
Sonya Yoncheva. Foto: Impacta
Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Dido y Eneas de Purcell en el Auditorio Nacional de Madrid, dentro del Ciclo de conciertos Impacta
Sonya Yoncheva. Foto: Impacta
Mayestática Yoncheva
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 24-X-2024, Auditorio Nacional. Ciclo de conciertos Impacta. Dido and Aeneas (Henry Purcell). Sonya Yoncheva (Dido), Halidou Nombre (Eneas), Ana Vieira Leite (Belinda), Attila Varga-Toth (Hechicera y un marino), Arnaud Gluck (Un espíritu). Orquesta y coro de la Ópera Real de Versalles. Dirección: Stefan Plewniak.
Dido y Eneas de Henry Purcell sobre libreto de Nahun Tate se considera la primera gran ópera Nacional inglesa y prácticamente única hasta la aparición, bien entrado el siglo XX, de Benjamin Britten, para convertirse en un compositor para el teatro lírico fundamental en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Basada en uno de los cantos de La Eneida de Virgilio, la obra trata de una de las mujeres abandonadas por su amante más simbólicas de la literatura clásica, junto, entre otras, a Ariadne y Medea. Dido, reina de Cartago, protagoniza una apasionada historia de amor con el héroe Troyano Eneas, pero después de su entrega amorosa, se ve traicionada y abandonada por su amante, que ha de partir a cumplir su destino y fundar Roma. En la ópera, Eneas decide quedarse en última instancia, pero entonces Dido le rechaza y se suicida.
La ópera, de apenas 70 minutos de duración, atesora una gran concisión y fuerza dramática, además de combinar influencia francesa en coros y danzas, con melodías de raiz inglesa. La versión programada en el ciclo de conciertos Impacta, afortunadamente, contó con una mínima escenificación con movimiento e interrelación entre los artistas. De esta manera, se huyó de la versión concierto, que ya debería desterrarse para siempre, de todos tiesos como una vela «leyendo la cartilla». No hubo sobretitulos en sala y aunque los que llevamos ya tiempo viendo ópera nos hemos pasado años sin ellos sin problema, hoy día de antoja un elemento fundamental para que el público siga la acción.
La gran protagonista, nucleo y razón de ser de esta interpretación era la soprano Sonya Yoncheva, una de las divas de la lirica actual y que comparecía, además, aupada por su reciente aparición en un programa televisivo de cierta popularidad y su correspondiente repercusión en redes sociales. Desde su entrada, la Yoncheva mostró modos mayestáticos, propios de la reina que caracterizaba, así como su voz de calidad, amplia, caudalosa, de timbre bello y esmaltado y centro redondo y carnoso. La tesitura del papel le es cómoda y emitió unos cuantos sonidos de calidad y efecto en sala. Eso sí, a su canto le faltó variedad e incisividad en los acentos, si bien en el espléndido lamento de Dido «When I'm laid in earth» consiguió un buen momento de concentración expresiva apoyada en su carisma. Circunstancia que pesó más en una encarnación que no pudo librarse de un halo superficial.
Su hermana Belinda fue la soprano Ana Vieira Leite, de sonido pobre en cuanto a presencia, brillo, timbre y armónicos, pero cantante correcta musicalmente y en estilo. Engoladísimo, duro de emisión y de articulación imposible, resultó el Eneas del barítono Halidou Nombre. En esta versión la hechicera fue asumida por un tenor, Attila Varga-Toth, vivaz e intencionado, tanto en este papel, como en el de marinero. Muy discreto el contratenor Arnaud Gluck en el espíritu.
Stefan Plewniak cómo primer violín y director firmó una labor intensa y con brío y pulso rítmico en las danzas. La orquesta de la Ópera Real de Versalles, agrupación especialista barroca, aunó entusiasmo y dominio estilístico. También buen sonido, aunque no especialmente transparente, ni deslumbrante, pues la batuta de Plewniak, de somera técnica, pero entusiasta y vital, destacó más por la energía y temperatura teatral. Espléndido el coro, empastado y con gran conjunción con la orquesta y solistas. Gran éxito con una Yoncheva intensamente jaleada por el público, que anunció como propina «Tendre amour» de Les indes galantes con bailes de los solistas y acompañamiento de palmas por por parte del público, que aumentó en intensidad en el fragmento final de la misma ópera, a modo de concierto de año nuevo.