Por José Amador Morales
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 17-XII-2016. Sondra Radvanovsky, soprano. Anthony Manoli, piano. Obras de Donizetti, Rachmaninov, Massenet, Bellini, Dvorak, Copland, Giordano.
Había expectación en el vestíbulo del Teatro de la Maestranza momentos antes del recital que Sondra Radvanovsky ofrecería dentro de su breve gira española que también la llevará al Gran Teatro del Liceo de Barcelona. La propia soprano norteamericana, que se metió al público sevillano en el bolsillo desde la primera de sus muchas introducciones, se encargó de descifrar el – a priori – extraño y heterogéneo programa en la medida en que respondía a diversos aspectos de su trayectoria no ya sólo artística sino vital.
Ya de entrada, con “Oh Nube! Che lieve per l'ariat'aggiri” de Maria Stuarda reveló las bazas con las que ha llegado a convertirse en una de las cantantes más reclamadas en el circuito lírico internacional. No en vano, posee una voz poderosa de lírico-spinto de suculenta anchura, hermoso timbre, actractivo vibrato, fácil agudo y volumen francamente impactante que gusta moldear con filados y medias voces, a pesar de una emisión a veces irregular y una coloratura de factura algo heterodoxa. Todo ello fue evidente en esta primera aria donizettiana donde tal vez también acusó cierto distanciamiento estilístico, como sucedería en la segunda parte con las canciones de Bellini donde, en todo caso, convenció sobremanera por su lirismo y sugerente personalidad artística (particularmente en La ricordanza, con esa línea de canto spianato de gran peso expresivo).
Con las canciones de Rachmaninov logró transmitir toda la emoción contenida que las envuelve: unas piezas a las que le unen raíces eslavas, comoelcélebre aria de Le Cid de Massenet, al menos por el idioma, le sugerían sus años en territorio canadiense (desde hace pocos meses posee la también dicha nacionalidad). Por otra parte, el “aria de la luna” de Rusalka conmovió a un público cuya entusiasta reacción provocó las lágrimas de la propia cantante quien previamente había explicado la relación que para ella tenía dicha pieza con el recuerdo de su padre.
Si en las canciones de Copland demostró su lógicaafinidad con eluniverso cultural americano que las envuelve, en "La mamma morta" del Andrea Chénier de Giordano resultó apasionada como pocas, en lo que fue un impresionante broche de oro oficial del recital. Precisamente en ese repertorio, y ya fuera de programa, Radvanovsky volvió a apabullar con las interpretaciones de Adriana Lecouvreur de Cilea ("Io son l’umile ancella" rematada con una impresionante messa di voce) y con una emocionante "Vissid'arte" que enfervorizó a la audiencia, poniendo de manifiesto los motivos por los que es considerada una Floria Tosca de referencia de la última década. Acompañada al piano con calidez y sentido lírico por Anthony Manoli, Radvanovsky todavía ofreció una vehemente versión de “I could have danced all night” de My fair lady y una canción de navidad anglosajona.
Compartir