Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala en el Teatro Real de Madrid
Trayectoria consolidada
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 3-XI-2024, Teatro Real. Sondra Radvanovsky, soprano y Piotr Beczala, tenor, en concierto. Obras de Giacomo Puccini, Antonín Dvorák, Umberto Giordano y Giuseppe Verdi. Orquesta Titular del Teatro Real. Directora: Keri-Lynn Wilson.
Antes del comienzo del concierto, se guardó un minuto de silencio por las víctimas de la tragedia que ha asolado a la comunidad valenciana a causa de la catastrófica Dana. Aprovecho estas líneas para mandar un mensaje de apoyo y un gran abrazo a toda la tierra valenciana, que tanto amo, y donde cuento con magníficos amigos.
Dentro del ciclo de conciertos, voces del Real, que dedica el coliseo de la Plaza de Oriente a los más destacados cantantes de la actualidad lírica internacional, le llegaba el turno al protagonizado por la soprano estadounidense Sondra Radvanovsky y el tenor polaco Piotr Beczala, como parte de una gira por distintas ciudades españolas. Estamos ante dos cantantes consolidados en la cima de la lírica Mundial desde hace más de dos décadas y con presencia importante en los escenarios españoles.
A diferencia de los conciertos de Barcelona y Sevilla, íntegramente dedicados a la música de Giacomo Puccini por el centenario de su fallecimiento -que se cumple exactamente el día 29 de este mes- en el coliseo de la Plaza de Oriente, los pentagramas del genio de Lucca sólo ocuparon la primera parte del concierto. En la segunda, se incluyeron selecciones de Rusalka de Dvorák y Andrea Chénier de Umberto Giordano.
Directamente, sin el habitual fragmento orquestal, comenzó la parte vocal con dos arias del primer y rotundo éxito de Giacomo Puccini, Manon Lescaut (Turín, 1893). La bellísima «Donna non vidi mai» que canta Des Grieux en el primer acto, nos mostró las cualidades de Piotr Beczala, emisión franca, control, seguridad, canto musical, fraseo cuidado, ascensos resueltos, timbre no especialmente bello, pero homogéneo, y esa sensación de total fiabilidad, que todo está en su sitio y no habrá ningún sobresalto. Es cierto que le falta esa «passionalità», el dominio del canto concitato -ardiente, encendido, apasionado- fundamental en Puccini.
Sondra Radvanovsky, por su parte, exhibió en «Sola perduta abbandonata» del cuarto acto, su timbre amplio, caudaloso, y entrega dramática. Un fragmento, en el que la protagonista exclama desesperada «Non voglio morir» y nos demuestra el cambio de valores de finales del siglo XIX. Dios y la religión dejan paso al relativismo, la vida es lo único que indudablemente tenemos y, por tanto, es lo más importante. Ciertamente, en esta su primera intervención, el vibrato de la soprano norteamericana resultó un tanto descontrolado y se vislumbra cierto declive en la zona alta, con notas algo duras.
En el bloque dedicado a Tosca, después de un «Recondita armonia» no especialmente brillante por parte de Beczala, me pareció realmente interesante el «Adiós a la vida», muy bien planificado por el tenor polaco. El declamato, bien torneado, la larguísima frase «Le belle forme disciogliea dai veli!» apropiadamente rematada y el ascenso en el clímax resuelto con seguridad y, si no con particular squillo, bien timbrado.
La Radvanovsky evocó las dos ediciones de Tosca (Roma, 1900), que ha cantado en el Teatro Real con un «Vissi d’arte» bien delineado y el vibrato más controlado, aunque con un ascenso un tanto esforzado. Mejor la escala descendente de dos notas previa al «Così» conclusivo.
Para concluir la primera parte del evento, el gran dúo de Tosca y Cavaradossi del acto primero, con la exhibición de canto conversacional típicamente pucciniano, así como la fiera eclosión de los celos de Tosca, aplacados por el tenor con bellísimas frases como «Quale occhio al mondo può star di paro all’ardente occhio tuo nero -¡Qué ojos en el Mundo pueden compararse con tus ardientes ojos negros!», que derriten a cualquier amante celosa por mucho que se encuentre enfrente de la Madonna en plena Iglesia de Santa Andrea della Valle. Buena química entre ambos cantantes con un Cavaradossi, comedido de arrojo, pero elegante y de fraseo impecable y una Radvanovsky dominadora de un papel que tantas veces ha interpretado. Lástima el acompañamiento orquestal absolutamente anodino y caído de tensión.
Hay que celebrar, sin embargo, la interpretación entre la selección de ambas óperas, del Preludio sinfónico en la mayor (1882), segunda obra orquestal compuesta por Puccini en su época como estudiante del Conservatorio de Milán y en la que ya demuestra su talento como orquestador. La discreta traducción de Keri Lynn Wilson al frente de la Orquesta del Teatro Real no impidió apreciar el precoz ingenio pucciniano.
Hace 19 años le ví a Sondra Radvanovsky en Bilbao la Rusalka (Praga, 1901) de Antonìn Dvorák, magnífica ópera que ocupó, con tres bellísimos extractos, la primera parte del segundo capítulo del evento. Realmente notable por afinidad eslava, fraseo contrastado, acentos y firmeza en los ascensos la espléndida aria del Príncipe que escanció Beczala, logrando uno de los mejores momentos de la noche. Faltó algo de magia a la canción de la luna de la Radvanovsky con unos agudos duros y esforzados. Mucho mejor la soprano de Illinois, siempre intensa y entregada en el fabuloso dúo final con un Beczala magnífico, y ello a pesar de la tan gris e insustancial, como ruidosa y pasada de decibelios prestación orquestal. El año próximo, el tenor polaco cantará el Príncipe en el Liceo de Barcelona junto a la estupenda Rusalka de Asmik Grigorian, que pudieron disfrutar hace unos años los espectadores del Teatro Real.
A continuación de una estridente «La tregenda» interludio orquestal de Le villi (Milán, Teatro dal Verme 1884), la primera ópera de Puccini, llegó la última parte del concierto, con una selección de tres piezas de Andrea Chénier (Milán, Teatro allá Scala, 1896). Muy inteligentemente, Piotr Beczala, abordó el aria del protagonista en el tercer acto «Come un bel dì di maggio» la más lírica y que más conviene a sus medios y temperamento de las cuatro asignadas a Chénier en la obra maestra de Umberto Giordano. El tenor polaco delineó con musicalidad y apropiado lirismo el fragmento, evitando el golpe de glotis de la tradición verista en el final «che muore».
La Radvanovsky, a la que presencié bisar el aria de Maddalena «La mamma morta» en una función de Andrea Chénier en el Liceo 2018, delineó con acentos e intensidad dramática el relato, con un declamado pleno de patetismo, reflejando en el crescendo de la pieza la esperanza que confiere el amor que lleva al clímax arrebatador. Lástima que el ascenso al agudo resultara duro y calante, con lo que fue cortado un tanto abruptamente por la soprano norteamericana.
Finalmente, Radvanvosky y Beczala, entre una orquesta tan letárgica como desbocada y aparatosa, lograron emerger como pudieron en el vibrante dúo final de la ópera, que concluye con esa apasionada exclamación «Viva la morte insiem-Viva la muerte juntos!». Las ovaciones del público, que fueron entusiastas al final de cada pieza, culminaron en alto voltaje al final del programa oficial y tuvieron como premio tres propinas.
En primer lugar, Piotr Bezcala ofreció «Amor ti vieta», aria de Loris Ipanoff en Fedora (Milán, Teatro Lírico, 1898), la otra ópera más interpretada de Umberto Giordano, y que tuvo, nada menos, que a Enrico Caruso como protagonista del estreno. El tenor polaco sostuvo son seguridad una tesitura incómoda, muy en el pasaje, y resaltó, sin excesivo ardor, pero con impecable musicalidad, el lirismo de la pieza.
La Radvanovsky, por su parte, terminó brillantemente su parte solista con una magnífica “Pace pace mio Dio” de La Forza del destino de Giuseppe Verdi. A destacar la monumental messa di voce -regulador piano-forte-piano- introductoria, el agudo en esplendido filado en “Invan la pace” y el Si bemol conclusivo que superó la muy ruidosa orquesta.
Para terminar, el brindis de La Traviata con conato de palmitas por parte del público.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real
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