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Crítica: Recital de Sonya Yoncheva en el Teatro Real de Madrid

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de julio de 2019

Una voz de ópera

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 7-VII-2019. Teatro Real. Ciclo «Las voces del Real». Sonya Yoncheva, soprano. Antoine Palloc, piano. Obras de Giuseppe Verdi, Ruggero Leoncavallo, Gilda Ruta, Francesco Paolo Tosti, Giuseppe Martucci, Pier Adolfo Tirindelli, Giacomo Puccini, Georges Bizet y Jules Massenet.

   Previamente a afrontar el capítulo de propinas, la soprano Sonya Yoncheva se dirigió de forma desenvuelta al público y en un buen español recordó su intervención en la segunda edición del proyecto Ópera-estudio del Teatro Real en el año 2009 -en la época de Miguel Muñiz y Antonio Moral- en el que interpretó a Norina de Don Pasquale, por lo que, afirmó, afronta con ilusión sus regresos al recinto de la Plaza de Oriente. Después de aquella ocasión, sólo un par de funciones en versión concierto en 2014 encarnando a la Julieta de Gounod y este recital que es una especie de preámbulo a su siguiente y muy jugosa cita en el escenario del Teatro Real, nada menos que la Imogene de Il Pirata de Vincezo Bellini y ya consagrada como estrella de la lírica internacional con presencia en los teatros más prestigiosos del planeta.

   El programa, enteramente dedicado a la canzone italiana, producía una doble sensación. Por un lado se celebra la interpretación de obras poco habituales (y de escasa popularidad), pero, por otra, la mayoría del público de un teatro de ópera como es el Real -que distaba mucho de presentar un lleno-  espera escuchar en los conciertos y recitales a cargo de solistas, normalmente cantantes punteros, arias de ópera, ausentes en el programa oficial y que no llegaron hasta las propinas.


   La primera parte estuvo íntegramente dedicada a Giuseppe Verdi con seis de sus canciones de cámara. Tres pertenecientes a la colección Sei romanze de 1838, «Perduta ho la pace» (con texto de Luigi Ballestra,  se trata de un esbozo de la cavatina de Leonora del acto primero de Il Trovatore), «In solitaria stanza» (letra de Jacopo Vittorelli) y «Nell orror di notte oscura» (letra de Carlo Angiolini). Dos de ellas, «Il tramonto» y «Ad una stella», ambas sobre texto de Andrea Maffei, pertenecientes al álbum sei romanze de 1845 y como última pieza de la primera parte, «L’esule» de 1839 sobre texto de Temistocle Solera y que alberga una estructura propia de aria de ópera de la época, es decir, recitativo, andante y cabaletta. Hay que indicar que, lamentablemente, la paupérrima hoja fotocopiada que hacía las veces de programa de sala, no sólo no llevaba los textos de las piezas a interpretar, es que ni siquiera indicaba los autores de los mismos.

   Sonya Yoncheva posee un material sopranil de gran calidad. Caudaloso, rico, de centro ancho, carnoso y bien nutrido y timbre esmaltado, de indudable atractivo, aunque no especialmente personal. Frente a un grave débil y un agudo extremo, que no termina de girar, de rematarse técnicamente y en el que se aprecian no pocos sonidos abiertos y con cierta acritud, emerge la zona centro-primer agudo como la más acrisolada y asentada que atesora la soprano búlgara. Estamos ante una voz difícil de domeñar, falta de flexibilidad y que donde más luce es en la expansión vocal del repertorio operístico principalmente romántico. Si a ello le unimos un fraseo poco variado, de escasa fantasía, no ha de extrañar que la soprano búlgara brille mucho menos en la íntimidad de la canción, aunque proceda de autores fundamentalmente teatrales.

   Con apoyo de partitura durante todo el concierto, la primera parte resultó más bien desangelada y en la que sólo pudo apreciarse una voz descollante desgranando de forma fría y monótona, con un fraseo poco trabajado y sin contraste alguno, las canciones verdianas, sin descontar la comunicatividad de la cantante, pero que, es preciso insistir se desarrolla mucho mejor en el campo teatral. Además y seguramente a causa del avanzado estado de gravidez de la soprano, se mostró corta de fiato y con alguna respiración más bien brusca a lo que hay que unir unos ascensos a la franja aguda un tanto ácidos e incluso alguno calante. Tampoco ayudó mucho el muy gris acompañamiento pianístico de Antoine Palloc. La mejor de todas las interpretaciones de la primera parte, que se cerró con unos aplausos más bien de cortesía, fue la de la última de las canzone, «L’esule» (El exiliado) y resulta lógico, dada su filiación indudablemente operística, si bien el agudo conclusivo resultó abierto y descontrolado.


   Frente a la homogeneidad del primer capítulo del recital, en la segunda se anunciaban piezas de nada menos que 6 compositores en una relación un tanto caótica. Hay que destacar -dada la poca presencia de música compuesta por mujeres en las salas de conciertos- la comparecencia de una autora femenina, la pianista y compositora napolitana Gilda Ruta (1853-1932) representada por su canción «Voglio morir con te».

   Ante todo, hay que recalcar que el nivel de la segunda parte superó al de la primera, pues encontramos a una Yoncheva, ataviada con un espectacular vestido azul, algo más intensa, con la voz aún más suelta y brillante, prodigando algunos sonidos de gran calidad y expansión tímbrica, de esos tan difíciles de escuchar hoy día. Destacaría la magnífica «Al folto bosco, placida ombría» (sobre texto de Rocco Emanuele Pagliara) del injustamente postergado Giuseppe Martucci (1856-1909), pieza a la que se adecúa estupendamente el terciopelo vocal de la Yoncheva y en la que mostró acentos más incisivos. También destacables la interpretaciones de «Ideale» de Tosti, la página más popular del programa y la efusión en «Amore, amor!» de Pier Adolfo Tirindelli (1858-1937). Todo ello previo al bloque más destacable de todo el recital, el dedicado a Giacomo Puccini, en el que pudieron escucharse pasajes que nos evocan Bohème y Manon Lescaut, terreno fértil para la expansión vocal de la que es capaz la Yoncheva. «Sole e amore» (1888) sobre texto anónimo, cuya  música nos conduce inmediatamente al cuarteto final del acto tercero de La bohème. «Terra e mare» (romanza para voz y piano de 1902) sobre texto de Enrico Panzacchi. «Mentia l’avviso», una romanza originariamente para voz de tenor con texto de Felice Romani y que nos evoca inmediatamente Manon Lescaut, el primer éxito rotundo del genio de Lucca y, finalmente, «Canto d’anime», pagina de álbum para voz y piano de 1904.


   En el apartado de propinas llegó la ópera, donde la Yoncheva destaca especialmente en el repertorio romántico y postromántico en una carrera meteórica en la que ya ha asumido papeles de tanta exigencia como Norma, Tosca, Traviata, Imogene y Medea. En primer lugar, la soprano búlgara encarnó a Mimì, papel con el que debutó en el MET y del que interpretó la gran escena del  acto primero en la Gala del 50 aniversario de Lincoln Center. La despedida de Mimì «Donde lieta uscì» volvió a demostrar su afinidad pucciniana y provocó la primera gran ovación de la noche. La habanera de Carmen de Bizet fue una combinación de la sensualidad vocal y la interpretativa de la Yoncheva, así como de su comunicatividad y desenvoltura. Ya sentada, afrontó la más recogida «Adieu notre petite table» (sin el recitativo) de la Manon de Massenet para concluir con la que fue la pieza fuera de programa de interpretación más floja de todas, un «Oh mio babbino caro» muy discreto, en el que la Yoncheva no fue capaz de filar una sola nota, escuchándose, además, algún sonido claramente bailón.

   Como ya se apuntaba más arriba, realmente anodino y de sonido pobretón el acompañamiento del pianista francés Antoine Palloc.

Foto: Javier del Real / Teatro Real

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