio contra Dalibor del primer acto se transmite con todos los elementos propios de los programas de televisión actuales. La heroína femenina, Mlada, hermana del gobernador asesinado por Dalibor y, en primera instancia acusadora del mismo, se enamora de él e intenta liberarlo para lo cual se viste de hombre (como sucede en el Fidelio de Beethoven) y se convierte en empleada del carcelero Benes, que la acoge casi como un hijo. Mlada consigue llegar a la celda –en este caso, una dependencia del canal televisivo llena de cámaras que captan el sufrimiento del condenado- y entregarle el violín de Zdenek, que esta vez son unos auriculares... rompiéndose la magia del fantástico dúo. En fin, elemento interesante original de esta ópera es la alianza femenina para rescatar a Dalibor entre Mlada y Jitka, joven muchacha acogida por aquél desde que era una niña, valiéndose de un ejército rebelde formado por manifestantes que escriben en la pared «Fuck the system». Finalmente, Mlada cae en el enfrentamiento y fallece en brazos de Dalibor. La cierta ambigüedad de éste, que manifiesta que ninguna mujer le ha cautivado mientras se muestra devoto -espiritualmente- de su amigo Zdének y su música, simbolizada por el violín, permite a la regista obviar el elemento épico y heroico del personaje y restarle carácter y virilidad al mismo. En esa línea y con cierto toque naïf, se situó la interpretación de Ales Briscein, tenor lírico con timbre de cierto atractivo, pero falto de robustez para el papel y de acentos. En su encarnación, con una buena línea de canto,puso de relieve la parte soñadora y melancólica del personaje, pero se obvió la épica y heroica, también fundamentales. Las interpretaciones de los míticos tenores checos Benno Blachut y Vilém Pribyl siguen siendo las referencias en este papel. Muy interesante la Mlada de la soprano polaca Izabela Matula, débil en el grave, bien es verdad, pero con un centro y franja aguda de calidad.
Efectivamente,alguna nota aguda resultó agria, pero la mayoría plenas y bien timbradas, además de resultar indudables su entrega y compromiso dramático en la faceta interpretativa. Más floja la soprano Angela Vallone en el papel de Jitka, que caracterizó adecuadamente y con las apropiadas frescura y juventud, pero, en la faceta vocal, exhibió una vocecita pequeña y sonidos desabridos en la zona alta. Vladislav, el Rey convertido en este montaje en presentador estrella, encontró una adecuada encarnación en el barítono Gordon Bintner, muy desenvuelto en escena y de timbre árido, pero sonoro. Sonido rotundo e importante extensión la mostrada por el soprendente bajo Thomas Faulkner, que además de una creíble encarnación del carcelero Benes (trasunto del Rocco de Fidelio), un hombre solitario, que no ha tenido mujer ni hijos y acoge a este chico que es Mlada disfrazada, cantó con sentido de la línea y emitió notas graves de impacto, muy difícil de escuchar actualmente.
La dirección musical del veterano Stefan Soltesz resaltó las calidades de la orquestación de Janacek con elegancia y claridad expositiva, además de ofrecer un bello sonido, pero faltó tensión y progresión dramática en una labor plana, que comulgó plenamente con la dirección escénica en el objetivo de despojar de toda emoción, aliento épico y sustrato romántico a la magnífica ópera de Smetana.
Orquesta y coro acreditaron alta fiabilidad germánica.
Foto: Monika Rittershaus
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